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En mi siguiente turno de trabajo, me llevé una grata sorpresa al encontrarme con Sophia sentada en la barra de desayuno, esperando. Me acerqué a ella sonriendo.

―Hola.

―Hola, hola ―me saludó―. Ponme algo que engorde, lo que sea. Con chocolate.

Cogí lo primero que vi y se lo puse en un plato.

―¿Has encontrado algo? ―pregunté, mirando por encima del hombro que Jamie, mi jefe, o el hijo de éste, no estuviera pendiente de mí.

―¿De qué?

―De lo que te pedí ―enarqué una ceja―. Ya sabes. Alex. Mi madrastra.

―Ah, sí ―sonrió―. En realidad, he venido aquí para hablar de eso.

Le puse la comida con una servilleta delante mientras me lo contaba.

―El caso es... que no he encontrado nada.

Parpadeé, sorprendida.

―¿Cómo? ¿Nada? Eso es imposible.

―Te lo digo enserio. Ni una foto, ni una red social... la única Alex pelirroja con menos de treinta años que encontré por aquí es una chica de cinco años, no creo que a tu padre le vaya la pedofilia.

La miré con mala cara.

―Pero, es imposible. Quiero decir... ―no supe muy bien cómo explicarme―. Todo el mundo tiene al menos una red social hoy en día. Y más la gente de veinte años. ¿Cómo no va a tener nada?

Se encogió de hombros.

―¿Me diste bien su nombre?

―Sí ―me crucé de brazos.

―Pues pregúntale a tu padre su apellido.

―¿Y si me pregunta él para qué quiero saberlo?

―¿Y yo qué sé? Es tu madrastra. Mereces saber algo de ella.

La idea era tan simple y fácil a la vez que me sentí estúpida por no haberla considerado yo misma.

―Oye ―me interrumpió―, ¿ese de ahí no es el chico guapo que viene a veces con nosotros?

Seguí la dirección de su mirada y encontré a Connor zampándose un gofre como si la vida le fuera en ello. Había venido a la cafetería cada día desde que nos conocíamos. Se comía la mitad del menú y después se iba como si nada.

Ahora que lo pensaba, los únicos que no habían vuelto desde hacía unos días eran los amigos de Ethan.

―Creo que voy a hacerle compañía ―Sophia sujetó sus cosas y se marchó directa hacia la mesa de Connor.

―¡Sophia! ―la detuve―. ¡Tiene novia!

―¿Y qué?

Puse los ojos en blanco cuando se sentó delante de él y le dedicó su mejor sonrisa.

―Eh, Mimi.

Casi me había olvidado de Jamie y del estúpido apodo que me había puesto años atrás.

Lo miré, esperando que no se hubiera dado cuenta de que llevaba un rato hablando con una amiga cuando se suponía que debía estar trabajando.

Pero no, llevaba en la mano un cubo y una fregona. Me miró con una gran sonrisa, y al instante supe lo que pretendía que hiciera.

―Tiene que ser una broma ―murmuré.

―Acaban de desatascar uno de los retretes del servicio de hombres. Hay agua por todas partes ―me informó, tendiendo las cosas hacia mí―. Adelante.

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