XVII

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Joaquín se encontraba acostado boca arriba en un delgado y sucio colchón en el suelo, las sábanas y frazadas desparramadas a su alrededor ya no lo abrigaban.
En la cintura, una pistola 45 sobresalía de su pantalón, cada tanto la tocaba entre sueños para asegurarse que aún estuviera con él y esa acción me hacía sentir bastante identificada.
Yo también despertaba entre las noches a palpar mi navaja escondida bajo el colchón.

Ya comenzaba a amanecer y yo había pasado gran parte de la noche en el sillón viendolo retorcerse, patalear e incluso murmurar cosas sin sentido. 
Su sueño era caótico, entrecortado y casi que violento.
¿Qué cosas tan horribles habrá vivido o habrá provocado que ahora no le permiten dormir con tranquilidad?
¿Cuántas de sus malas acciones se convierten en pesadillas?

Un poco lo observaba con envidia y rabia porque aunque de mala manera, por lo menos él si había logrado conciliar el sueño esa noche, mientras que yo la había pasado en vela.
Él era un victimario, un eslabón pequeño que hace a las grandes mafias, parte de las escorias del narcotráfico que tantas vidas arruinan y aún así lograba dormir.
Mientras que las víctimas no volvían a descansar jamás.

Otro poco lo miraba con lástima cuando entre sus murmullos se escapaban suplicios y porque quizás esta es la vida que le tocó, porque quizás él sólo buscaba salir del fondo sin darse cuenta que sólo lograba hundirse más.

Me gustaba pensar que yo era su buena acción en la vida, una pequeña apuesta para redimirse antes de partir a las profundidades del infierno, una muestra de que aún conservaba un poco de humanidad y quién era yo para arrebatarle esa posibilidad.

Cuando Joaquín despertó pasó un largo rato refregando su cara y rascandose el cuero cabelludo, logrando que sus rulos se alboroten.
Estoy segura que no recordaba donde estaba ni con quien, hasta que volteó y me observó sentada en el sillón.

Sonrió al verme como si se hubiera alegrado de no despertar en absoluta soledad, pero su semblante cambió cuando me preguntó en que fecha estabamos.

— 2 de Agosto— respondí y él no volvió a hablar.

Desayunamos en silencio, él tenía la mirada fija en el matecocido y yo seguía sin atreverme a preguntarle que le pasaba. No estaba tan segura de querer saber.

—¿Cómo dormiste?— preguntó Joaquín.

—No dormí— respondí negando.

—Perdon, seguro ronque mucho— se lamentó.

—No te preocupes, es mi cabeza la que no me dejó dormir— sonreí— igual vos tampoco dormis muy bien.

Joaquín rió amargamente y después de darle un largo trago a la taza de matecocido suspiró con potencia, como juntando valor para volver a hablar.

—Hoy es el cumpleaños de mi hija— soltó y yo abrí mis ojos grandes ante su confesión.

—No sabía que tenías hijos— expresé sorprendida.

—Solo tengo una.

—¿Vive con vos en la frontera?— pregunté.

—No, pero es una historia larga.

—Yo tengo todo el día— expresé y él asintió.

—Fue en 2005, yo tenía 20 años y vivía en Mataderos. Tenía amigos en esta villa, siempre anduve en las malas, desde que era un wachin. Acá conocí a Carmen, una paraguaya hermosa y trabajadora, era todo lo que yo no era— sonrió recordando— Cruzaba toda la ciudad para verla aunque sea un ratito, su familia me odiaba, decían que yo había llegado para cagarle la vida y creo que no estaban tan equivocados— se lamentó.

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⏰ Última actualización: May 24, 2020 ⏰

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Te Busco (Cazzu, C.R.O)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora