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Seguía pareciéndome una pésima idea cuando Connor y Logan se lo dijeron a los demás, pero, al parecer, era la única que lo creía. Todo el mundo pensó que ir a una muerte segura sería lo más adecuado dada la situación.

No sé si soy yo o es el mundo, pero uno de los dos está rematadamente loco.

Así que la absurda idea de Connor, al final, fue la que todo el mundo quiso.

Una semana más tarde apenas habíamos hablado sobre el tema. Había ido a cenar con Logan a un restaurante que le gustaba, Sophia y yo habíamos ido a la playa y estaba un poquito más bronceada, y mi padre se había empeñado en ir a ver una película con Logan y conmigo ―él se sentó en medio en el cine, por lo que Logan y yo nos echábamos miradas divertidas entre nosotros―.

El jueves por la mañana, Logan no pudo ir a ver a su madre, y como le había prometido que por las mañanas no estaría sola, me ofrecí a ir en su lugar. Él estuvo encantado.

Helen estaba en uno de esos hospitales que tienes que mirar dos veces para encontrar el pasillo que buscas por lo enormes que son. De hecho, tuve que dar vueltas y vueltas por todo el lugar en busca de una enfermera que supiera decir algo que pudiera entender. Al final, una mujer de mediana edad, bajita y con el pelo cortado por encima de las orejas me acompañó a la habitación de Helen.

Era sencilla; pareces blancas, baldosas de un azul muy pálido y dos ventanas en la pared del fondo. Había dos personas en la habitación. En la cama más cercana estaba una mujer de unos treinta y muchos años tumbada, mirando al techo. No dejó de mirarlo cuando entré. Helen estaba en la cama del fondo, mirando por la ventana. Estaba tan pálida que los rayos de luz que le perfilaban la piel parecían desprender más brillo del habitual.

―Hola ―la saludé.

Me miró y no pareció sorprendida en absoluto de verme.

―Me alegro de verte, Mia.

―Logan no ha podido venir. Así que aquí estoy yo ―mis intentos patéticos de bromas no funcionaron, pero ella me siguió mirando con una sonrisa amigable.

Era tan buena persona, que no podía entender por qué tenía que sufrir lo que había sufrido a lo largo de su vida.

―Siéntate ―me indicó, señalando una silla azul al lado de la ventana.

Tomé asiento y dejé el bolso en el suelo. Volví a mirar la habitación y me di cuenta de que la televisión estaba encendida, y que la mujer que había en la otra cama no estaba mirando al techo, sino a las personas del informativo que movían los labios sin emitir sonido alguno. ¿Por qué no le daba más volumen?

―Tu padre me dijo que te estaba yendo muy bien en la Universidad ―me comentó Helen, mirando de nuevo por la ventana.

―Sí... es una experiencia totalmente nueva y genial. ¿Te ha dicho Logan que...?

Me corté. No sabía si podía decírselo.

―La idea fue mía ―sonrió más―. Él no quería dejarme aquí e irse tan lejos, pero tampoco era feliz sabiendo que tú estabas a tanta distancia. Hice lo que una buena madre debe hacer; olvidarse de sí misma y buscar la felicidad que merece su hijo.

Asentí una vez con la cabeza.

―No sé si yo sería capaz de hacer algo así ―admití, mirándome las manos.

―Oh, claro que lo serás. Cuando seas madre, lo entenderás.

Cuando fuera madre...

Por un momento, me imaginé a mí misma con siete años más, dando la mano a un niño pequeño de ojos azules y pelo oscuro, mientras Logan empujaba un cochecito a mi lado.

PromisesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora