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Al abrir los ojos lo primero que vi fue la luz de la ventana entrando por la habitación. Me di la vuelta sobre mí misma llevando las rodillas al pecho mientras escuchaba el ruido de pasos a mi alrededor. Abrí un solo ojo para ver a Logan enroscándose una camiseta.

-Buenos días -murmuré con voz adormilada.

-Duermes como un tronco, se me ha caído un plato al suelo y ni te has enterado. Podría estallar una guerra y ni te enterarías.

Sonreí.

-Algo bueno he de tener.

Él siguió dando vueltas por la habitación, recogiendo algunas cosas y metiéndoselas en los bolsillos. Me lo quedé mirando hasta que me devolvió la mirada.

-¿Qué?

-¿Dónde vas?

-Ryan me pidió que lo acompañara a hacer un trabajo en la ciudad vecina, así no tiene que llevar su coche y todo el material -se encogió de hombros-. Puedes desayunar y ducharte aquí si quieres.

-Logan, vivo aquí al lado.

-Pero pasas más tiempo aquí -sonrió, triunfante.

Todavía me reía cuando se apoyó con las manos en el colchón para darme un pequeño beso.

-Sobre lo de anoche... -empezó.

-No quiero hablar de eso.

-Si vuelves a poner tu vida en peligro de esa forma, te dejaré.

Me quedé helada por un momento, mirándolo. Tenía el rostro impertérrito aunque siguiera sosteniéndome la cara con ternura.

-No me mires así. Tengo bastantes problemas, Mia, igual que todos, y no quiero hacerlo, pero créeme que lo haré. No vuelvas a hacerlo, por favor.

No dije nada, seguía pasmada. Nunca me había amenazado con dejarme, y la sensación de que eso pudiera ocurrir se me antojó como un nudo en la garganta que me impedía respirar.

-Te quiero -murmuró, antes de darme otro beso y salir de su casa.

Me quedé unos momentos ahí, contemplando su habitación sin saber muy bien qué hacer. Cuando por fin volví a la realidad, salté a mi terraza y me metí en mi cuarto. Todavía iba con la ropa de anoche, así que me la quité y me metí en el cuarto de baño sin hacer mucho ruido -era sábado, mi padre debía estar durmiendo aún- y me di una ducha larga, frotándome la piel con tanta fuerza que llegué a hacerme algo de daño. Al salir ya vestida, el dulce olor a tortitas me inundó las fosas nasales.

-Mhm...

Caminé hacia la cocina y encontré a mi padre con su pijama, llenando dos platos de tortitas. Eran las mismas que me hacía de pequeña cuando era mi cumpleaños o los sábados y domingos. Siempre me habían encantado. Me acerqué con disimulo y me incliné sobre él.

-Esto huele de maravilla.

El pobre dio un salto.

-¡Mia! ¡Qué susto me has dado!

-¿Dónde está el sirope? -pregunté.

Él me miró con el ceño fruncido mientras dejaba los platos sobre la mesa, donde todo estaba perfectamente colocado.

-¿El sirope?

-Sí, papá, el de chocolate.

-Ah -pareció comprender algo-. Para las tortitas. Mia...

-Deberíamos comprar -murmuré-. Bueno, no importa, vamos a...

-Mia -me interrumpió papá, algo abochornado-. En realidad, creí que no estabas en casa. Me dijiste que dormirías en casa de Logan y... bueno, pensé que seguías ahí. Las tortitas no son para ti.

PromisesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora