Daniel Christopher Alexander Wheatley era el primogénito surgido de la unión de un matrimonio amoroso. Su primer nombre lo llevaba en honor a su padre, el segundo como congregación a su abuelo y el tercero venerando a su bisabuelo.
Llevaba los nombres de tres grandes Duques y él estaba destinado a convertirse en uno de ellos.
Era el mayor de cuatro hermanos. Tres de ellos prometidos en matrimonio y casados con importantes damas, pero su madre, bien arraigada a la fiel creencia de que todos merecen una pizca de felicidad, logró convencer a su esposo para que Daniel pudiera elegir esposa. Para que tuviera la dicha de encontrarse en un salón repleto de mujeres danzando por la pista, hasta que sus ojos se toparan con una de ellas y el mundo se detuviera.
La mujer deseaba todo lo mejor para su hijo, y el dolor que dominaba su pecho al ver la caja que llevaba su nombre no era, en definitiva, el destino que ella quería para él.
Se torturaba leyéndolo, pasando las imágenes por su cabeza, recordando su cuerpo golpeado y hecho trozos. Vaya que su esposo pondría el grito en el cielo cuando se enterara de lo sucedido, del mismo modo que ella lo estaba dando como si el alma ardiera como los mil demonios.
Y es que, no había otra forma de sentirlo.
~•~
Vanessa, en su habitación, se arregló el cabello, alisó la sabana que la cubría e intentó verse decente.
No sabía que le iba a decir a la madre del chico cuando ésta entrara en la habitación. No había palabras, no había explicación alguna que justificaran sus actos. No le quedaba nada más que simple hecho de que lo quería tanto que el dolor que la acechaba era tan grande que jamás olvidaría su nombre, porque ella era la causante de su muerte.
En definitiva no resistiría que la Duquesa se lo echara en cara, y mucho menos sabiendo que la mujer era la viva imagen de su hijo.
Y es que fue inevitable sentir que el mundo caía una vez más cuando tras varios segundos que su madre salió de la habitación, la puerta se volvió abrir dando paso a la mujer que le debía la vida y la muerte.
Carlotta Wheatley llevaba unos pequeños anteojos que protegían sus hinchados ojos grises y vestía de negro, igual que ella. Sus pasos eran lentos, y en sus manos empuñadas cargaba un rosario y un pañuelo blanco bastante arrugado.
Se notaba que había estado sufriendo y si Vanessa se veía en un espejo, seguro tendría el mismo aspecto que la mujer.
-Lady Wheatley-saludó Vanessa con cuidado, bajando la cabeza en señal de reverencia mientras tentaba el terreno. No quería hundirse más.
Pero ante su saludo no hubo respuesta.
La dama de cabello negro anduvo por la habitación dando lentas vueltas en círculos, como rebuscando en su mente las palabras perfectas para lo que necesitaba decir.
De pronto, se tuvo a dos pasos de la cama de Vanne y la enfocó con sus ojos hinchados.
-Gracias-se limitó a decir con un intento de sonrisa en el rostro, y eso hizo que la dama en cuestión frunciera el ceño un poco desconcertada.
-¿Gracias?
La Duquesa asintió.
-Le has dado a mi hijo los días más felices de su vida. Cada que los veía juntos sospechaba que algo se traían, y aunque al principio me resistí por tu situación, supongo que finalmente, si hubieran hablado conmigo, yo habría dado todo mi poder para asegurar la unión.
Vanessa no podía creer lo que estaba escuchando. Las palabras no daban para mostrarle a la mujer las ganas que tenía de darle un abrazo a modo de pésame y agradecimiento.
En medio de la pausa de silencio las lágrimas comenzaron nuevamente a recorrer el rostro de la dama, y como si la Duquesa hubiera leído sus pensamientos se acercó al borde de la cama y la estrujó en sus brazos.
-Yo le prometo, con mi alma entera, que siempre amaré a su hijo. No habrá forma de arrancármelo del pecho.
Se esperaba un regaño, una discusión acalorada como la que había tenido con su madre, claro que a ésta le tenia más miedo porque no existían en su repertorio armas de defensa.
Creyó que la mujer la tomaría del alma y la arrojaría por un pozo vacío, pero en ninguno momento le cruzó por la mente la posibilidad de que la abrazaría con consuelo y tomaría de ella el cariño que necesitaba para sanar su propio dolor.
Se mantuvieron abrazadas varios minutos, ambas sollozando, hasta que la Duquesa se separó y limpió sus ojos con el pañuelo blanco que cargaba.
Sorbió por la nariz y se recompuso de su estado.
-Yo...-buscó palabras. De pronto, aquella madrugada, fue como si todas se le hubieran ido.- Estoy segura de que Daniel hubiera deseado que te quedaras con esto.
La mujer lentamente dejó el pañuelo y el rosario sobre la cama y se llevó las manos al cuello que cubría el vestido. Tardó un par de segundos en quitarse el collar de plata que después depositó directamente en la mano pálida de Vanessa.
-Mi suegra me lo dió el día de mi boda y lo guardaba para entregárselo a la futura Duquesa. Lleva más de treinta generaciones con los Wheatley, y apuesto mi alma a que siempre estuvo destinado a pertenecerte.
Vanne se perdió en el pequeño dije en forma de luna. Era bellísimo. Y antes de abriera la boca para pedir ayuda, lady Carlotta tomó la cadena y la abrochó en el fino cuello de la dama.
Cuando sintió el metal en su piel, dio por sentado que lloraría su vida entera.
-Muchísimas gracias, milady-le dijo acariciando con su mano el dije y admirando a la mujer con los ojos empañados.
La Duquesa se levantó de la cama negando y se limpio las lágrimas una última vez mientras se alisaba el vestido.
-Gracias a ti, cariño.
Fue su respuesta antes de salir.
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¡Hola, corazones!
Capituló cortito porque es la continuación del anterior❤️. Uno más y daremos por terminada la primera parte de la historia.
Les cuento, como algunos ya saben, que traigo muchas ganas de chismear con ustedes. Asi que les pregunto, ¿Grupo de Facebook o de WhastApp?
Si la respuesta es el segundo mándenme su número por privado para agregarlos😉
¡Nos leemos pronto!
-Katt.
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El Pecado De Una Dama |La Debilidad De Un Caballero IV|
Historische RomaneUna mascarada llena de lugares oscuros para perderse en besos prohibidos, un antifaz para cubrir el rostro de la pecadora y un nombre falso para no dejar huella de su presencia. Unas cuantas caricias robadas, y un caballero al que juro jamás volverí...