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Mateo

Quisiera ser más fuerte

Yo no quería perderte, pero así es mi suerte

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Comencé a abrir mis ojos a medida que me quejaba internamente por el dolor gigante de cabeza, la fiebre no solo no me bajó, sino que ni siquiera se dignó en desaparecer aunque sea un poco por la noche, porque me despertaba cada vez más adolorido que antes.

—Quién me mandó a vivir.— susurré frustrado mientras me paraba de la cama como podía. Agarré una campera que se encontraba en la silla de mi escritorio y me la puse a la par que abría la puerta. Me miré de reojo en uno de los espejos del pasillo de mi casa y estaba, no destruido, lo siguiente a eso.

—¡Ay, Mateo!— se asustó mi vieja al verme pasar por el living de la casa, ella se encontraba leyendo un libro en el sillón.

—¿Tan feo soy?— me quejé y ella rió, negando a la vez.— Loco, soy tu hijo, no el que salió de Chernóbil.

—Perdoname.— se disculpó parándose para saludarme y después tocarme la frente.— Matu, estás volando en fiebre, ¿no querés que te lleve al médico y les digo a los del trabajo que voy más tarde?

—No, ni te calentes.— negué tocandome la misma.

—Te escuché dando vueltas varias veces anoche.— informó seria.— Ahora te tomo rápido la temperatura y después me voy a laburar.

—Pero si yo 'toy bien.— insistí haciendo puchero.

—Andá a la cama, bobo.— ordenó y tuve que obedecer yendo de nuevo para la habitación, una vez que entré, me tiré a la cama por segunda vez y seguro me la pase ahí, acostado y durmiendo todo el día. Sin duda enfermarse es una real mierda.

Me dediqué a prender la televisión y me dirigí a Netflix, me había enganchado con la serie de Breaking Bad, pero a veces me colgaba con seguirlas y terminaba viendo cualquier cosa menos la serie.

—A ver.— abrió la puerta mi mamá y rió al verme tan tapado hasta la nuca.

—Ya soy grande como para que me hagas estas boludeces.— recordé viendo como la mayor agitaba el termómetro.— Es fiebre, no es el coso del dengue.

—Tomá, ponetelo.— me dio el utencilio y tuve que acceder, se podría decir que no tan a la fuerza.— No me gusta que tengas tanta temperatura, Mateo.

—Si no es nada.— me coloqué el termómetro abajo de la axila.— Igual me duele la cabeza.

—¿Mucho?

—Lo suficiente para querer rajarme un tiro.— suspiré y ella dio un beso leve en mi frente.— ¿Cómo está Laura?— cambié de tema preocupado.

—Mal, le pegó un poco más que a mi y no lo está pudiendo superar.— me miró a los ojos y yo agache la mirada.— Después del laburo la voy a ir a visitar un rato para hablar con ella sobre qué vamos a hacer con la casa.

—¿La puedo ir a visitar yo también?— pregunté ansioso, pero mi mamá negó por completo.

—Vos tenés que quedarte acá, porque con el frío que hace ahí afuera dudo que te cures rápido.— reclutó revolviendo mi pelo.

—No me gusta que se sienta mal, por lo menos para ir a verla...

—A ver, Mateo.—interrumpió sentándose en frente mío.— Yo no quiero que su vida se base en preocuparse siempre por los demás, no te digo que al hacerlo esté mal, pero cada uno maneja como puede su vida.— me sonrió.— No seas egoísta y pensá un poquito más en vos, yo te aseguro que ahí es donde te tenés que preocupar.

dared; trueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora