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El padre de Logan había estado llamándolo durante la siguiente semana, y aunque Logan creía que no me daba cuenta cuando agarraba el móvil y colgaba directamente, podía ver el odio en su cara. En el funeral, no habían llegado a hablar. Su padre se había ido mucho antes que los demás.

Ya prácticamente vivía con él. Mi padre había sido bastante comprensivo con su situación y había pasado por alto el hecho de que me quedara siempre en su casa, y lo cierto era que estaba empezando a hacerse una costumbre. Se me hacía raro irme a dormir y no notar a alguien pasando el brazo por encima de mí para abrazarme.

Aunque, en realidad, los últimos días había sido yo la que se acercaba a él primero. Ni siquiera nos habíamos besado ni una sola vez. Y sé que era infinitamente egoísta pensar en eso, pero sentía que tan pocas muestras de cariño empezaban a preocuparme.

Diez días después del entierro, me metí en casa de papá para dejar la bolsa con la ropa del trabajo, cuando me encontré a Alex, su estúpida novia, delante de mí con todo un conjunto negro de deportista profesional. Y lo peor, con diferencia, era que le quedaba bien. Demasiado bien. La muy asquerosa tenía un cuerpo de infarto. Se había puesto el móvil en una banda para el brazo, y tenía los auriculares conectados. Además, se había atado el estúpido pelo teñido en una coleta.

―Ah, hola ―me sonrió ampliamente.

―Hey ―no cambié la expresión.

Pasé por su lado y tiré la ropa sucia al cesto que había en mi habitación. Tardé dos segundos más en darme cuenta de que me estaba siguiendo. Me quedé en mi cuarto, ignorándola, y me quité la chaqueta.

―¿Te puedo ayudar en algo, Alex? ―pregunté sin girarme.

Me senté en la cama, quitándome los zapatos.

―¡Había pensado que podemos ir juntas a correr!

Casi me caigo.

―¿Qué? No.

―Oh, vamos, no seas amargada ―sonrió, dando saltitos de un pie a otro sin moverse de su lugar―. Así podemos afianzar esta relación madre-hija que tenemos. Apenas te conozco y ya casi vivimos juntas.

La miré con una ceja enarcada.

―Tú no eres mi madre.

No pareció importarle demasiado.

―¿Y qué? Así nos llevaremos mejor, ¡podemos ser amigas y todo!

―Permíteme dudarlo.

Justo en ese momento llegó papá de trabajar y se asomó a mi habitación, sonriendo.

―Ah, hola, ¿qué hacéis?

―Le estaba pidiendo a Mia que viniera a correr conmigo ―lo informó Alex.

―Qué gran idea.

―No quiero ir ―insistí.

―Claro que irás. Vamos, así os conoceréis mejor.

Un rato más tarde, mientras papá hacía la cena ―e invitaba a Logan a cenar con nosotros― Alex me arrastró hacia la calle ―ya nocturna― y me informó de que su objetivo era cruzar todo el paseo marítimo, hasta llegar al otro lado del puerto. Lo que, básicamente, eran casi diez kilómetros, es decir, una hora corriendo como una idiota detrás de Alex.

Ninguna dijo nada durante los primeros veinte minutos. Ella iba por delante de mí unos cinco metros, mientras yo intentaba adaptarme mejor a la estúpida ropa que me había dejado prestada. Eran unos pantalones cortos deportivos de lycra que todo el rato se me subían demasiado y tenía que volver a bajarlos. Además ―golpe en mi autoestima― me había costado ponérmelos, pero no tenía otra cosa, así que no me quedó más remedio.

PromisesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora