Capítulo 52. El gran día

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No tardó mucho en llegar el gran día. Esa noche nadie pudo dormir, bueno nadie, ni Ana ni yo, para nuestra suerte, la pequeña Mía sí que durmió. Esa mañana, Ana se fue a ensayar a las siete, a pesar de mi insistencia  en qué debía descansar, no hubo manera de convencerla, así que mientras ella se fue yo me quedé al cargo de la casa y de Mía, que tampoco era poco. Lo cierto es que, aunque fuese el gran día de Ana, yo también tenía que hacer algunas cosas para conseguir que todo saliese perfecto. Lo primero era dejar a Mía lista en el colegio a las nueve de la mañana. Pensé que no era algo muy difícil, pero a pesar de que ya conocía las costumbres de la pequeña, que se quedaba pegada a las sábanas diariamente, era la primera vez que me tenía que enfrentar a ese reto, y aunque ya me había acostumbrado a las mañanas de desenfreno que había en casa, no era lo mismo limitarse a observar cómo todo sucedida que ser partícipe de aquello. Pero supongo, que como todo, siempre había una primera vez.

- Mía, come -le insistí a la pequeña- O tendré que parar la tele -le advertí al ver qué se estaba distrayendo demasiado con los dibujos y no estaba comiéndose sus cereales de chocolate con leche.

- Es que está frío -se quejó la pequeña removiendo el interior de su bol.

- Si te lo hubieses tomado cuando te lo he dado... -dije cogiendo el bol y metiéndolo en el microondas para calentarlo de nuevo unos segundos- Anda toma -dije devolviéndole su desayuno, ahora ya caliente.

- Me tienes que peinar -me recordó. Rodé los ojos y fui hacía el baño a por el peine y una goma para el pelo, la verdad es que peinar el pelo a otra persona nunca me supuso un suplicio es más hasta cierto punto me llegaba a relajar, pero no era la primera vez que tenía que peinar a la pequeña y sus suplicios porque le tiraba del pelo me agobiaban más que otra cosa. Pero como no tenía otra y Mía debía ir peinada al cole, me dispuse a peinarla mientras comía a velocidad de tortuga, parecía increíble, siempre con tantas ansias y cuando realmente había prisa lo hacía con toda la calma del mundo- ¡Au! ¡Me haces daño! -se quejó la pequeña sacudiendo su cabeza- ¡Qué me voy a quedar calva!

- Exagerada -dije riendo- Anda que si me hicieses caso y durmieses con coleta no te levantarías con el pelo enredado.

- Siempre dices lo mismo, cada día te pareces más a mami -dijo con algo de desprecio.

- Pero tengo razón, ¿o no?

- Si -dijo suspirando.

- Pues ala, ya está -dije cuando tuve su coleta hecha- ¿Ha sido para tanto?

- No

- Venga acábate esto por dios Mía que no tenemos todo el día -le dije con desesperación al ver que aún tenía comida en el bol.

- Me encanta

- Pues comételo por favor.

- Que no, que me encanta ver como te pones de los nervios -dijo la pequeña riendo. Me quedé boquiabierta sin saber qué decir, las ocurrencias de Mía eran tan acertadas a la par que desconcertantes que me costaba lidiar con ellas- Ya estoy -dijo llevándose la última cucharada a la boca y levantándose de la mesa- ¿Vamos? -dijo cogiendo su mochila que estaba esperándola en el suelo, de repente tenía más prisa que yo. Cogí las cosas que necesitaba y bajamos a la calle para ir hasta el colegio, que por suerte estaba cerca, sobretodo sí tenías prisa e ibas a paso acelerado, dejé a Mía, sin mucho más problema y volví corriendo a casa. Le cogí prestado el coche a Ana, sin pedirle permiso, para ir hasta el aeropuerto a recoger a su padre. Había sido algo improvisado, y después de tanto tiempo sin verse, su papá quería estar presente en un día tan especial como aquel. Se cogió el vuelo de ida y vuelta para el mismo día, el pobre no podía quedarse más tiempo en Madrid, pero ambos creíamos que sería suficiente y la sorpresa iba a valer la pena.

- Por dios Mimi, cuánto me alegro de verte, ¿cómo estás? -me saludó muy efusivamente.

- Hola -dije algo tímida, aunque habíamos tenido mucha relación en el pasado, estaba nerviosa por reencontrarme con él después de tantos años, no estaba segura cómo iban a ser las cosas después de todo lo que había pasado. 

Después de saludarnos y mantener una breve conversación bastante cordial, por lo menos por mi parte, nos subimos en el coche de nuevo y fuimos directos hacía el bar. Habíamos quedado con Ana, Ricky y Lucas con qué almorzaríamos allí, y entre una cosa y otra ya casi era la hora así que decidimos darle la sorpresa a Ana en aquel momento. Dejamos el coche en el parking y fuimos andando tranquilamente hasta el lugar de encuentro, en aquel paseo pude observar cómo mi relación con su padre seguía exactamente igual que siempre, lo que me hizo quitar los nervios de encima en seguida y poder hablar con más confianza.

- Ya estamos llegando -le dije al entrar por la calle donde estaba situado el bar- ¿Cómo tienes pensado darle la sorpresa? -le pregunté.

- Pues... -dijo prensándoselo en aquel mismo momento- Entramos y ya -dijo riendo.

- Pues sí, es lo más fácil, seguro que se sorprende -respondí- Bueno, aquí es -le indiqué- Entra tu primero.

- ¡Papá! -dijo Ana yendo directa hacía el- ¿Pero qué haces aquí? -continuó soltando un par de lágrimas.

- Mi niña, que guapa estás -le dijo mientras se daban un fuerte abrazo.

- Que cabrona eres Mimi.

- Soy tu cabrona -le dije mientras nos dábamos nosotras también un abrazo.

- ¿Pero qué? No entiendo nada ¿qué haces aquí? ¿Cuánto tiempo te quedas? -dijo Ana confundida a la par que emocionada.

- Cómo me iba a perder el concierto de mi hija -respondió- Solo me quedo hoy, me marchó esta noche y no las molesto más -le explicó a sabiendas de que nosotras ya teníamos otros planes.

- Pero que paliza te has dado papá, solo por el concierto.

- Y por veros a vosotras mi niña -respondió dandole otro abrazo.

- La comida ya está lista -dijo Ricky saliendo del almacén- ¡Anda! -dijo al percatarse de que habíamos llegado.

- ¿Y Lucas? -le pregunté curiosa al ver que no estaba.

- En el almacén -respondió- Ahora viene. ¿No me vas a saludar? -dijo tirándose encima mío para darme un fuerte abrazo.


⏳⌛⏳


Hacía las cinco de la tarde, cuando el padre de Ana fue a buscar a Mía que se la llevó a dar un paseo hasta la hora del concierto, quedamos los cuatro en el bar. A pesar de que habíamos insistido en que descansase, Ana seguía ensayando vete tu a saber el qué porque le había dado cien vueltas a todos los temas y yo ya no sabía ni que escuchaba y mi cabeza estaba a punto de estallar.

- Ana ya basta! Está genial, tienes que descansar la voz ya -le dije por última vez- El concierto es en dos horas, ahora tienes que descansar -continué.

- Quizás tienes razón -cedió por una vez- Ricky ponme una coca cola sin hielo por favor -le pidió aún en el escenario.

- Anda baja y nos tomamos algo antes de que llegue la gente -le aconsejé. Fuimos hasta la barra donde Ricky ya tenía preparadas nuestras bebidas y nos sentamos a tomarlas.

- Voy a aprovechar hasta que abran para relajarme un poco, luego ya me iré al camerino -me dijo.

- ¿Quieres que venga contigo? -le pregunté sin saber qué es lo que debía hacer en aquellas circunstancias.

- Qué vas a hacer si no, ¿quedarte aquí? Rodeada de todas las fans.

- No sé, quizás prefieres estar sola... Yo me pongo detrás de la barra y ya -dije pegando un trago en mi bebida.

- ¿Qué dices Mimi? ¿Estás boba? Cómo no voy a querer estar contigo -respondió Ana cogiéndome de la mano.

- Oye! Interrumpió Ricky, en mi camerino ni se os ocurra hacer nada -nos advirtió vacilando.

- Ricky, si por lo menos fuese un camerino en condiciones y no un puto zulo quizás me apetecería hacer algo -le respondí devolviéndosela recriminándole el mal estado en que estaba lo que el llamaba camerino.

- Que suerte que ya no te tengo que aguantar -continuó Ricky.

Tiempo Perdido | ‪WARMIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora