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Es curioso cómo pasa el tiempo, en un parpadeo han pasado 10 años, diez largos y amargos años, desde que le quitaron a su bebé. A su angelito, a su razón de ser, su razón de vivir. Su todo.

Kim JiSoo, una hermosa mujer de tantos años que aparentaba menos, se encontraba frente a la tumba de su único hijo, la tumba de su niño, de su TaeTae. Aquel lindo e inocente muchacho que, al morir, se llevó toda la felicidad de su madre.

—Perdóname bebé, quisiera haber estado contigo...—

Ella lo reconocía, ella sabía que había descuidado mucho a su niño, ella pensaba que era su culpa. La mujer trabajaba hasta el cansancio para darle a su niño todo lo que merecía, porque él merecía todo y ella le dio todo, menos tiempo.

En ese entonces, no sabía en lo que pensaba, no sabía cómo es que había fallado. Muchas veces dejaba a TaeHyung atrás, lo dejaba solo y desprotegido. Eran pocos los días en los que podía estar con él mucho tiempo.

JiSoo era muy joven cuando se embarazo de TaeHyung, pero eso no significo que no lo amará tan pronto se enteró, porque ella también fue ingenua. El padre de su amado bebé la maltrataba mucho, pero ella lo amaba, y cuando el niño nació, lamentablemente empeoro.

Por eso, huyó. Se fue. Cuando el niño cumplió cuatro años, esa misma noche de su cumpleaños, esa vez cuando su propio padre casi abusaba de él, fue que abrió los ojos y lo entendió. El amor nunca fue justo con ella, por eso tomó las maletas y se fue, se alejó lo más que pudo de Sanbon-dong, su ciudad natal.

Creyó que estaría bien, que su niño sería feliz en Seúl, lejos de su malvado padre, y cuando él dio con ellos, tuvieron que irse de nuevo. JiSoo solo quería lo mejor para su bebé y por eso regresaron, pero ella confió en él. Ingenua, ingenua, confió que JungKook cuidaría de su niño, que él lo haría feliz.

—Es mi culpa, sé que ira y tristeza me atormentaran para siempre...—se dijo a sí misma.

Es cierto, JiSoo se culpaba a sí misma de no haber visto lo que JungKook quería hacer con su hijo. No vio aquel deseo incontrolable que él tenía por su niño. No vio aquellos moretones que eran ocultados por capas de maquillaje, no vio esas lágrimas secas en las mejillas de su bebé, no lo vio...

Se había quedado ciega.

Había pasado ya un mes y unos días desde que se cumplieron diez años desde aquel día, aquel horrífico día y, justo aquella mañana, se dio la noticia que Jeon JungKook había muerto. ¿Karma? ¿Castigo celestial? ¿O simplemente una coincidencia u broma pesada?

¿Venganza era lo que buscabas? ¿O buscabas alguien que te vengara?

JiSoo lo había visto, ella había visto esa noche a Park BoGum, la noche antes del asesinato. Él la había saludado y le había entregado un ramo de preciosos girasoles, los favoritos de TaeHyung.

Ella había visto algo de sangre en sus ropas y la sonrisa macabra que tenía dibujada en la cara, como la que tenía JungKook en el funeral. JiSoo vio el cuchillo reluciente y las llaves de aquella casa colgadas en sus bolsillos. Esa gasolina en su cajuela y ese fuego de venganza en sus ojos.

¿Cuándo paso?

¿En qué momento la bestia se hizo presente? ¿En qué momento, aquel ángel guardián que cuido de TaeHyung por años, se convirtió en el demonio que lo condeno?

Vio a su hijo en los brazos de ese monstruo. Aquel día, antes de que todo se fuera a la mierda.

Aún recuerda su último adiós, las palabras, la emoción, el sentimiento...

Él fue...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora