Una nueva declaración

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—¿No va a venir?

La mujer miraba a su hijo con suavidad, tratando de no expresar enfado en ningún centímetro de su rostro.

El padre de Abdiel debía llegar a las cuatro de la tarde para llevarlo a su casa por el fin de semana y el pequeño estaba muy emocionado por el encuentro. Había elegido él mismo su ropa y peinado su cabello de una manera diferente, incluso había hecho sus deberes por adelantado en caso de que no pudiera realizarlos durante esos días.

Era la primera vez que tendría un tiempo a solas con su padre desde el divorcio.

Sin embargo, en ese momento eran casi las diez de la noche y el infante, quien no había querido levantarse del escalón frente a la puerta principal ni siquiera para comer en la mesa, mirando todos los autos pasar frente a su hogar, entró cuando el frío se hizo insoportable y se atrevió a preguntar algo de lo que ya estaba seguro.

—Cariño— comenzó la madre con un tono muy dulce, aganchándose hasta la altura del pequeño—, sé que estabas muy emocionado por que viniera hoy.

—Pero no vendrá— completó la oración, asintiendo apesadumbrado—. No importa. De todas formas estaba cansado.

Yerin miraba la escena en silencio, con una sensación de angustia creciendo en su pecho que nunca antes había sentido.

Lo siguió escaleras arriba y, cuando el muchacho cerró la puerta y se acostó sobre la cama, se sentó en el suelo para mirar sus pequeños ojos melancólicos comenzando a lagrimear en silencio. Llevaba unos días cuidando de él, pero aún no podía acostumbrarse a las emociones humanas.

Comenzó a cantar una canción de protección con una voz susurrante, causando que un par de minutos el muchacho se quedase dormido, sobre la cama y con la ropa puesta. No sé veía relajado del todo, pero era lo mejor que podía hacer. No era posible proteger a los humanos de sus emociones.

—No te rindas, mi niño. Vas a ser muy fuerte.

Quiso acomodarlo mejor, pero no podía tocarlo, así que confío en trabajo a su madre y volvió a bajar las escaleras. Vio que la mujer estaba sentada en el sillón más grande de la sala, balbuceando algo de manera furiosa mientras revisaba algo en su teléfono.

Yerin no tenía razones para involucrarse en algo como eso a menos que su humano se viera en riesgo físico y hasta ese momento no había detectado peligro alguno.

Salió de la casa y se arrojó a la noche con las alas abiertas en todo su esplendor. Se le había hecho muy tarde de nuevo, pero no se molestó en darse prisa.

Contempló las estrellas brillando en lo alto, la luna llena, la ciudad encendida desde las alturas y sin saber en qué instante todo aquello se había vuelto tan familiar, menos maravilloso, menos intrigante.

Recordaba haber contemplado el cielo junto a Eunbi por horas y haber visto las estrellas impresas en su iris, reflejadas en su adorable sonrisa, bañando su cabello plateado. En esos momentos parecía que la noche era una interminable y hermosa, que nunca se iba a cansar de admirarla.

Tal vez no era la belleza del cielo, sino Eunbi.

Cuando llegó a la plataforma de aterrizaje e intercambió su brújula con su compañero, no se sorprendió de ver que su amada no se encontraba allí. Después de todo, habían acordado no esperarse cuando se hacía muy tarde.

La buscó en su lugar de siempre y la vio tendida de costado, con las alas encogida tras la espalda para guardar el calor y el rostro pacífico de un buen sueño.

La muchacha se acercó con cuidado y tomó asiento a su lado, sin apartar su mirada de adoración de la diminuta figura que reposaba junto a ella.

—Eunbi— su voz había sido catarina a pesar de no ser más que un susurro—, lamento llegar tarde de nuevo. Mi humano es muy pequeño para experimentar el dolor y aún así tiene un poco de él cada día— sus ojos sufrieron un destello de inquietud momentáneo, pero se obligó a no conectarse más de lo necesario con esa sensación de compasión—. Es mi deber protegerlo para que pueda crecer y protegerse a sí mismo, pero siempre voy a volver para cuidar de ti también.

De pronto su corazón empezó a revolotear, demasiado avergonzada como para continuar con la mirada sobre ella, así que le dio la espalda a Eunbi para poder liberar sus emociones con tranquilidad.

—Cuando te vi por primera vez, supe que estábamos destinadas. Me sentí realmente viva— soltó un ligera risita, soñadora— Recuerdo que evitabas incluso mirarme y que intentabas tomar caminos más largos hacia las plataformas para no encontrarte conmigo, pero tuviste la mala suerte de que me pidieran enseñarte a volar. Estabas tan avergonzada de mostrarme tu alas. Eras tan tímida— se permitió negar con la cabeza juguetonamente— y yo me sentía totalmente perdida por ti. Solo quería que escucharas mi corazón. Estoy segura de que si te hubiese conocido en vida, me habrías flechado a primera vista. Me pregunto si cuando empezaste a sentir lo mismo por mí.

—En cuanto te conocí, cariño.

Yerin se tensó en su sitio y no tuvo que darse la vuelta para saber que Eunbi se había sentado. Sus brazos la rodearon desde la espalda, transmitiendo un calor estremecedor contra sus alas, y su mentón encontró sitio sobre su hombro derecho, dando espacio suficiente para que su cabeza se inclinara.

—¿Estabas despierta?

La joven rió dulcemente, estrechando el contacto con suavidad.

—Sabes que no puedo dormir so no estás conmigo.

Yerin intentó girar entre sus brazos para enfrentarla, pero el tamaño de sus alas la atascó a mitad de la vuelta, haciendo que ambas rieran avergonzadas. Su compañera aflojó un poco el agarre para que la muchacha pudiera mirarla de frente y no esperó un solo instante para darle un beso sobre los labios.

—¿Por qué no puedes decirme cosas así de lindas cuando estoy despierta?— depositó otro beso, esta vez un poco más extenso y más húmedo que el anterior—. No puedo conformarme con una sola declaración de amor. Quiero cientos. Quiero que me digas que me amas de esa forma todos los días.

—Lo haré, Eunbi.

—Tienes que prometerlo.

—Lo prometo.

Entre cada frase había un nuevo beso y en algún momento la palabras comenzaron a evaporarse. Sus labios apenas lograban separarse del contacto que, aunque era mucho más intenso que el que acostumbraban sostener, aún era muy dulce.

De manera extraña, Yerin no se sintió incómoda con aquel tratamiento. Es más, sintió que era una distracción perfecta para su vergüenza, así que no lo detuvo.

Solo los primeros rayos del sol que llegaron al amanecer las hicieron cesar y no fue un secreto para ningún ángel de los alrededores que habían compartido besos durante toda la noche.

La sonrisa de Yerin era imborrable y Eunbi no había podido evitar contarle a sus amigos de aquello en cuanto su amada salió a cumplir sus labores de guardián. Luego pensaría una manera de calmar su enojo, pero tenía que compartir esa felicidad.

Memoria [AU SinRin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora