20| Un respiro

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Saltando a través de viejos escombros ya reclamados por la naturaleza, Menma solo detuvo su carrera cuando encontró lo que estaba buscando. Arbustos y enredaderas rodeaban lo que alguna vez había sido una hermosa residencia y que, a diferencia de sus pares, había permanecido de pie a través del tiempo y la adversidad.

Menma caminó alrededor de la vieja fachada, moviendo la puerta corrediza para entrar.

El lugar olía a humedad y estaba oscuro, con pequeños haces de luz que se colaban a través de agujeros en el techo. El polvo y las telarañas cubrían viejos muebles que no habían sido tocados por años y que permanecían quietos en sus lugares como si el tiempo no hubiese pasado. La luz rojiza del atardecer le daba un lugar un aspecto de ensueño y Menma atravesó los pasillos como si lo conociera. Las viejas tablas de madera rechinaban a cada paso que daba mientras atravesaba lo que alguna vez había sido la sala de estar de una familia. Hizo lo mismo con el comedor, sorprendiéndose de lo idéntico que era aquel santuario al que había visto cuando era más pequeño. Casi se sintió como en casa.

Llegó al final de la casa y destrabó la última puerta.

En medio del jardín, un gran rosal extendía sus ramas hacia el cielo y la tierra, como si quisiese abarcar todo de ambas. Flores rojas como la sangre, cubiertas de pequeñas manchas blancas resaltaban en medio de todo ese verde, como si quisiera mostrar al mundo cuan hermosa puede ser, pero sin que nadie estuviese allí para verlo.

El joven tragó saliva mientras sentía que sus ojos comenzaban a picar por las lágrimas.

– Abuela – susurró.

Por un segundo un viejo recuerdo se superpuso a la realidad. Se vio a sí mismo caminando hacia el arbusto bajo el terrible sol de verano. Nunca pudo recordar cómo llegó a ese lugar. En ese momento solo pensó en lo hermoso que era y en lo seguro que lo hacía sentirse.

El pequeño Menma se sentó bajo su sombra, acurrucándose entre las ramas sin que las espinas pudiesen lastimarlo, cuando una rosa nevada se desprendió de su tallo y cayó sobre su regazo. El menor miró hacia arriba, pero no podía estar seguro desde donde había caído. Tomó la flor entre sus manos, admirándola y soltó una risita infantil. Pensó que era bienvenido en ese lugar. No pasó mucho antes de que su padre apareciera, blanco de preocupación. Lo regañó por haber desaparecido y luego le contó la historia sobre su abuela Mikoto y el rosal.

Cuando el recuerdo se dispersó, Menma limpió las lágrimas que habían comenzado a caer de sus ojos y recorrió los mismos pasos de su yo más joven. Como lo suponía, en el centro, una parte de las rosas habían sido cortadas.

Menma se arrodilló en la hierba y junto sus manos para darles una oración de respeto a sus antepasados.

Como si de magia se tratara, una briza se alzó en el jardín y los pétalos de algunas de las flores volaron como un remolino alrededor del joven antes de posarse sobre él. Menma no pudo contener su sonrisa.

– también me alegra verte, abuela.

– 0 –

La noche ya cubría la aldea con su oscuro manto para el momento en el que Mitsuki llegó al edificio en donde vivía. Había sido una misión más larga de lo que había pensado en un inicio y su cuerpo comenzaba a pedirle descanso.

Subió las escaleras cuando un olor familiar llegó a su nariz.

– ¿Menma?

El nombrado estaba junto a su puerta, con las manos en los bolsillos y la espalda apoyada contra la pared. Susurraba en voz baja, pero cuando notó la presencia de Mitsuki lo miró con una sonrisa nerviosa mientras rascaba su nuca.

Como un espejo DistorsionadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora