Decir que estaba nerviosa es mencionar poco.
Vanessa estaba en ese momento en el que hasta el estomago le dolía, palpitante, temeroso. Las piernas le temblaban y sus manos, por Dios, estas no habían parado de hacerlo desde el primer vals que bailó con Daniel.
Daniel.
Su nombre sabía a fuego, a pasión, a encuentros furtivos a altas horas de la madrugada sabiendo que cientos de personas podrían darse cuenta de la huida. A besos suaves de esos que ella se sabía de memoria, porque eran justo ahí, donde vivían.
Le gustaba.
Le gustaba mucho Daniel.
Cada centímetro de su cuerpo saboreaba la cercanía del caballero, y aun cuando se regañara a si misma y negara a cada momento que ese sentimiento existía, lo sentía como si el mismísimo sol se hubiera encargado de arder en sus entrañas.
—Contrólate, por favor, y respira.
Se pidió bajito, entre la luz de la chimenea que iluminaba su alcoba y las sombras que se expandían en todas direcciones.
Después de que el baile había terminado sus doncellas subieron a cambiarle las prendas para dormir, y en cuanto éstas se marcharon, Vanessa no tardó en correr a su armario para buscar un vestido ligero que acompañara la ocasión.
Se mentiría rotundamente si dijera que no trataba de verse hermosa para Daniel.
Soltó su cabello para lucirlo largo, semejante a una cascada que recorría su espalda y navegaba por sus curvas.
Se sorprendió retocándose en el espejo cada dos por tres, deseando que el hombre llegara para matar esa espera que no la dejaba ni respirar.
Sabía que si sus padres se enteraban del encuentro la asesinarían a sangre fría por dejar caer su reputación en un acantilado. Y de cierto modo, eso le daba muchas más ganas hacerlo.
Ganas que, se intensificaron y subieron en picada cuando la puerta de su habitación fue abierta sin si siquiera haber sido tocada.
Tembló aún más cuando la mirada de Daniel la golpeó y sus ojos grises le admiraron hasta el alma.
—¿Lista?
Le preguntó él en un susurro, sin siquiera meterse en la habitación, sabiendo de ante mano que si lo hacía no habría forma de contenerse, siendo que ella se veía preciosa con ese vestido ligero que se amoldaba a todos aquellos lugares que el caballero quería besar.
—¿Qué haremos?
Intentó reunir cada fuerza que habitaba en ella para que sus piernas no cedieran.
Daniel sonrió y sus ojos brillaron.
—Te llevaré a conocer un lugar.
Las palabras sonaron como una promesa juguetona. En definitiva no podía estar más nerviosa de lo que ya estaba.
ESTÁS LEYENDO
El Pecado De Una Dama |La Debilidad De Un Caballero IV|
Tarihi KurguUna mascarada llena de lugares oscuros para perderse en besos prohibidos, un antifaz para cubrir el rostro de la pecadora y un nombre falso para no dejar huella de su presencia. Unas cuantas caricias robadas, y un caballero al que juro jamás volverí...