|26| CAPITULO FINAL

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Cuando Daniel se fue, Vanessa se quedó esperando a que Gabriel volviera. Necesitaban hablar y explicarse muchas cosas.

Se sentía la peor persona del mundo. En cualquier momento alguien podría pasar frente a ella y condenarla a la orca por traición.

Aun sentía los labios de Daniel sobre los suyos, como entumiéndola. Había extrañado tanto sus manos, sus ganas, la forma sublime que tenía de encenderle la piel. Había sido débil a él, y no podía poner justificación alguna que no fuera el echo de que lo quería.

Esperó a Gabriel hasta que la mañana se hizo tarde y la tarde se volvió noche. No comió porque sabía que ni siquiera el bocado más pequeño pasaría por el nudo que llevaba en la garganta. No hizo nada que no fuera estar sentada destruyéndose la cabeza con sus propios pensamientos.

Para cuando los ojos le pesaron tanto que ya no podía mantenerlos abiertos, se decidió por subir a su cuarto. Tenía tiempo que no dormía en él, que no se perdía en sus suaves sábanas, el mismo tiempo que llevaba compartiendo habitación con su esposo.

Se quedó dormida pero incluso en sueños sus pensamientos la torturaban, y para cuando se levantó de la cama ya era de madrugada. Afuera ni una sola alma merodeaba por la calle, y los pájaros dormían como si la noche fuera el funeral del día muerto.

Su mente le estaba jugando una pasada tan amarga, que decidió ponerse una bata y salir a buscar a Gabriel. Anduvo hacía su habitación con la cabeza llena de tantas dudas, que el corazón le dió un vuelvo cuando notó que el lugar yacía vacío y no había rastro de su presencia.

Se tragó todo lo que creció en su estomago y anduvo por el pasillo, rendida, hasta que notó una pequeña luz que salía de la puerta del despacho del hombre.

No se hinchó de valor, ni buscó fuerzas de donde no las tenía, solo se plantó frente a la puerta y giró la perilla sin temblar.

Se lo encontró detrás de su escritorio, entre papeles regados y una botella de whisky a medio tomar. Jamás había estado en aquella habitación de la casa, y no se tomó el tiempo de delinearla, solo tuvo alma para ver el estado de Gabriel: llevaba la camisa desabotonada, el cabello enmarañado y los ojos rojos e hinchados.

Jamás lo había visto beber y la escena abrió un hueco de pena en su alma.

-¿Sabías que Daniel estaba vivo?-soltó la pregunta al aire, para que flotara entre ellos, para que dejara de ser una bomba que explotaba cada dos segundos en su pecho.

Se vieron, él herido y ella dudosa. Vanessa tenía mil preguntas encima, pero en realidad, solo le importaba que le resolvieran esa.

Gabriel no se inmutó, no se puso a la defensiva ni sacó un lado cruel, solo sonrió de lado, degustando la idea de que eso era lo único que le importaba a ella.

-Sí, lo sabía. Tu madre me lo dijo en nuestra boda.

La respuesta fue amarga. Fue semejante a ir caminando por la calle y ser la víctima de un carruaje a toda velocidad. Las llantas le rompieron las costillas y el golpe en el pavimento aturdió su cabeza. Veía dos Gabriel y el mundo comenzó a dar vueltas.

¿Entre cuentas mentiras había vivido?

El caballero frente a ella levantó las manos sobre el escritorio y recargó en ellas la barbilla.

-Ya te podía considerar mi esposa, y sabía que si él se quedaba en tu vida, jamás lograrías amarme. Por eso jamás te lo dije.

Las lágrimas amenazaron con salir por los ojos de la dama, fueron como cuchillos que comenzaron a cortarle las entrañas.

El Pecado De Una Dama |La Debilidad De Un Caballero IV|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora