XII

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Cuando cierro los ojos aún puedo recordar aquella primera noche. La angustia, la incertidumbre y esas gotitas de esperanza que corrían por mis venas.

El sonido de las sandalias con taco golpeando sobre el cemento, la música alta, las carcajadas y el acento de los extranjeros provenientes del otro lado de la frontera.

Mi primera noche en un prostíbulo marcó un antes y un después, nada volvió a ser como antes luego de aquella noche y aunque las sensaciones eran muchas creo que la que se quedo en mí por algún tiempo fue la de mis piernas temblando.
Temblaban tanto como si estuvieran preparadas para huir de aquel sombrío lugar, como si estuvieran a punto de quebrarse en mil pedazos.

Esa sensación tan escalofriante me acompañó en cada una de mis pesadillas las semanas posteriores, como una especie de cicatriz de las primeras batallas.

Hoy mis piernas tiemblan otra vez, pero a diferencia de aquella ocasión el miedo y la angustia se encuentran lejos, encerrados en una cárcel que forman cada uno de sus besos.

Hoy mis piernas no tiemblan, hoy mis piernas laten como los corazones alegres.
Los temblores quedan para los malos momentos, para el terror de tantas noches que quisiera olvidar.
Él está lejos de todo aquello, él es la anestesia al dolor que me niego a soltar.

La humedad de su boca tan cálida se entremezcla con el sabor de la cerveza rubia y yo creo estar a punto de perder la poca cordura que aún conservo.

El oxígeno se entrecorta pero me niego a despegar mi boca de la suya, como si de pronto hubiera encontrado mi lugar en el mundo y temiera salir de él.

Una sonrisa se dibuja en su rostro al notar que mis manos aprietan su nuca cada vez un poquito más fuerte y mi boca no planea dejar de jugar con la suya.

Su torso desnudo antes tan frío, ahora arde y yo ardo junto a él.
Ya no hay lugar para las tristezas, mi mente ni siquiera las recuerda, no queda espacio para lamentarse cuando su amor tiñe lo negro.

Las prendas de vestir se despojan casi sin darme cuenta y el frío de los azulejos blancos del baño se pegan en mi espalda.

Él se aleja un poco para desabrochar su pantalón y lo observo detenidamente. Cada tatuaje, cada gesto, cada detalle que lo conforma me parece alucinante.
Mi piel se eriza, mis ojos se dilatan y mi corazón que intenta escaparse. Todo se vuelve a su favor y él lo sabe.

Me sonríe mientras su mirada recorre mi cuerpo cargada de deseos y eso bastó para que me convierta en un aguacero frente a tanta hermosura.

La corta distancia comienza a molestar y su cuerpo, ahora totalmente desnudo, vuelve a pegarse al mío.

Sus caricias, sus besos, su sexo, todo junto a él se sentía bien y comencé a preguntarme como pude vivir tanto tiempo sin esto.

Mis piernas enredadas a su cintura continuaban vibrando a su ritmo, las transpiraciones se mezclaban y el placer se apoderaba de nosotros.

Era perfecto, Tomás le estaba dando un nuevo significado a las piernas que tiemblan, a los corazones acelerados, a las miradas con deseo y por sobre todo al sexo.

Cuando todo terminó las lágrimas volvieron a salir pero una sonrisa las acompañaba, era la alegría de volver a sentirme en paz por un momento, la alegría por descubrir un mundo nuevo para mí.

Nos limpiamos y vestimos en silencio, las palabras sobraban, los cuerpos ya habían hablado y nunca habían sido tan claros.

Tomás comenzó a reir discretamente y su sonrisa fue tan contagiosa que me obligó a reir junto a él aunque desconociera el motivo.

-¿Por qué te reis?- pregunté rompiendo con la burbuja de silencio en la que nos encontrabamos.

-Nada, me estaba acordando que anoche no paré de pensar en vos, creía que nunca más te iba a tener cerca y miranos ahora- respondió sin borrar su sonrisa.

Solté un suspiro adolescente como quién chatea por primera vez con su amor de colegio y él volvió a reir.

-¿Vamos a comprar puchos?- preguntó mientras colocaba su campera de jean.

-Vamos- acepté sin dejar de contemplarlo.

Antes de que pudieramos salir, Chulu ingresa por la puerta de chapa. Su rostro se sorprende al verme dentro de su casa y busca la mirada de su amigo trantando de encontrar una explicación pero Tomás sigue en la suya como si nada raro hubiera pasado.

-Hola, vine a pedirte un cigarrillo y me encontré con Tomás que me convido el que estaba fumando- intenté explicar mientras él seguía mirandome con intriga.

-Ah, esta bien- respondió Chulu que continuaba mirandome como si hubiera visto un fantasma.

-Si y era el último. Así que vamos a comprar- agregó Tomás agarrando mi mano para dirigirnos a la salida.

-Espera, Julieta...- expresó la voz de Chulu interrumpiendo nuestra retirada.

-¿Qué pasa?- pregunté ya algo preocupada al notar la manera en que él nos observaba.

-No, nada deja boludeces mías- respondió algo incómodo al observar que Tomás y yo teníamos nuestras manos entrelazadas.

-Eh amigo, ¿Qué te pasa? Habla- insistió Tomás.

-Capaz flaye cualquiera pero ¿puede ser que hay alguien en tu casa?- preguntó Chulu.

Mi corazón se detuvo una milésima de segundo y antes de que pudiera responder, Tomás estaba abriendo la puerta al grito de se metió un rastrero.

-No, espera. No se metió ningún rastrero- expresé deteniendolo en medio del patio que separa mi casa de la de Chulu y Homer.

-¿Y entonces? ¿Quién está en tu casa?- preguntó Tomás lleno de intriga.

La puerta de mi casa se abre frente a nosotros, Joaquín sale del interior con los rulos despeinados y su ropa arrugada.

-Ju perdón me quedé re dormido, tu cama es muy cómoda- rió acercándose a nosotros- ¿No me vas a presentar a tu amigo?

Las manos frías de Joaquín se posaron sobre mi cintura y el rostro de Tomás se transformó completamente.
La intriga se había despejado y una parte de mi se rompió al imaginar las cosas que estarían pasando por la cabeza de Tomás en ese instante.

....


Te Busco (Cazzu, C.R.O)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora