026.

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Jeongguk.

Para haber sido lo suficiente estúpido en elegir caminar en vez de manejar, había logrado llegar para el amanecer. La lumbrera del horizonte se reflejaba en los costados del edificio con el que tanto empeño, así como un desazón se hallaba bailándome en la boca del estómago, había emprendido camino en su dirección.

Me mantenía esperanzado de que aquella mujer no haya sido lo suficiente impertinente para continuar molesta conmigo; por más que sonase egoísta, quería comerme el cuento de que si conversaba con ella, habría forma de arreglar el desorden que yo mismo había ocasionado. Al menos no me restringía de enfrentar la culpa, que, a su vez, era pesada y molesta de llevar una vez el ding del ascensor irrumpió junto a mi irregular respiración, debido a la corrida hacia el apartamento. El pasillo se presentó frente a mi, con la luces demasiado tenues para mi gusto, a pesar de que la luz en las ventanas se encargaban de alumbrar el resto del mismo. Daba una sensación un tanto sombría, si se hablaba con la verdad.

Sin embargo, no fue la cobardía que se amontonó con los nervios y la incapacidad innata que tenía de no querer nunca admitir mis errores lo que me detuvo dentro del ascensor un poco más: en el fondo de aquel siniestro corredor se hallaba una figura que no dudé en discernir, frente al lugar donde planeaba asistir.

No podía ser Jimin tan inoportuno.

A pesar de que no había pasado el tiempo suficiente desde nuestro último encuentro, donde él había acabado en el piso y yo con los nudillos hinchados de golpearle, su cara no se hallaba tan magullada como lo había prepuesto. O, al menos, supuesto. Cuando le alcancé, debido a que el ascensor casi me deja encerrado una vez más, pude discernir en su mirada que yo no era el único que me encontraba, no solamente confundido, pero aún enfurecido ante las pasadas acciones. Los pequeños ojos del peli-negro me escrutaron el rostro y decidí a detenerme a una debida distancia, entre donde podía ver la placa de la puerta pero también la incómoda mirada del hombre.

La ira comenzaba a incorporarse junto a la desolación y la amargura de contusionar mi propio ego y orgullo al presentarme en aquel lugar; siendo de sensación ardiente y un tanto ácida, me mordí el interior de la mejilla, observando aún aquel muchacho que solía considerar amigo de la infancia y me llegó a parecer inevitablemente insulso entender dónde habíamos llegado. Decir que lo odiaba no era justo, pero recordando aquel texto que me había enviado, llegaba a parecerme una buena idea.

- ¿Qué haces aquí? -y, para agregar, el tono arduo, cargado de un tono parecido a la molestia, consiguió enfurecerme lo suficiente para entornar los ojos en su dirección así como mis manos de manera innata se volvieron puños. No era mi intención el volver a remarcar las heridas que le había ocasionado, pero en mi pecho había aquella urgencia de saciar la incrementada de ira que, para qué mentir, no era ni digno de sentir.

Sin embargo, como si de salvarme un poco más la humillación se tratara, el peli-negro se encargó de suspirar pesadamente en dejo de rendición (o reprimenda) así como desvió la mirada hacia el suelo antes de sacudir la cabeza, dando indicios de lo que me iba a decir no eran buenas noticias pero más que mostrarme ansioso, mi ceño se frunció en confusión.

- No contesta -soltó sin más.

Dejando ir la carne de mi mejilla, me digné a echar un poco hacia delante, tratando de observar bien la puerta de entrada del apartamento como si aquello fuese a darme las respuestas a las preguntas que para ese entonces empezaron a formarse en mi cabeza. Por el rabillo del ojo, pude discernir cómo mi acompañante (porque no encontraba otra forma de llamarlo), se encogió en dirección a la puerta llamando mi atención de tal manera que tuve que retroceder nuevamente para hallarle explicación a lo que hacía.

NAKED | JEON JEONG GUKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora