I Like You | WooGyu

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Cuando Sung Kyu se acomoda en el único asiento que hay en la pequeña habitación de paredes blancas, le es imposible no sacar su móvil para comenzar a ver las diversas noticias que, durante todo el día, no han dejado de transmitirse.

Cada vez hay más de esos videos por todo el internet. Es inevitable no reproducir alguno si parece que es de lo único que se habla en estos días. Aunque, tampoco puede negar que le hace sentir muy orgulloso el hecho de que su padre sea el protagonista en muchos de ellos.

"En lo que va de este año, se han suscitado cinco robos a gran escala. Los bancos afectados no han dado declaraciones al respecto, pero se especula que están trabajando en colaboración con la ANSI¹ para hallar a los responsables... En otras noticias. La reunión en el Congreso Nacional se llevará a cabo en unas horas. En ella, se tratarán asuntos sobre la nueva propuesta de ley para comercializar un supresor para adolescentes de forma gratuita; pues, las desventajas de que sólo los omegas mayores de edad y con buena solvencia económica puedan adquirirlos, representan grandes problemas para su género..."

    
—¿Qué miras, hijo? —inquiere con voz dulce la omega doctora que acaba de entrar a la habitación.

Ella se acerca al muchacho y le aprieta una mejilla con suavidad antes de dejar una jeringa y un frasco con líquido transparente en una bandeja.
    
—Noticias, mamá. ¿Crees que transmitan algo de la reunión en el Congreso? —pregunta el joven con interés. No hace mucho que su padre por fin ha logrado que esa junta se formalice.
    
—No lo creo, Sung Kyu. Son asuntos oficiales del gobierno, y muchos de ellos han permanecido en secreto. Sobre todo porque, no hace mucho, la mayoría de los congresistas eran alfas.
    
Sung Kyu aprieta los labios y piensa que, si no fuera porque algunas décadas atrás, los estatutos que rigen su sociedad cambiaron para mejorar el bienestar de los omegas, todos los privilegios serían sólo para betas y alfas sin restricción alguna.
    
—¿Crees que mencionen a papá?
    
—Oh, por supuesto que sí —asegura la doctora, tomando el brazo de su hijo para limpiarlo con un poco de alcohol—. Sin tu padre, nada de esto hubiera sido posible —dice con convicción.

Ella toma la jeringa y la clava con cuidado en el recipiente de vidrio. Sung Kyu observa el tubo llenarse y aprieta los ojos al momento de sentir la aguja hundirse en la suave piel de su brazo izquierdo.
    
El joven omega arruga la tela de su pantalón entre los dedos de su mano libre, y empieza a sentir la misma singular molestia de las otras veces que ha ido al laboratorio para recibir esa inyección.

A sus casi veinte años, Sung Kyu no ha experimentado su primer celo debido a ella.
    
—¿Cómo te has sentido? —le pregunta su madre cuando deshecha el material médico.
   
—En realidad, muy bien. De vez en cuando tengo náuseas, pero no es algo que me moleste mucho. Este supresor funciona de maravilla, incluso cuando comencé la Universidad, me confundieron con un beta —explica Sung Kyu, divertido.
    
—Oh, cariño, pero si eres demasiado hermoso para confundirte con un beta —menciona la mujer con los ojos brillantes—. ¿No te han querido cortejar la mitad de los alfas que conoces?
    
Sung Kyu rueda los ojos, abochornado, y piensa que, esa es la principal razón por la que quiso ayudar a sus padres a probar aquella fórmula supresora siendo tan joven. No quiere que su celo le sorprenda manifestándose a la mitad de sus clases, y termine por abandonar la escuela, o peor aún, que lo expulsen debido a su incapacidad para controlarse. Está prohibido asistir a clases estando en celo, pero, faltar cinco días a la escuela, ser asediado por alfas que no pueden mantener la cordura, o incluso embarazarse, no es algo que quiere vivir a su corta edad.
    
—No voy a dejar que ninguno de ellos me ponga un dedo encima, mamá. No hasta que yo mismo decida con quién quiero estar —dice con firmeza.
    
—Me alegra que pienses así, cariño. Los omegas no somos objetos, y aún si esta sociedad siguiera siendo primitiva, tu padre y yo hubiéramos hecho hasta lo imposible para protegerte —dice la doctora antes de plantarle un dulce beso en la frente.