Siempre me he considerado una persona bastante pacífica.
Y lo digo así porque desde que llegó la hija de Dan no he hecho otra cosa que meterme en problemas.
Como, por ejemplo, estar en un hospital a las doce del mediodía, esperando detrás de otras veinte personas, lo que nos dará un buen rato que esperar.
En su defensa diré que la pelota iba hacia el suelo. Si solo se hubiera apartado me habría dejado marcar un punto y todo se habría terminado, pero no, tenía que meterse en medio. No sé cómo lo hace, pero siempre está en medio.
Mia se sujeta la muñeca mientras discutimos, y veo por el rabillo del ojo que la enfermera está intentando hacerse notar, algo incómoda. No me extraña. No puedo evitar fijarme también en que realmente se le ha hinchado el dedo y parece que tiene que doler. Pero, ¡me está poniendo de los nervios, joder! No deja de moverse de un lado a otro en la cola. Cuando por fin nos toca, sigue haciéndolo.
—¿Quieres estar quieta de una maldita vez? —le pregunto bruscamente.
Ella me mira como si tuviera la culpa de todos los problemas de su vida.
—¡Lo estaría si no me hubieras roto el maldito dedo!
Me gusta su cara cuando se enfada. Se pone roja enseguida. No se sabe controlar. Tiene gracia que Doña Controladora no sepa controlarse a sí misma.
—¡No te lo habría roto si no te hubieras puesto en medio de la trayectoria del balón!
—¡Oh, lo siento, pobrecito, te he desviado la pelota!
No puedo evitar poner los ojos en blanco. Planto la mano en el mostrador y le frunzo el ceño. La enfermera sigue intentando no pasar desapercibida. No lo consigue.
—¿Por qué eres tan insoportable? ¡Malcriada!
—¡Imbécil!
—¡Tonta!
—¡Idiota!
—¡Histérica!
—¡Gilipollas!
—¡Loca!
—¡Uf! —gruñe, frustrada—. ¡Te odio!
Estoy a punto de soltar un gracias cuando la enfermera habla en voz más alta de lo habitual en un caso así. Imagino que para que cerremos el pico de una vez.
—Muchachos, ¿alguno de vosotros puede rellenar los papeles?
—Yo no puedo.
Disimulo una sonrisa como puedo al ver su cara de fastidio y la imito. Agarro los papeles que me tiende y un bolígrafo. Paseo la mirada por la sala y me apresuro a tomar asiento dónde sea, antes de que vuelva a insultarme. Aunque debo admitir que encuentro cierta diversión en nuestras discusiones.
Leo rápidamente la hoja. Estoy acostumbrado a leer estas mierdas. No sería la primera vez que traería a mi madre por un brote.
Acabemos con esto.
—Nombre.
—Mia Azeneth Brenan.
¿En serio? ¿Azeneth? ¿Ese nombre es sacado de La Casa de la Pradera?
—¿Azeneth? —pregunto en voz baja.
Por supuesto, me llevo un manotazo en el brazo al instante. Llegaré a estar inmunizada de manotazos como sigamos así.
—Es el nombre de mi abuela —me dice, muy seria—, cuidado con lo que dices.
Suelo respetar esos temas, así que no dije nada más. Volví al tema de las hojas.
ESTÁS LEYENDO
Promises
RomantikSegundo libro → encontrarás el primero (Essence) en mi perfil. Mia Brenan sabía pocas cosas en cuanto a la vida, pero se las apañaba bien. Sabía que su deber era ir a la Universidad; sabía que debía disfrutar de sus últimos años antes de convertirse...