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¡Esto de jugar a que es jueves me esta gustando!


Cuando salió el sol, Vanessa abrió los ojos encontrándose en una cama que en definitiva no era la suya, con una sabana que olía tan bien que, en realidad, no quería salir de ella.

Fueron cinco segundos los que duró en ese estado post sueño, en el que poco recordaba del día anterior. Pasados estos, los momentos con Gabriel le llegaron de golpe, uno tras otros, primero sus palabas y después su beso... por Dios, ese beso. No existía en el mundo alguien que pudiera explicar las cosas que le había hecho sentir él con esa caricia.

Fue como si con ella le diera a conocer todos los momentos en los que la imaginó y la deseó a su lado, fue si con él le entregara cada una de las veces que quiso tomar su mano. Fue uno de los mejores besos que le habían dado en la vida, y fue tan inocente, que no quería ni imaginarse como serian lo más sensuales y eróticos.

A regañadientes se levantó de la cama y encontró a Gabriel dormido en el sillón. Era muy temprano, demasiado, y con los días que llevaba durmiendo en esa casa tenia bien descifrado que el hombre era de levantarse antes que el gallo para darse un baño y estar puntual en el comedor.

Podía imaginarse a María, justo en aquel momento, sola en la gran mesa con una sonrisa bien grande en el rostro. Esa mujer sabía jugárselas muy bien, y le gustaba, porque Vanessa también era de tener truquitos.

Se cambió rápidamente, cuidando no hacer ruidopara no despertarlo, y salió de la habitación con paso apresurado hasta que llegó a la suya. Pidió que le llevaran agua fría y se dio una ducha para eliminar de su cuerpo aquellas ganas que tenía de volver con el hombre completamente suplicante para que volviera a besarla.

Traía antojo de sentirse viva, de cruzar mares y océanos, tierras altas y valles silenciosos. Deseaba sentirse libre, y cuando Gabriel la besó, no hubo mejor momento para asegurar que voló lejos, entre las copas de los árboles y los pétalos de las rosas. Fue un beso fuerte y potente, porque con él le hizo sentir todo lo que sentía por ella.

Al terminar la ducha se colocó, con ayuda de las doncellas, un vestido rosa pastel, tan ligero que la falda voló en el aire cuando salió al jardín. El viento mañanero le cayó bien, fue un respiro para el fuego que aún le quemaba la piel. Se quitó los zapatos, importándole poco lo que pensaran de ella, y anduvo hacia los rosales, con los materiales de jardinería de los que ya se había adueñado.

Movió con la palita la tierra, cortó las rosas que perdían su color y admiró con anhelo lo pequeños capullos que prometían convertirse en flores hermosas. No pudo evitar sentir, entonces, que los ojos se le cristalizaban y aquel corazón que poco a poco se aliviaba, abría una herida que sangró lentamente

-Te quiero, Daniel- lo soltó porque aquel era el lugar donde había dado sepultura a su recuerdo-, te quiero y siento que te estoy traicionado porque...-un sollozo quiso salirle por los labios pero se lo tragó-. Él me quiere, y mucho. Y sé que yo también puedo quererlo porque tú me enseñaste a hacerlo, pero cada que lo veo siento que le he quedado mal estando contigo.

¡Es que era tan contradictorio!

Sentía que engañaba a Daniel, que pisoteaba el recuerdo de lo que habían tenido, y por el contrario, cuando estaba con Gabriel, cuando se fundía con su olor, creía que no había pecado más grande que el que cometió con el primero. Aun siendo consciente de que no debía de arrepentirse de aquello que su momento la hizo feliz, en verdad, había ocasiones en donde deseaba no haber conocido a Daniel, no haber sufrido por su lejanía y su muerte, porque si él no se hubiera empeñado en ganársela, ella estuviera feliz en los brazos de su esposo.

-¡Hay veces en las que te odio tanto por irte!-le gritó en un susurro, con los dientes apretados-, y otras en las que te lo agradezco, porque si te hubieras quedado, jamás hubiera tenido la dicha de conocerlo a él. Es un buen hombre, y sé que me puede hacer feliz.

Las lágrimas, aquellas aborrecidas almas en pena que le calaron la medula, salieron despacio por sus ojos. Estaba confundida, hecha nudos con lo que sentía. Tenía el mundo volteado de cabeza porque sentía, que aquello que quería, estaba mal.

Levantó el rostro para que le pegara el aire, y éste, de pronto, se volvió más frio, más espeso y palpable. Fue como si copos de nieve le golpearan la piel, aun cuando ni siquiera estuviera nevando.

Sintió como una mano se colocaba en su brazo y una boca exhalaba en su cuello. Fue un aliento caliente que reconfortó el frio que sentía, y un aroma que tenía bien conocido, tanto que parecía que no lo había dejado de sentir jamás.

-Si te hace feliz, entonces hazlo-el acento de Daniel le golpeó el oído, y Vanessa tembló, temiendo abrir los ojos-. Atrévete, preciosa, y vive por ambos. No dejes que la vida pase creyendo que debes de guardarle castidad a un difunto. Tienes que disfrutar y sonreír, que te ves hermosa haciéndolo.

Vanessa tomó una bocanada profunda de aire, y abrió los ojos como buscando algo que sabía que nunca iba a encontrar, porque en realidad, él ya no estaba ahí.

Acarició el dije que colgaba de su cuello y asintió suavemente, mirando a la nada como si fuera él.

-Gracias-susurró limpiándose las lágrimas y sacudiéndose la tierra del vestido para entrar a la casa.

Corrió por el jardín hasta que llegó al recibidor, y después al largo pasillo que la llevaba al gran comedor. Debía de encontrar a Gabriel, debía de decirle que se iba a arriesgar, que podía hacerlo, que sentía que podían ser una buena familia, pero cuando encontró el cabezal de la mesa vacío, sintió un nudo en el estómago que le robó el aliento.

-Salió con unos abogados.

La voz de Maria la distrajo de sus pensamientos. Movió la cabeza en su búsqueda y la halló tomando el té junto a la silla de su hijo.

-¿Dijo cuándo vendría?

La mujer se encogió de hombros dándole un sorbo a la taza.

-Solo me pidió que te dijera que lo esperaras para cenar juntos.

Vanessa no pudo evitar soltar una carcajada mientras caminaba para sentarse frente a su suegra. Se colocó una servilleta en el regazo mientras un sirviente le dejaba a un lado una taza. Le agradeció con un asentimiento mientras se servía té.

-Me suena a otro de sus jueguitos sucios- le soltó riendo, provocando que la mujer también lo hiciera.

Le guiñó un ojo mientras tomaba una galleta y decía:- te encantó mi juego de anoche, ¿a qué sí?

No pudo evitar sentí como las mejillas se le coloraban, una costumbre que se estaba adueñado de ella.

-En realidad no hicimos lo que usted piensa- le confesó revolviendo lentamente el té, concentrándose en los movimientos de la cucharita-, pero sí me besó... ¡Dios santo, fue el mejor beso del mundo!

La sonrisa que le regaló María le inspiró más confianza, la hizo sentir como si cada secreto que saliera de su boca, fuera cuidado como un tesoro por sus oídos.

-¿Y por qué no lo hicieron?- le preguntó la mujer, escudriñando en la mente de la dama, animándola a hablar.

-Estuvimos conversando, y la verdad fue un buen avance porque no nos habíamos dirigido buenas palabras hasta anoche, y yo... me sentí dichosa hablando con él.

María notó como los ojos de la dama brillaron, y le gustó eso, le gustó ver que la dama compartía aquel sentimiento puro que su hijo sentía por ella. Aun sabiendo que esos dos guardaban un secreto que posiblemente no llegarían a escuchar sus oídos, fue de su agrado saber que su relación iba por buen camino, y, con sus avilés consejos, lograría florecer.

-Entonces están avanzando-asintió María, mordiendo la galleta que llevaba en la mano.

Y los ojos de Vanessa brillaron más.

-¿Usted cree que pueda llegar a ganármelo del todo?

¡Ja, ese hombre llevaba enamorado de ella desde que supo de su existencia!

-Créeme, lo lograras, comenzando por esta noche.

Volvió a guiñarle un ojo, y Vanne, con los oídos atentos, escuchó el gran plan que elaboró la mujer. Uno bueno, que debía de admitir que le gustó

El Pecado De Una Dama |La Debilidad De Un Caballero IV|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora