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Mateo

Yo me la pasaría

Mamita todo el día.

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—¿Y?— pregunté llegando agitado y mojado por la lluvia a la sala de espera del hospital donde se encontraba Valentín junto a Manuel, ambos senatados en sillas.

—No nos dicen nada.— bufó caliente el ojiazul.— Pendejos de mierda, los voy a matar.

—¿Pero por que lo balearon?— me senté en el medio de ellos.

—Daniel pidió una nota de flores cerca de la casa de Federico, y cuando estaba yendo a buscarla se encontró a este enfermo y le terminó pegando un tiro.— manifiesta enojado Manuel.— Lo veo y lo mato.

—Aparte en este hospital de mierda lo venimos a traer, que no se cuidan un carajo.— se cruza de brazos Valentín, yo copié su acción.— Nos dijeron que estaba para el orto, que la bala le re pegó por no sé dónde y que hay riesgos.

—La puta madre.— cerré mis ojos con fuerza.— ¿Los viejos?

—No se hacen cargo, no quieren saber nada con él.— niega con la cabeza el castaño.— Tampoco tienen guita como para pagar.

—Yo traje la plata.— informé rápido.— Tenía mil quinientos en un cajón.

—Yo tengo ochocientos.— trago en seco Valentín, nunca lo vi con la mirada tan apagada.— Acá no cuidan nada, no hay ni alcohol en gel, no vi títulos de facultades por ningún lado.— escupe con furia.— Las camillas están todas rotas, y hay dos doctores trabajando. No hay ni enfermeras acá.

—¿A dónde lo trajeron, boludos?— hice montón con la mano mirando a ambos.

—¡¿Quién carajo nos va a decir algo?!— gritó Manuel parándose del asiento y golpeando una sala donde suponía que estaba Daniel.— ¡Hace media hora que estamos sentados como unos pelotudos y no nos dicen nada!

—Turro, calmate.— dice en susurro Valentín.

—¡No! ¡No me calmo nada!— interrumpió.— ¡¿Dónde está la gorra acá?!

—Ya nos van a decir algo.— repetí apoyando mi cabeza en mis manos.— ¿A qué hora lo trajeron?

—A las ocho ya lo ingresaron.— responde jodido Valentín.— Los chicos que lo trajeron nos dejaron un poco te plata, pero sale mas de cinco mil pesos.

—¿Y cómo vamos a hacer?— insiste el castaño sentándose.

—No sé, déjenme pensar.— relamio sus labios el ojiazul y echó un suspiro pesado.— Tenemos que insistirle a los viejos de Daniel para que colaboren, sino va a morirse el chabon.

—Qué lío, eh.— alcé las cejas hasta que la puerta se abrió, de ella salió un doctor que no tenía pinta de ser un profesional, para nada. El mismo salió con una libreta en mano, y por detrás se observaba el cuerpo de Daniel.

—Bueno, ¿ustedes son familiares de Ribba?— pregunta abriendo el libro, directamente en la primer hoja.

—Somos los amigos.— informó Valentín parándose a la par nuestra.

—Necesito que estén los familiares, no les puedo dar información a ustedes.— niega de inmediato.

—Estamos hace media hora o más sentados esperando a que nos digan algo y ni usted ni nadie son capaces de por lo menos decirnos qué pasa que tardan tanto.— responde enojado el castaño, pero yo lo miré de reojo para que se tranquilice.

—Bueno, si no están los padres, no puedo hacer nada.— acotó sonriente para descansarnos, pero la caminata de vuelta a la sala se vio interrumpida porque el ojiazul agarró de los hombros al mayor e hizo que se dé vuelta.

—Escuchame, es nuestro amigo y nosotros tenemos el derecho de saber qué mierda tiene que tardan tanto, ¿sabés?— susurró entre dientes.— Me chupa un huevo si somos los familiares, los suegros o los novios, pero a nosotros nos vas a decir qué es lo que le sigue para que esté bien, héroe.

—Está en coma.— habló después de unos segundos en los que sólo se dedicaba a mirarnos.— No fue un tiro, fueron varios y cerca al corazón.

Me desperté agitado mientras sonaba la alarma; dos y media de la tarde. Miré para todos lados pensando que lo que imaginé de verdad, pero me di cuenta que fue un sueño, o más bien, una pesadilla.

Últimamente estaba soñando muchísimo con respecto a que se muera gente cercana, y es por eso que tenía más miedo que antes porque sabía que, como me pasó con mi amigo Leo, también le podía pasar a cualquiera de nosotros si no nos poníamos un freno con los amigos de Martín y del mismo Martín.

Me levanté ya más tranquilo y me miré al espejo que estaba justo al lado de mi ropero, y cada vez sentía que estaba más feo, más rancio y más deplorable que nunca, tampoco estaba comiendo porque comida que veía, comida que no me daba ganas de tragar, por ende me notaba un poco flaco desde la última vez que me vi al espejo, que fue la semana pasada. No me gustaba mirarme al espejo, no me parecía cómodo mirarme, por eso es que trato de evitar el reflejo de mí mismo en un cristal.

Decidí que para ordenar la habitación, que estaba hecha un desastre, era conveniente poner un poco de música, y no de la música de ahora porque esa es una mierda, la que va es la cumbia vieja, y no se discute. Por eso puse desde mi celular la primera canción que se me vino a la cabeza fue una de Los Wachiturros.

—Soy el wachiturro que hace que baile la rocha.— comencé a cantar mientras me tiraba unos pasos, también acomodaba el escritorio que estaba lleno de hojas de temas que escribía hace semanas.

—¿Qué hacés, Mateo?— rió mi hermano entrando a mi habitación, y al verme limpiando frunció el ceño.— ¿Estás bien?

—Re en esa, ¿por qué?— continúe moviéndome a la par de la canción.

—Es raro que estés limpiando.— recuerda.— ¿Y qué música estás escuchando?

—Me niega la cola.— canté ignorando lo que me preguntó.— Soy un wachiturro, se llama así.— dije, en cambio Emi hizo mohín con su boca.

—¡Mamá, Mateo tiene fiebre!— gritó saliendo a las corridas de la habitación. Un boludo, idéntico a su hermano.

Yo seguí ordenando el escritorio mientras que la música seguía reproduciendose, pero ahora la canción que sonaba era "Mega Dándole", cosa que me motivó bastante a bailar más.

—Dice que soy un atrevido, y sólo le robé un beso.— comencé de nuevo a cantar elevando la voz.

—¿Tenés fiebre?— se asomó la cabeza de mi vieja por la puerta y yo negué sin darme vuelta para mirarla.— ¿Qué hacés, Mateo?

—Soy buen hijo, y limpio.— moví los hombros a la par de la base.

—¿Con esta música de fondo?— frunció el ceño y yo asentí.

—No voy a poner el himno de fondo, boluda.— reí mirándola esta vez.— Y tú no me quiere dar.— alcé los brazos y ella me miró gracioso.— Dando, dándole.— agarré las manos de la mayor y la invité a bailar conmigo, ambos tirando unos pasos improvisados.— Yo me la pasaría la noche dando, dando, dándole.







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muy wachiturra la cosa, pero amo que mateo sea tan boludo y cariñoso en esta novela qué decirles

dared; trueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora