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―La odio.

Logan soltó una risita desde su cama. Apoyó un codo en el colchón y el mentón sobre este, mirándome. Yo seguía quitándome el maquillaje en el cuarto de baño, con la puerta abierta. Sentí sus ojos divertidos sobre mí. Me dio igual.

―No la odias.

―¡Sí, la odio! ―protesté―. Y sé que sueno como una cría, pero es insoportable.

―No lo es.

―¿Quieres dejar de decir que no es cierto todo lo que digo? ―protesté.

Él se encogió de hombros y se dejó caer de espaldas en la cama. Yo ya iba con la camiseta de Disney. Me senté en la cama, con los pies colgando. Tenía los brazos cruzados.

―¿Y qué quieres que diga? Es lo que pienso.

―Pero... ¿cómo puede caerte bien? ¿La oíste?

―Estaba ahí, nena ―enarcó una ceja.

―¡Por eso! Me llamó gorda.

―No seas exagerada.

―¡Me llamó gorda! ―repetí, mirándolo.

Él estiró un brazo hacia mí, rodeándome la cintura e intentando arrastrarme hacia él. Cuando vio que me resistía, suspiró y dejó caer ese mismo brazo en mi regazo. Empezó a tamborilear los dedos en mi pierna. Fingí no notarlo.

―O bien yo no estaba cuando eso pasó, o son imaginaciones tuyas.

―Claro que estabas. No utilizó exactamente esas palabras, pero quiso decir eso.

Lo miré fijamente mientras él rememoraba la cena que habíamos abandonado una hora antes. Nunca había deseado que algo llegara a su fin como lo había deseado con esa estúpida cena. Cuando Logan por fin pareció entender a qué me refería, negó con la cabeza, casi cansado.

―No creo que...

―¡Insinuó eso! Lo que pasa que tú no lo entiendes.

―¿Qué pasa? ¿Era un código secreto o algo así?

―Era una discusión de chicas. No digo que todas sean así, pero esta es un buen ejemplo de esas. Una pelea silenciosa. Sabía perfectamente lo que me estaba insinuando y ha continuado diciéndolo. Y las dos sabemos a qué se refería, la muy...

Me corté a mí misma y apreté los labios. Si hubiera podido retroceder y lanzarte un trozo de carne a la cara, lo habría hecho con mucho gusto.

Logan seguía mirándome como si estuviera gastándole algún tipo de broma. Al final, después de unos segundos de silencio, volvió a tirar de mí con un brazo y esta vez consiguió sentarse a mi lado. Encogí las piernas contra mi pecho, enfurruñada. Él me dio un beso debajo de la oreja.

―Bueno, ¿y si lo hubiera dicho qué? No es su problema cómo es tu cuerpo o cómo deja de ser.

―Pero me molesta que lo diga ―murmuré.

―Pues no la escuches ―me cogió la cara con una mano para obligarme a mirarlo―. Me da igual cómo te vea ella. Para mí eres perfecta. Y tú deberías pensar lo mismo de ti.

Sus ojos azules sostuvieron los míos unos segundos. Mi rabia fue disminuyendo cómicamente rápido hasta que suspiré y apoyé la frente en su hombro. Él se volvió a tumbar llevándome consigo hasta que quedamos ambos tumbados, con las piernas enredadas. Yo estaba encima de él. Pasé un dedo por la tela de la camiseta.

―¿Por qué siempre haces que parezca yo la mala?

―Si dejaras de darle importancia a lo que dicen los demás, esto no pasaría.

PromisesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora