XVIII

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2011:

La noticia estalló y pronto los portales de información de todo el mundo, BBC, CNN, EL Mundo y un sinfín de diarios y noticieros contaron la historia.
Un grupo de selectos millonarios, jueces, policías, políticos, clericós, médicos, tenían tratos con un negocio de prostitución ilegal.
El país estaba horrorizado y la gente temiéndose lo peor, dado la clase alta a la que pertenecían los culpables, salió a la calle a manifestarse. Cientos de mujeres que trabajaron o conocieron a La Reina Margara se presentaron en las comisarías a cursar las denuncias. Ellas también habían entrado una noche a un lujoso departamento y habían perdido unas cuantas horas de su vida y memoria.
La mayoría no tenían pruebas, pero había suficiente información entre la que elegir para poder llevar a juicio a todos.
Además en sus delitos se podían sumar el de asesinato. Una que mató a una joven embarazada y otra que mató a un joven con un gran futuro.
No había nada que hacer, serían juzgadas y pagarían con encierro sus crímenes, aunque por supuesto la condena nunca alcanzaría para remediar lo que habían hecho.
Ellas se habían llevado oro y devolvían plomo.
El resto de la familia Valencia terminó de pagar los delitos de su hermana, que credibilidad podían tener? Y como siempre en estos casos la gente se preguntaba, como es que ellos nunca se dieron cuenta.
Roberto Mendoza fue quien mejor lo llevó, solicitó el divorcio de su esposa y aprovecho el impulso de la mala fama que está le dio para salir en tertulias y entrevistas a jugar el papel del pobre marido engañado que no sabía que estaba casada con un monstruo.
El de amoroso padre que había perdido a su único hijo le duro poco, un día Ramiro Castro le llamó con una advertencia, o dejaba de usar el nombre de Armando o alguien podría filtrar a la prensa los malos tratos a su hijo, las chicas que rozaban apenas la mayoría de edad o que el bebé que llevaba Aura Maria era suyo.
Roberto captó todo a la perfección y la siguiente vez que un periodista nombró a Armando dijo que la muerte de su hijo le traía dolor y que quería respetar su recuerdo. Y nunca más lo nombró.
Los juicios empezarían en fechas alejadas en el tiempo y entre la cantidad de pruebas y los ánimos caldeados de los ciudadanos muchos entendieron que sería mejor para los culpables acabar muchos años en la cárcel, si quedaban libres, probablemente serían linchados. Al menos en una celda estarían seguros.
El guardia apareció y sólo fue otra pieza más que caía.
Dos días después de la confesión de Marcela, Betty enterró a su niño.
El día de su funeral el cielo brillaba más azul que nunca y el sol parecía una brasa en medio de un océano.
Pero Betty no podía sentir ninguna de esas dos cosas. Se dio cuenta al despertar, hundió la cara en la almohada y descubrió con el corazón roto que el aroma de Armando había desaparecido por completo de su cama.
Busco su pijama, y nada. Abrió el armario y tampoco lo encontró.
A Betty el café le supo acido, y el bollo que Marta le compró para que comiera algo antes de salir al cementerio, parecía ceniza en su boca.
Al salir a la calle miró el pequeño jardín a un costado del edificio que siempre había tenido las flores con los colores más vivos que ella había visto y se quedó intrigada porque no vio nada, las flores seguían ahí… pero los colores ya no.
La música del coche no tenía sentido, la sonrisa del niño que la saludo cuando paro en un semáforo, le pareció molesta.
Las manos de sus amigos mientras la saludaban, parecían frías y los abrazos y besos que debían consolarla solo la hicieron sentir alejada de todos.
Llegaron a la parcela donde su niño descansaría eternamente y Betty se quedó quieta sin comprender. Como es que esto era todo? Una vida entera en un agujero sepultado por kilos de tierra y con cemento encima. No tenía sentido.
En eso pozo se quedarían los mejores 22 años de su vida.
“La muerte no era para el que se va, la muerte es para el que se queda” Betty pensó y tuvo miedo de lo que vendría.
Sería así la vida a partir de ahora? Viviría cada momento pensando en que hubiera dicho él, que hubiera pensado, que hubiera hecho?
Si alguien le dijera ahora mismo que era lo que más deseaba en el mundo, más allá de desear que él volviera, o que ella muriera, sin duda sería olvidarse por completo que Armando existió.
No acordarse de ese niño que era su corazón, de ese muchacho que era su fuerza o de ese hombre que era su alma.
Prefería vivir toda su vida sin saber quien era Armando Mendoza y por ende que era el amor verdadero, que tener que soportar la vida que la esperaba.
El ataúd bajo y la tierra empezó a caer.
Y Betty ya no tenía fuerzas para llorar.
Miró a su alrededor y vio muchas caras conocidas y desconocidas. Todos ellos estaban tristes. Aquí había verdaderos amigos de Armando, compañeros de escuela y universidad. Empleados de Ecomoda, vecinos, ex novias… y todos ellos contemplaban en silencio la injusticia de la vida.
Betty los miró a todos ellos y no sintió nada. Al igual que los colores, y los sabores, que el sonido y hasta las lágrimas, al igual que perdió todo eso, Betty también perdió su capacidad de sentir.
Ya no tenía nada. Esto era todo. Una vida gris y sin sentido.
La última de las paladas fue dada y Armando Mendoza desapareció. Betty miró a lo lejos y pensó que había muchas lápidas mal cuidadas. Dentro de unos meses la de él estaría igual.
Miró su nombre grabado en la piedra y se enfado. No le gustó, no quería que nadie supiera donde encontrarlo, quería que lo dejaran en paz.
Todo estaba mal… no volvería a este sitio nunca más.
Una mano en su hombro la guio hacia la salida y cuando se quiso dar cuenta estaba otra vez en la misma cama en la que despertó. Se acostó se tapo y miró la pared.
No supo cuánto tiempo pasó, pero cuando Betty se levantó ya no era ella, se había perdido y no se supo encontrar.
Compró cientos de cajas y metió absolutamente todo lo que era de él, cualquier cosa que se lo recordara, no dejo ni una foto, ni una corbata,  nada, y lo guardo todo en un trastero alquilado y no volvió al departamento que había sido de él.
Llamó a Ramiro Castro, el abogado y le dijo que dejaba en sus manos el manejo de la herencia, no quería que nadie la tocara y eso la incluía a ella.
Betty volvió a su casa e hizo lo mismo, cada trocito de su vida que alguna vez él tocó, fue guardado y olvidado.
Entonces comenzó una etapa en su vida, donde todo parecía llano, los días iban y venían y nunca pasaba nada y si pasaba a ella no le importaba, no sentía ni tristeza, ni alegría, Betty solo existía.
Y así pasó un año en que no sabría decir que hizo, y tal como lo creyó, ni una sola vez visitó la tumba de Armando y mucho menos pensó en él.
En su mente había un gran hueco negro que no supo rellenar, Betty mató su recuerdo.
Armando Mendoza dejó de existir para ella.

Memento MoriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora