8 sacra lujuria

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Cerró la puerta tras de mí. Se giró, tocándose las sienes.

-Dime, querida mía, ¿Por qué acabas de meternos en el lío más grande jamás contado?

-Nadie en ningún mundo tiene derecho a llamarle imbécil, ni a decir que yo soy su puta personal.

Agarró el bastón, para darme, pero se detuvo.

-¿Qué?

-Así es. Si me quiere aporrear hágalo ya, pero no voy a permitir eso de nuevo, volvería a abofetear a ese idiota las veces que haga falta- Me puse cara a cara, nuestras caras casi se tocaban.

Me miró, con los ojos encendidos como dos brasas, esa sonrisa eterna, me tomó de la cara, no sé cómo pero sus garras atravesaban sus guantes, y de una manera salvaje, me besó.

-Querida mía...tu sabor es tan fuerte como tu carácter, eres exquisita...-Me apretó tanto la mejilla que me hizo sangrar, pasó su pulgar por la lengua, mirándome.

-Oh señor del infierno, ardiente...

Me volvió a besar, yo no dije nada, dejé que el silencio hablara por mí, ¿qué mas podría hacer? Su lengua, buscaba jugar con la mía, me arrinconó contra la pared, poniendo sus manos en mi cintura, yo respondí, tomándolo de la cara, no sé porqué, mis manos fueron a sus orejas, al frotárselas, actuó de manera salvaje, mordiendo mi labio, me lo rajó, y siguió saboreando mi sangre, se sacó la chaqueta, sin dejar de besarme, y fue a mi cuello, ésa, ésa era mi zona erógena, solté un lardo y profundo gemido, que el también pudo sentir, porque lo hizo igual. Me paré en seco a mirarlo.

-Mr. Alastor...sus astas... ¿Sigue enfadado?

-¿Eh? No, cielo, no estoy enojado, puede ser que hayas encendido la radio, cariño.- y volvió a besarme, pero esta vez, de una manera salvaje, se estaba desprendiendo de esa mascara de asexualidad que se había construido. Entonces lo mordí, en el cuello, y eso parece ser que fue el punto de inflexión. Me tomó por la cintura, pegándose más a mí. Pero me frené en seco.

-Cariño, ¿No quieres terminar el ritual?- Me miró con una lujuria y deseo que reveló lo que me temía.

-Quiero terminarlo, pero, esto no está bien, señor.

-¿Porqué encanto? – me tomó de la cara.

-Si lo hacemos le daremos la razón a ese idiota.

Me miró, detenidamente.

-Querida Eve, ¿Alguna vez te miré mal? en el infierno no hay mujeres como tú, cariño. No haré nada que tu no quieras, nunca te ofrecí dinero, nunca te obligué a nada, ¿Verdad?- Me sonreía, con esas enormes astas, afilándose por momentos.

-Nunca, Mr. Alastor, nunca.

Y era verdad, nunca, me miró mal, su relación conmigo era tensa, había tensión, sí, me llevaba diez años y había puesto los topes desde el primer momento, y me sorprendió que los quisiera traspasar de esa manera.

-¿Entonces qué problema hay, cariño?

-Pues, temo que si lo terminamos, no será lo mismo que antes, yo lo respeto, señor.

-Y yo a ti, encanto, por eso quiero que me des tu permiso. Si no lo hago yo, puede ser que otro lo haga, y no estaremos seguros, de que vaya a ser lo correcto, ¿Cierto?

-Cierto.-No me parecía mejor candidato en ese momento, era único, inaccesible, un galán en toda regla, hermoso de pies a cabeza. La sola imagen de verlo tomando mi cuerpo, se me hacía irresistible; me calentaba imaginar eso todas las noches. Era un deseo ardiente que no podía estar más oculto.

El Maestro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora