Capítulo 38. Madrid y tú (Parte 1)

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Siempre llevé a Madrid en el corazón, quizás fuera por haber nacido allí, aunque por accidente, siempre pensé que eso había dejado una huella en mí. De pequeña soñaba en viajar a Madrid e instalarme a vivir allí, aunque yo amase a mi tierra y a mi pueblito perdido en mitad de Granada, a menudo se me hacía pequeño. Cuando me iba a dormir, soñaba que podía ser libre y expresar todo lo que tenía dentro y no se me ocurría otro sitio que no fuese la capital. Y no sé si es porque yo conocía mi camino o me lo hice con mis propias manos, pero terminé en Madrid, donde, unos años atrás había pasado una de las mejores épocas de mi vida. Aunque más tarde volé lejos, demasiado lejos quizás, siempre supe que volvería a Madrid, y de nuevo, no me equivoqué. Madrid, de nuevo, me daba todo lo que necesitaba para ser feliz, y lo cierto es que era mucho menos de lo que imaginaba. Tuve que parpadear un par de veces para darme cuenta que no era un sueño, estaba perdiéndome por las calles de Madrid, una mañana cualquiera con el amor de mi vida. El cielo tenía que ser algo muy parecido a eso.

- Mira, esta es la cafetería que te dije -dijo Ana cuando pasamos por una plaza del barrio.

- No me la imaginaba así -comenté- Es un poco pequeña, ¿no? -comenté extrañada porque Ana me lo había pintado completamente distinto.

- Ese es el problema -respondió Ana sin dejar de andar- pero vale la pena sentarse, si es que encuentras un hueco, ahora no es buena hora, es mejor venir hacía las 9 -dijo Ana perdiéndose en la conversación- Pero bueno, lo que te decía, que hacen unos cruasanes. Buenísimos y mira que yo no soy muy de estas cosas, pero es que están irresistibles.

- ¿Por qué siempre terminamos hablando de comida? -pregunté riendo.

- Pues no sé -dijo Ana- Por cierto, ¿qué vamos a comer?

- Será mejor que hagamos algo en casa. Nos estamos pasando con comer fuera y ya no lo digo por la dieta si no por el bolsillo -dije viendo las intenciones de Ana, que siempre creía que era una buena ocasión ir de restaurante.

- Ya... -dijo Ana- ¿Y qué propones?

- En casa tengo unos filetes y verdura, puedo llamar a Ricky para que lo saqué.

- ¿En tu casa? -preguntó Ana no muy conforme con la idea.

- En la de Ricky -dije riendo.

- Venga Mimi, ¿enserio? -continuó Ana- Vamos a mi casa que hoy me apetece estar a solas.

- Si me lo pides así... -dije sin poder resistirme a la petición de Ana- pero cocino yo -aclaré.

- Yo pongo la comida y tú cocinas ¿buen trato?

- Buen trato -dije zanjando el asunto. Aún quedaban un par de horas hasta la hora de la comida, y y por lo menos aún tenía ganas de seguir paseando por la ciudad para ver que nos deparaba esa mañana soleada de invierno- ¿Dónde estamos? -le pregunté a Ana al percatarme que había estado andando sin ni siquiera mirar donde nos estábamos metiendo.

- No tengo ni la más mínima idea -respondió Ana- Nunca había estado aquí, pero se ve muy bonito, y tranquilo -añadió- ¿Saco el móvil? -preguntó Ana refiriéndose a si quería consultar en Google Maps donde estábamos.

- No, déjalo -dije rodeándole la espalda con mi brazo- Está bien ¿no? -reflexioné en voz alta- Perderse a veces es la única forma de encontrar algo extraordinario -continué.

- Tienes razón -me siguió Ana. Seguimos andando a un ritmo muy lento, pues no teníamos ningún tipo de prisa. Nos habíamos metido en unos callejones muy tranquilos donde se podían hasta escuchar los pájaros cantar y yo, estaba segura que estábamos en el corazón de Madrid, por mis cálculos teníamos que estar a escasos metros de Gran Vía, ¿como podía ser que hubiese ese silencio sepulcral que de vez en cuando rompía algún pájaro? Observaba cada detalle, por si no regresaba a allí nunca más, quería retener ese rincón de la ciudad en mis recuerdos. Y de repente, sin ni siquiera darnos cuenta, Gran Vía apareció en nuestro horizonte- No sé como hemos llegado hasta aquí -dijo Ana confundida- ¿Estás segura? -me preguntó Ana, parando en seco al ver que yo no paraba mi paso y que estaba dispuesta a meterme en el batiburrillo de gente que era, en ese momento la calle más concurrida de la ciudad. No era un secreto, los problemas que tenía, o más bien, había tenido con las aglomeraciones de unos meses para atrás hasta ese momento, Ana lo sabía perfectamente, y aunque era consciente de algunos de mis avances, siempre estaba muy atenta para que yo me sintiera a gusto.

- Tengo algo que contarte -le dije a Ana volviendo a andar de nuevo- El día de Navidad, bueno de Nochebuena -corregí- estuve aquí, por la mañana.

- Pero Mimi, ¿estás loca? -dijo Ana sin poder creerse lo que decía- Ese es el peor momento del año para venir aquí.

- Ya, lo sé -dije dandole la razón- ¿Pero sabes qué? Ni siquiera me di cuenta -Ana me miraba extrañada sin entender muy bien lo que estaba pasando- Estaba tan centrada en encontrar el maldito poni que ni siquiera me percaté de las miles de personas que había alrededor. Y lo peor es que ni siquiera encontré el poni -continué riéndome al recordar la situación.

- Ya te digo Mimi, estás loca. ¿Entonces? ¿Ya no te agobia? -me preguntó cuando la respuesta era más que evidente, puesto que ya estábamos andando entre las mareas de gente.

- No -dije mientras negaba con la cabeza- Nunca me había sentido tan bien.

- Y cuéntame, ¿de dónde narices sacaste el poni?

- Te vas a reír -dije riéndome- de una juguetería a tres calles de mi casa.

- ¿Osea que bajaste aquí por nada? -dijo Ana riéndose- Eres un completo desastre, no sé de que me extraño.

- Oye

- No me quejo -dijo Ana- Si a mi me encanta tal y como eres -continuó dándome un beso en los labios.

Tiempo Perdido | ‪WARMIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora