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-Gisa...

-No- respondió está por lo que se sentía la milésima vez. Todas ellas habían tratado de convencerla, cada una dando sus razones.

Aunque Gisa quisiera ayudarlas, no se le ocurría una manera de poder librar a las deidades. ¿Cómo te escondidas de alguien que te vigilaba todo el tiempo?

-Ni siquiera sabes que te voy a decir- se quejó Mwey cruzándose de brazos.

-Vas a pedirme que nos escapemos para poder ver a tu padre, quién jamás se ha preocupado por venir a verte o ha intentado sacarte de aquí a pesar de que eres lo único que tiene.

Se sentía incómoda por saber con lujo de detalles la situación familiar de cada una, excepto la de Jubal, quien parecía ser la única cuerda como para no hostigarla. Aunque probablemente se debía a que ella no tenía familia alguna.

-¿Tienes que ser tan cruel?- la reprendió Zsarda tocando el hombro de la menor para apartarla de Gisa.

-¡Ya me cansé de decirles que no!

-Tampoco es para que te pongas así.

-Ruhú tiene razón, lo único que te pedimos es un plan, no tienes porqué acompañarnos si no quieres.

Miyan se acercó a las demás, lista para brindar su opinión cuando Ajiva se adelantó y habló.

-No necesitamos nada de nadie. Hemos peleado contra ellos, si quieren detenernos, que lo intenten. Pero yo iré con mi familia.

-¿Ahora mismo?- preguntó Míhe viendo el morral que Ajiva llevaba en la espalda.

-¿Qué llevas ahí?

-Todas las ofrendas. Si vamos a ir a la guerra no vamos a necesitar nada de esto y podría ser de utilidad para mí familia.

-¡Que buena idea! Todas vayan por sus ofrendas- Tripya animó a las demás, quiénes se apresuraron al interior del templo.

Gisa negó con la cabeza y continuo sacando filo a su espada. Ajiva se sentó a su lado. Su relación había sido tensa desde el principio, pues siempre estaban peleando, pero ahora no encontró nada que decirle.

-¿Crees que te van a recibir en casa?- le pregunto Gisa en voz baja, si Ajiva no hubiese estado mirándola no se habría dado cuenta de que habló.

La virgen de la muerte no se atrevió a contestarle, pues no estaba segura de la respuesta. Habían asesinado a su hermano por su culpa, pero aún así quería hacer un último intento para estar en paz con su familia.

-¿Es por eso que no quieres acompañarnos? ¿Por qué temes que no te reciban?

Gisa apretó la mano en la empuñadura de su espada, molesta porque la atención regresó hacía ella.

-Se alegraron al deshacerse de mi, ¿piensas que estarán felices si me aparezco en su puerta? ¿Piensas que tengo algún deseo de ver sus rostros? Si los tuviera delante de mí, los atravesaría con mi espada.

Ajiva suspiro en derrota, era inútil hacerla cambiar de parecer. Gisa tenía razones de sobra para odiar a los suyos, pero intentaba ofrecerle un cierre para que su cabeza estuviera despejada en el campo de batalla. Todas necesitaban estar concentradas en ganar, no en odiar o extrañar a sus familias.

-No voy a obligarte a ir con ellos, pero podrías acompañarnos. Si las deidades vienen por nosotras tendremos más posibilidades de sobrevivir si estamos juntas.

Se puso de pie antes de que Gisa tuviera oportunidad de negarse y la dejó para que considerara sus palabras.

Dentro del templo todas hablaban sin parar, dando detalles sobre sus infancias y de cómo eran sus familias. Terla era la más animada de todas, pues esperaba tener tiempo suficiente para no solo ver a sus padres, sino también a su prometido.

Las Doce VírgenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora