14| Las reflexiones de Sarada

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Sus parpados se agitaron ligeramente mientras su conciencia regresaba a su cuerpo luego de una larga y placida noche de sueño. Dejó escapar un bostezo mientras estiraba sus brazos hacia el pulcro cielo blanco que la cubría. Se sentó sobre la cama, mientras su mano tanteaba la mesita de noche en busca de sus lentes. Quitó los mechones negros que cubrían su cara para poder ponérselos y miró su habitación aun oscura, al mirar el reloj confirmó que eran las siete de la mañana, tenía una hora antes de que tuviese que reunirse con los demás miembros de su equipo.

Salió de un salto de su cama y se dirigió al baño mientras en el fondo podía escuchar dos voces haciendo eco.

– Ugh ¿tan temprano y ya comenzaron? – se preguntó a si misma más hastiada que triste por aquella situación. Sus padres nunca tuvieron una verdadera relación, eso siempre lo supo, aunque su madre lo negara. Su matrimonio solo fue para darle todos los derechos que su apellido conllevaba, nada más. De todas formas, no era como si Uchiha Sasuke y ella tuviesen algún vínculo afectivo digno de mención.

Si, aún estaba molesta por el hecho de que el hombre no la reconociese en su pasado encuentro, pero no tenía tiempo para rencores y tampoco los necesitaba, si quería ser como su ídolo, el séptimo, debía aprender a dejar ir el rencor. Irónicamente, el Nanadaime había sido más un padre para que ella que su padre biológico.

Buscó su ropa en el armario y salió de la habitación. Una vez fuera pudo distinguir el motivo de esa nueva discusión mañanera.

– Después de catorce años – resopló la mujer con rabia burbujeando en su sangre - En verdad te merecías que...

– Sakura.

El repentino silencio fue el indicativo de que ellos notaron su presencia. Sarada rodó los ojos y los ignoró, era demasiado temprano como para siquiera molestarse. Entró al baño y se desvistió, volviendo a dejar sus lentes en una parte apartada. Entró en la ducha y mientras el agua tibia caía sobre su pálida piel un par de ojos azules cruzaron su mente y extrañamente no eran ni Boruto ni el Hokage los dueños de estos.

Menma.

El misterioso chico que apareció de la nada pero que era el causante de una parte de los nuevos cambios en su vida.

Desde que apareció notó que algo en él era diferente, aunque no podía explicarlo con claridad, era como una corazonada, un presentimiento. Algo en su interior le decía que debía tener un ojo puesto en el niño azabache.

La primera de las cosas raras que notó fue su extraño parecido con el Hokage y es que, al mirar la fotografía que su madre guardaba de la infancia podía notar el gran parecido que ambos tenían y no era la única en notarlo, Chōchō también lo había mencionado en una ocasión en que se toparon con el chico. Si no fuese por el color de su cabello, sería una copia exacta del Hokage.

Lo segundo que notó fue que el chico era solitario. Siempre que lo veía estaba solo y con mirada que variaba entre la tristeza y el conflicto. Más de una vez habían intentado invitarlo a juntarse con ellos ya sea para entrenar o para comer, pero él siempre se negaba mientras les sonreía apenado, diciendo que sería la para la próxima ocasión. Aunque más de una vez lo había pillado murmurando algo en voz baja cuando pensaba que nadie lo veía.

La tercera cosa no la notó hasta que espió uno de los entrenamientos que su padre daba al chico y a Boruto. Ni siquiera tuvo que usar su sharingan para notar la forma fraternal con la que su padre lo trataba y la mirada que tenía al verlo era la misma que usaba con ella, como si él fuese...

Cortó ese pensamiento ahí mismo, cerró la llave de la ducha, para luego tomar una toalla y secarse.

¿Había estado a punto de decir que Menma podría ser...?

Como un espejo DistorsionadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora