Preludio: Jungkook

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Jungkook lo había prometido, así que pensaba cumplirlo. Le había jurado a su padre que el Jeon Jungkook de los últimos diez años ya no volvería a hacer acto de presencia, no más peleas sin sentido, no más vicios, no más detenciones, no más amenazas ni deudas, no más problemas. Jungkook lo había prometido para que su padre estuviera tranquilo con él estando solo en Seúl, pero ahora, nada más tres días después de haber llegado a la capital, mientras escuchaba el furioso rugido de las motocicletas que estaban esperando en la línea de salida por el grito de la gente, Jungkook casi podía ver físicamente cómo su voluntad se tambaleaba en un hilo finísimo y que ni siquiera era resistente, años de malas costumbres incitándolo a participar en la carrera como hizo tantas veces en su ciudad natal, su boca seca y la mente confusa, casi como si estuviera sufriendo el síndrome de abstinencia de una droga poderosa pero intangible, más dañina y adictiva que todas las que había probado en sus escasos veinticinco años de vida.

Qué ingenuo había sido al pensar que alejándose de toda su vida y las personas en ella dejaría atrás también sus pecados, como si el problema fueran ellos y no él, como si lo que encontraba en Busan no lo pudiera encontrar en Seúl también. O tal vez no era ingenuo sino muy listo, alejando a su padre de su desastre antes de que terminara por arrastrarlo a niveles irremediables, huyendo a un lugar en el que nadie lo conocía para poder autodestruirse con tranquilidad, solo y sin culpa.

-Aún estás a tiempo de apuntarte.  

Jungkook se giró con lentitud hacia la voz femenina que había interrumpido su batalla interna entre el bien y el mal, su tono varios niveles más alto de lo normal por la cantidad de ruido que había en aquella calle ancha atiborrada de adolescentes y adultos jóvenes lo suficientemente inmaduros como para estar ahí a pesar del frío, la insensatez y el peligro. 

-No quiero apuntarme. 

Las palabras salieron de su boca como lo que eran, una vil mentira tanto a sus oídos como a los de la desconocida de pelo rosa chillón, cuyos labios gruesos y pintados de rojo se curvaron en una sonrisa que no dejaba ver sus dientes.

-Puedo conseguir que más de cien personas apuesten por ti en los diez minutos que faltan para que comience la carrera.

-No me conocen, ¿por qué iban a apostar?

-Me conocen a mí, y eso es suficiente. Si ganas recibes la mitad de las apuestas, la otra mitad va a los organizadores. 

-¿Qué ganas tú?

La chica, de aproximadamente la misma edad que Jungkook, se encogió de hombros y acrecentó su sonrisa, guiñándole un ojo después, gesto que le brindó al muchacho todo el entendimiento que necesitaba. La miró de arriba abajo, más interesado en la carrera que en ella pero sin querer aparentarlo, y después de prometerse falsamente a sí mismo que esa sería la primera vez en Seúl pero también la última, Jungkook asintió. 

Diez minutos después, como la chica había prometido, una buena parte del gentío gritaba en medio del barullo su nombre, los demás competidores mirándolo con desconfianza al ser un completo desconocido, algo poco común en esas esferas de la ciudad. A Jungkook no le importaban ni las miradas ni los murmullos, sin embargo, y, de todas formas, estaba muy ocupado intentando controlar la presión de su torrente sanguíneo, que parecía vibrar ansioso ante el chute de adrenalina que estaba a punto de sufrir después de más de tres meses jugando a ser un niño bueno en las instalaciones del servicio social al que lo condenaron la última vez que lo habían atrapado corriendo en el circuito ilegal de Busan, mismo que había liderado desde que tenía diecisiete años hasta que se había ido de la ciudad. 

Cuando la señal de salida retumbó en todo el espacio y las banderas con los colores de Corea del Sur cayeron en picado hacia el suelo, Jungkook ni siquiera tuvo tiempo de pensar o arrepentirse, su cuerpo actuando guiado por un instinto que él mismo había entrenado año tras año. No conocer a los otros competidores le dificultó la tarea, muy acostumbrado a correr siempre con las mismas personas y las mismas manías, pero después de los primeros tres minutos Jeon Jungkook pareció resurgir de entre los muertos acompañado del rugido de su motor, no haciéndole falta más tiempo para saber a quiénes se enfrentaba, no necesitando más para confiar en que ninguno era rival para él. 

Tres horas después el pelinegro entró en el diminuto piso que se había convertido en su hogar desde que había llegado a Seúl, la luz de la mañana ya filtrándose por la única ventana. Había competido con las ansias de un adicto, había ganado con la seguridad de un profesional y recibido el dinero con la sonrisa de un maldito arrogante, había disfrutado de tres rondas de sexo con la pelirrosa en una habitación llena de colores extravagantes y, antes de irse, le había aceptado una raya de coca como recompensa a lo que había sido ya de por sí una recompensa para ella, inhalándola de la superficie de una mesita de cristal del salón cuyo único fin parecía ser sostener un portarretratos con una foto de una familia que fingía ser feliz, cuatro pares de ojos estáticos siendo testigos de su debilidad, dos de ellos adultos, unos pertenecientes a la chica pelirrosa, entonces castaña, y los otros, más serios, en el rostro de un chico unos años mayor que él. 

Así, con un golpe seco y sordo Jungkook se dejó caer sobre su desnudo colchón, que era casi más grande que todo lo demás en el piso, cuyas paredes ni siquiera pasaban de ser simples ladrillos adosados al interior. Cerró los ojos, estúpidamente conforme con su noche, pero antes incluso de que se quedara dormido su despertador sonó, recordándole con amargura que ahora tenía un trabajo en una cafetería al que debía asistir diariamente a las ocho de la mañana, hora a la que, como ese mismo día, solía llegar a casa. 

Jungkook pensó en su padre, aunque sabía que no lo merecía. No le pidió perdón, porque sabía que aquella noche se repetiría. Ese era su problema. Que se pasaba los días buscando desesperadamente salidas fáciles al laberinto en el que se sentía encerrado, en lugar de recorrerlo con paciencia y encontrar el camino adecuado. Había que entenderlo, sin embargo. Llevaba toda la vida sintiéndose perdido, añorando algo, alguien que no sabía que había tenido. Si él no sabía qué buscar para llenar el vacío del que estaba hecho, ¿qué iba a hacer entonces, más que desafiar al destino para que éste le devolviera lo que le habían arrebatado? 

Ángel del Dolor y el Error - KookGiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora