30

0 0 0
                                    

Jubal recordó el momento en que Miyan fue detrás de Hos, con esa intensidad, decidida a cobrar venganza por la muerte de su hermana.

Si tan solo en ese momento hubiera podido dominar sus sentimientos, aunque estos eran justificados, todas ellas podrían salir de aquel Lago con bien. Ahora, faltaba un alma para intercambiar.

Observó el recipiente en manos de Rovek, donde él había guardado las almas de las deidades bajo el mando de Zadro, una vez que los asesinó.

¿A quien podría dejar atrás?

Cada una de ellas merecía vivir por razones tan diferentes. ¿Cómo podría decidir sobre la permanencia en la muerte de una de sus hermanas? E incluso, ¿dejaría que Rovek tomase esa decisión por ella?

-Tiene que haber otra manera- susurró negando con la cabeza la realidad ante ella.

-No la hay- respondió el guardián del Lago. –A menos que quieras ofrecer tu vida.

Jubal volvió la vista a aquel prominente ser y después la dirigió al Lago sobre sus cabezas. ¿Qué tan malo sería ir a parar a ese lugar?

Sabía con certeza que su alma vagaría, quizá con tranquilidad, por aquellas aguas brillantes. No parecía un mal lugar para estar antes de que su alma se consumiera.

La idea apenas estaba asentándose en su mente, cuando Rovek habló.

-No lo harás- prácticamente le gruñó agarrando su mano, como si de esa forma fuese a detener sus pensamientos e impulsos. –El plan es salir con ellas, no sin tí.

-¿Y que otra opción tenemos? No voy a volver a abandonarlas.

Sin embargo, aún había que reclamar un alma divina que merecía la muerte; Zadro.

El sangriento recuerdo de sus muertes se reproducía en mente de Jubal, mientras Rovek era receptor del mismo. Sin saberlo, ambos eran víctimas del dolor de aquellas jóvenes mortales que tuvieron un destino tan cruel e injusto.

El mismo ser que les brindó poder a través de engaños, por quién habían sacrificado tanto, había sido el verdugo de sus vidas hasta que este mismo se las había arrebatado de una manera tan violenta, que aún persistía en el espíritu de las jóvenes el eco de aquel desgarrador dolor.

Aún estaba en el corazón de Jubal el sentimiento que la impulsaba a tomar venganza por sus hermanas. No podría deshacerse de éste hasta que no hubiese culminado con aquella vida.  Estaba dispuesta a arriesgar su propia vida para destruir a Zadro, pero ahora se le presentaba la oportunidad de sacrificarse por el bien de una de sus hermanas.

¿Valdría más el amor que el rencor?

En cualquier caso, Rovek no le permitiría arrojarse a los leones, pues aunque sabía que por medio de la mortal ya no podría recuperar a Zema, le había cogido cierto apego a aquella mujer con ojos tan lástimeros.

Él quería que viviera y descubriera por si misma el lado bueno de la vida. Aún había tanto que ver sobre su mundo, y planeaba comprarle todo el tiempo que pudiese para que lo presenciará con sus propios ojos. Había adoptado el honor de proteger a aquella criatura, a pesar de que ésta ya fuese capaz de defenderse a sí misma ante cualquier adversidad.

Rovek reconocía su valor, y a pesar de ello, esperaba ser capaz de interceder para que no sucumbiera a su coraje, por lo menos el tiempo que aún siguiera con vida.

Aunque ahora, siendo testigo de las lágrimas en sus ojos, no se creía con la valentía de acabar con su existencia y dejar a Jubal a la deriva. Alguien tendría que mostrarle cómo sacar la mayor ventaja de los dones que Zema le había concedido.

Su cabeza estaba tan revuelta y las sombras que lo rodeaban comenzaron a mostrarlo.

-Primero debemos estar seguros de que están aquí- dijo Rovek con calma, aún sosteniendo en el recipiente las almas a intercambiar. –Y crear un nuevo cuerpo para habitar.

Rovek aún no le había hablado del mayor problema, pues ella ahora poseyendo el poder de Zema, tarde o temprano se haría un ser inmortal, tal como él, mientras que si Lusila creaba nuevos cuerpos para sus hermanas, estás terminarían muriendo, y ella tendría que presenciar una vez más como eran arrebatadas frente a sus ojos.

-Si no sacamos sus espíritus de aquí podrían desaparecer.

Jubal se apretó las manos con nerviosismo. ¿Se arriesgaría a esperar a encontrar un alma para intercambiar o las sacaría ahora, aunque eso significase dejar a una atrás? ¿Se arriesgaría a perderlas a todas?

Quería, con todo su ser, volver a sentir el cariño de sus hermanas. Sin embargo, no quería hacerlo a costa de una. Por lo que ocultó sus intenciones a Rovek, pues ella sería la que aguardara en el Lago de los Espíritus hasta que Rovek trajese a su hijo en sacrificio.

-Hagámoslo.

-Cuida de su cuerpo- ordenó la máxima divinidad al guardián, el cual asintió con solemnidad.

Antes de que Jubal entendiese de lo que hablaban, Rovek tomó su mano extrayendo su espíritu de su cuerpo y ambos fueron absorbidos por el Lago.

Mientras el cuerpo de Jubal caía inconsciente al suelo, su espíritu navegó con fluidez por las aguas cristalinas hasta que se incorporó con las demás almas inmortales, quiénes esperaban su descanso eterno.

-Busca a tus hermanas, atraelas a tí- escuchó la voz de Rovek dentro de sí misma. No podía verlo, pero sentía su ser guiándola para que no perdiera el rumbo.

Fue cómo llamar a extensiones de si misma. En pocos momentos comenzó a sentir las vibraciones de los espíritus de sus hermanas viajar hacia ella.

La misma sensación cuando las dirigía en el campo de batalla volvió a recorrerla. Después, un ser diminuto se adhirió a su costado, hasta que varios espíritus la rodearon, haciendo que el peso redujera su paso.

Las pudo sentir a todas, esa pequeña parte de sus personalidades, llamándola. Mwey, Ajiva, Zsarda, Gisa, Míhe, Miyan, Rúhu, Latwo, Vasthia, Tripya...

Siguió llamando a su mismo ser, pero nadie más respondió. Terla no se encontraba en el Lago de los Espíritus.

Jubal desconocía que el amor de Terla hacía su prometido había sido tan puro e intenso, que cuando Hos puso fin a sus vidas, el espíritu de Terla se aferró al de Tam, desapareciendo uno al lado del otro.

Tan rápido como entró, de esa misma manera volvió a tierra firme. Rovek liberó los espíritus del séquito de Zadro, permitiendo que Jubal pudiese atravesar la barrera con sus hermanas.

Su espíritu volvió a su cuerpo, sin embargo, aún seguían aferradas los de las demás, por lo que le tomó unos cuantos momentos recobrar el sentido. Cuando lo hizo, no pudo evitar expulsar su estómago a los pies del guardián.

Rovek se hinco detrás suyo, sosteniéndola mientras vomitaba.

-Tu cuerpo mortal está tratando de acoplarse a las almas que tienes encima- la ayudó a incorporarse. –Ademas, ahora el espíritu de Zema está completo en tu interior.

A pesar de su explicación, Jubal no pudo prestarle atención.

-Voy a sacarlas de tí- le advirtió tomando sus manos, extrayendo el espíritu de sus hermanas y posándolos en el recipiente donde antes estaban las otras divinidades.

-Terla no estaba- susurró con ojos llorosos a causa del vómito.

Había tenido una muerte tan horrible y no sería capaz de vivir de nuevo para enmendar sus errores. Ella había escogido desaparecer por siempre. El amor la había mantenido cautiva aún después de su muerte, que con sus últimos suspiros se esforzó en seguir a su amado al eterno descanso.

Rovek no la conoció, pero sintió empatía por el dolor de Jubal. Aún después de extraer a todos los espíritus, no soltó sus manos.

Las Doce VírgenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora