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Mikoto fue muy ingenuo al pensar que no sabría nada de su madre en lo que restaba del año, porque la mujer se apareció el domingo como si nada hubiese ocurrido, mirándolo con el mismo rostro severo de siempre

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Mikoto fue muy ingenuo al pensar que no sabría nada de su madre en lo que restaba del año, porque la mujer se apareció el domingo como si nada hubiese ocurrido, mirándolo con el mismo rostro severo de siempre.

A su lado, detrás de ella y con la expresión perdida estaba su hermana Natsuki, quien al parecer gustaba de usar ropa confusa. Por ejemplo, en ese momento tenía puesto un abrigo muy sobrio, guantes de cuero y una blusa color pastel debajo. Ella parecía perderse constantemente en sus propios pensamientos, lo cual hizo que Mikoto se preguntara cómo eran las cosas en casa.

—Necesitas remodelar el departamento pronto, te daré el número de mi decorador de interiores —su madre miró a su alrededor y entró a la casa.

Mikoto supuso que la mujer prefería pasar de cualquier formalidad, así que él también lo hizo. Todavía seguía un poco molesto por el último encuentro, aunque trataba de no enfrascarse en emociones violentas era difícil, porque no podía evitar pensar en Mars y la forma en que lo trató.

—Soy pobre —dijo, sabiendo que eso la molestaría. No pudo evitarlo, nunca había tenido tantas ganas de desafiar a su madre—. No puedo pagar un decorador de interiores.

Su madre, Mizuki, se giró a verlo y soltó un jadeo de sorpresa, parecía que no sabía cómo actuar ante esa respuesta, sin embargo, después de un segundo recuperó el control.

—Deja de decir tonterías —espetó mientras Natsuki pasaba de largo y se dirigía a la cocina, al parecer tenían la intensión de desayunar en su casa, pero Mikoto no tenía ganas de comer.

—No son tonterías, es la verdad —agregó, mirando a su madre con el ceño fruncido, era muy raro, no estaba acostumbrado a aquella mueca. Mizuki lo miró un instante y optó por ignorarlo.

—Vamos, apúrate que Natsuki tiene un compromiso en una hora y tiene que estar todo listo para el desayuno —por alguna extraña razón ella se apresuró a servir la comida y acomodar las cosas en la mesa. Mikoto no lo había notado, pero ella traía flores en las manos y las colocó en un bonito jarrón que recordaba haber comprado en algún punto de su vida, pero cuya existencia olvidó hasta ese momento.

Aquello le causó malestar, estaba confundido y enojado. Mikoto no sabía lidiar bien con aquel estado anímico, sentía que en cualquier momento podría enfermarse.

—Vamos, ponte algo decente —espetó la mujer cuando ya casi estaba todo listo—. No puedes venir a la mesa en pijama.

—Es mi casa, puedo hacer lo que yo quiera —incluso para sus oídos aquello sonó, como mínimo, insolente.

—Mikoto no seas altanero —dijo, dedicándole una mirada furibunda, ella estaba a punto de agregar algo más cuando el timbre sonó. Mikoto no se detuvo a pensar en el tema, dio por hecho que se trataba de Mars y se apresuró a atender, no quería que su madre se le adelantara como la última vez.

El instante más hermoso de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora