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―Lo solucionaréis ―me aseguró Sophia, tomando un sorbo del refresco.

―Es que ya ha pasado una semana y sigue sin hablar conmigo...

―Tú tampoco has intentado hablar con él.

―Mira cómo terminamos la última vez ―fruncí el ceño.

Dejé de pretender que estaba limpiando algo de la barra y cogí un vaso. Podía notar los ojos de mi jefe ―Jamie― en mi nuca. Decidí ignorarlo tanto tiempo como pudiera.

―No lo sé ―Sophia se encogió de hombros y captó la mirada de Jamie―. Dame un pastelito de esos, a ver si así deja de mirar hacia aquí.

Mientras hacía lo posible por tardar mucho, ella siguió hablando:

―Creo que habéis pasado por demasiado juntos como para distanciaros ahora por eso. Ya sabes, después de lo de Ethan y eso...

―Ya ―asentí con la cabeza―. Entonces, buscaré la forma de hacer que hable conmigo. Mientras tanto...

―Mia ―la voz de una de las camareras me distrajo. La miré―. Te toca ir al almacén.

Miré a Sophia, que me guiñó un ojo.

―Es raro estar aquí sentada mientras tú me sirves.

Reí un poco y me metí en el almacén, que estaba justo al lado del aparcamiento. Me agaché para recoger todo lo necesario y miré de reojo lo que había a mi alrededor. Era una sala larga y poco ancha, abarrotada con comida por todas partes. De hecho, lo mantenían a una temperatura algo fría para que se conservaran mejor ―el congelador estaba al lado―. La única luz que había era una bombilla de baja calidad que colgaba del techo, y no ayudaba demasiado.

Volví a la parte delantera y la misma camarera me frunció el ceño.

―¿Y los pasteles de crema?

Suspiré y volví a meterme en el almacén.

Pero esta vez, cuando me giré, alguien había cerrado la puerta y estaba delante de mí, de brazos cruzados. Jamie. Me incorporé y lo miré con el ceño fruncido.

―Hola, Mimi ―me sonrió.

Apreté la bandeja de pastelitos hasta que se me quedaron los dedos blancos.

―¿Me dejas pa...?

Intenté pasar por su lado, pero estiró el brazo y me lo impidió.

―¿Por qué trabajas aquí?

Parpadeé, confusa.

―¿Por el dinero?

―Eso no te lo crees ni tú. He visto dónde vives. No necesitas el dinero.

―¿Cómo que has visto dónde vivo?

―Tengo una ficha de todos mis empleados, Mimi, no te preocupes ―me sonrió―. Así que quiero que me seas sincera y me digas por qué estás aquí. O te despido. Como quieras.

Fruncí el ceño. No podía decirle la verdad. Aunque Ben y los demás habían estado unos cuantos días sin aparecer, no podía decirle que buscaba a alguien. No confiaba en él, y no lo haría nunca. Lo odiaba desde que había empezado el instituto. Me dediqué a mirarlo fijamente. No iba a dejar que me intimidara sólo por preguntarme algo. Mantuve mi mirada en la suya durante casi un minuto de completo silencio.

―¿Y bien? ―preguntó, cruzándose de brazos.

―Ya te lo he dicho.

―Soy tu jefe, no te tomes tantas confianzas, Mimi.

PromisesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora