024.

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Jeongguk.

Lo había jodido. Lo sentía como si mi propia cabeza se encontrase burlándose de mí ante las acciones que me había hecho cometer. Sabía que había sido un hijo de puta y, por primera vez, me molestaba tener que admitirlo; si bien me enorgullecía ante el aborrecimiento de los demás ante la mención de mi nombre, en esos momentos de pie frente al maldito espejo del baño, me hallaba odiando mi propio reflejo. La hermandad que había mantenido con los chicos no la había usado con ningún propósito de venganza, mucho menos con la intención de crear un monstruo que no sólo se esforzaba por herir a los demás, sino que también a sí mismo.

No sabía ya para ese entonces contra quién me encontraba más frustrado: mis acciones o la intención oculta que ocupaba Park Jimin. Si bien era cierto que había buscado aquella reacción de parte de Byeol por mi cuenta, no me simpatizaba en lo absoluto que el peli-negro (o todos en general) se habían aprovechado de su despecho para intentar ponerla en mi contra. Verla besarse con aquel hombre me causaba un infierno de emociones que no sabía por dónde liberar. Era estúpida, amena, la manera en que se había empeñado en desgraciarme la vida, como si haberme quitado la atención del grupo no hubiese sido suficiente.

Mi mano se estampó contra el mármol que decoraba los alrededores del lavabo y me decidí a cerrar los ojos; era cierto que me encontraba en negación, no quería ser castigado de aquella manera. Digo, ¿siquiera necesitaba ser castigado? ¿no era el despecho y la amargura de los celos suficiente? ¿también requería de perder a una mujer como Byeol?

Maldición, nunca debí haber llamado a Daehwa.

Pasándome la mano por la cara hasta llegar las hebras de mi pecho, por primera vez sentí lo que era arrepentirse, no sólo de lo que le había causado a Kang Byeol, sino de todo lo que alguna vez había hecho por el simple hecho de arriesgar... porque no tenía nada que perder. ¿Realmente podré cambiar alguna vez? ¿Era tan difícil? Respirando de manera temblorosa me decidí a mirarme nuevamente. O, simple y llanamente, este es quien soy.

Jeon Jeongguk, el hijo de puta.

No sabría decir si era por comodidad o simple apego al sobrenombre, pero el tono de aquello no me parecía tan mal.

No quería y no estaba listo para cambiar. Kang Gabyeol era un pasatiempo, tal y como las demás. Lo superaría eventualmente.

De manera clara, aquella insulsa manera de evadir mi crisis emocional no perduró lo suficiente para hacerme sentir mejor sobre mí mismo. Era como si ya mentirme en forma de pretexto para evitar hacerle frente al hecho de que era humano se volviera más bien un juego en el que, no importa qué estrategia utilizara, iba a salir perdiendo. ¿Realmente así acabaría la faceta de fortaleza de la que me había vestido por tanto tiempo?

Por más absurdo que sonase, ¿realmente era mi turno de pagar por lo que había hecho?

Sin saber cuánto tiempo estuve de pie en el umbral de la puerta del baño, conectada con mi habitación, el tintineo de un mensaje entrado al buzón de mi celular me sacó del trance en que, por poco, llegué a hundirme a mí mismo. El ligero deseo de que aquella fuera una distracción al rescate, domó la tensión que se había producido en los músculos de mi espalda, casi causando su relajación.

No obstante, la rigidez pasó de manera abrupta a mi garganta cuando elevé la brillante pantalla hacia mis ojos y lo primero que hallaron mis pupilas fue el nombre y apellido de Park Jimin, y debajo de su nombre, una oración que a simple viste parecía inocua, pero de la cual supe de dónde había surgido su referencia:

"¿Cómo se siente estar vulnerable, Jeongguk?"

Mis dedos se presionaron contra el material del aparato, mientras que mis labios se separaron en un intento por dejar en libertad aunque sea un poco del espasmo de furia que se produjo en mi cuerpo y se volvió una masa de maldiciones en mi cabeza, en las que recordaba cada una de las veces en que había visto sus ojos bañarse en una tristeza de la que yo era culpable:

"- ¡Eres un maldito desgraciado, Yoongi!"

Las lágrimas que un entonces habían servido de saciedad para mi propia oquedad, volvieron a mi mente como una película de mísera producción en la que me veía a mí mismo como protagonista cuando quería denominarme como el antagonista; el ardor de los gritos que salían de su persona cuando en mi había plasmada una sonrisa, consiguió abofetear el rostro de mis mentiras y engaños... hacia mi propia persona.

"- No sabes cuánto disfruté hacerlo."

Siseé ante el sabor del veneno con el que había expulsado dichas palabras, como si me hubiese servido de premio para una competencia a la que había intentado ganar, no contra él, pero con mi propia impotencia y maldad y el dolor detrás de una intención vacía que no cargaba más que resentimiento por una persona que ni siquiera estaba consciente de lo que estaba causando.

"- ¿No te das cuenta que ella no te quiere?"

Arrojé el celular en la cama para llevarme las manos hacia la cara como si de esconderme de las voces de mi cabeza se pudiera. Era mordaz, amonestada la manera en que mi cabeza estaba consiguiendo reírse de mi, cuando se había esforzado en hacerme creer que una simple venganza era un juego en dirección a un solo camino, cuando, en realidad era una espada de dos filos.

Le había mentido a Jimin.

Le había mentido a Byeol.

Me había mentido a mi mismo.

Y esperaba que los demás fueran honestos conmigo.

La picazón en mis pupilas surgió de manera tan esperada como inesperada; de manera ardua me hallé estirando el cuello hacia atrás como si fuese a evitar el lagrimeo. Apretando los labios como si alguien estuviera mirándome desde arriba y pudiese entender, o al menos, tranquilizar la febril manera en que sentí (tan física como mentalmente) mi pecho romperse en pedazos como las miles mentiras y veces en las que disfruté de hacer el mal. Intenté acaparar en mi garganta el sollozo que no quería siquiera escuchar, como si me viera ajeno a sentir algo más que ira... ira y decepción.

Lloré como vi llorar a Jimin.

Lloré como vi llorar a Byeol.

Y me sentí desnudo, así como sentí a los demás reírse de mi desnudez.

No supe si culparme a mi mismo por ser débil o si culpar a aquella mujer tan incitadora por haber sido mi debilidad. No pude creer, o por lo menos entender, cómo había maniobrado meterse debajo de mi piel cuando ni siquiera estaba consciente de que había algo más debajo de la suya. Aquella era mi represalia, me imaginaba.

Pero, ¿a caso no lo podía decidir por mí mismo? Si quería ser castigado, ¿tenía la opción de elegir mi castigo?

Porque, retirando con ímpetu la desapacible humedad que habían marcado mis mejillas, tomé el celular entre mis temblorosos dedos y, sin un suéter en mano (porque siquiera pude pensarlo) o la suficiente tibieza en mis pies, me encaminé en dirección de la única persona que quería que decidiera mi castigo, puesto que su persona había sido la que, sin mucho esfuerzo, desató mi juicio ante una situación de la que no podía escapar hasta que ella me dejara libre.

Si iba a ser castigado, quería que ella fuera mi penitencia.







maratón 1/2.

ahre, no sé si se acuerdan de vulnerable pero alta referencia

-ema.

NAKED | JEON JEONG GUKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora