Capitulo 1

814 90 127
                                    

—Para el lunes deberán traerme tres ensayos sobre cómo redactar, cuál es el trabajo de un redactor y como debe ser corregida correctamente una obra.

El profesor caminaba paseándose por toda el aula, todos los alumnos escribíamos intentando no perder ni una palabra. Si alguno reprobaba los últimos ensayos, tendría que ver de nuevo la materia, por ende vería la cara del peor profesor de la universidad nuevamente.

Un suspiro colectivo se levantó por el aula, ese día era viernes, todos tenían sus planes y yo no era la excepción. Aunque limpiar mesas no era ni de chiste lo que harían los otros chicos, era el mío. Los fines de semana trabajaba turnos dobles para poder pagar la mitad de la universidad y ayudar a mi madre, siempre me esforzaba doblemente para poder mantener la beca parcial.

La universidad no es lo que todos creen, fiestas, amigos y buena vida, al menos para mí no lo era.

—Para que sea más fácil tendrán la oportunidad de hacerlo en pareja —continuo diciendo el profesor.

La clase concluyó y todos los demás corrieron para salir huyendo. Aunque quería salir de allí, no quería llegar a casa.

El día afuera de la universidad era precioso, luminoso, un día perfecto para leer, dormir o hacer lo que debía para el lunes y tener el fin de semana libre, solo que en ese tiempo, para mí todos los días se veían iguales, con intervalos de diferencias.

Caminé por la ciudad para tomar el metro a casa, un lugar lúgubre al cual llamaba hogar.
El tiempo pasaba lento al caminar y en el metro, esos instantes de calma me gustaban, no quería llegar.
Las personas se aglomeraban, unos iban encima de otros, tal como suele suceder en esos sitios atestados.

En ese momento recordé cuanto me agradaba el sentir el calor humano, los abrazos, el contacto físico solamente por cariño. Ya en ese punto, parte de mi vida se había ido a la mierda, lo que me había sostenido por tanto tiempo resultó no ser lo que pensaba.

Suspiré sosteniéndome del barandal frente a mí, observando a las parejas que estaban a al rededor, pobres incautos que creían que el amor se encontraba con la persona que tenían en frente. Quizás para algunos así lo fue.

La entrada a casa constaba de un camino de tierra bastante largo donde solía ir más lento para retrasar mi llegada, mi madre me esperaba a veces sentada en el pórtico con las manos en la cara y las rodillas en el pecho. En esos momentos ya sabía lo que estaba sucediendo.

Ese día era uno de ellos, donde toda la casa estaba hecha un desastre y se escuchaban a metros los gritos de mi padre. En cuanto puse un pie en el camino supe que algo no andaba bien, quizás haya sido mi experiencia o el grito que me alertó de lo que sucedía. Mi lento andar tuvo que ser sustituido por uno más rápido hasta llegar frente a mi madre.

Sus manos temblaban frente a su rostro y se balanceaba una y otra vez hacia delante.

—Otra vez está bebiendo, intente decirle que parara pero...

Su voz se quebró al instante de dejar salir la ráfaga de palabras susurradas, en su mirada escondía miedo y en su ojo derecho tenía un moretón.

Mis labios temblaron sin poder decir una palabra, en el momento en que decía la verdad sobre el hombre que me dio la vida, mi madre saltaba de inmediato a defenderlo hasta justificar sus acciones.

Solo besé su frente y abrí la puerta de entrada, una botella se quebró en el suelo frente a mí, casi golpeándome. Sus palabras hirientes y poco entendibles eran lanzadas en el aire al igual que sus botellas vacías, mientras yo entraba a mi pequeña habitación.

A los veinte años algunas personas ya hubiesen tenido una habitación alquilada, sus padres los hubiesen ayudado y pagado parte de la universidad, pero yo no podía permitírmelo, el poco dinero que ganaba mi padre era para su alcohol y otros vicios.

Un Poco Más Que AmigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora