Estoy cansado. Miro por encima de mi hombro hacia la cama deshecha. Quizá debería empezar a preocuparme de ordenar mis cosas. Mi habitación parece una pocilga.
Me levanto del suelo, donde estaba metiendo ropa en los cajones inferiores del armario, y me estiro, soltando un pequeño gruñido de placer. Miro hacia la puerta y me pregunto si mamá debe estar despierta. No lo creo. La medicación la deja exhausta. Probablemente no estará consciente hasta dentro de unas horas, lo que me da tiempo para hacer mis cosas. Empezando por fumar, ya que delante de ella no puedo hacerlo —a no ser que quiera llevarme un estúpida regañona, ni que tuviera cinco años, joder—. Agarro el paquete de tabaco de mi cómoda y abro la puerta corredera de la terraza.
Como empieza a anochecer, me pregunto si habría sido mejor coger una cazadora. Me estoy congelando aquí fuera. Pero soy lo suficientemente vago como para pasar frío por cinco minutos antes que ir a buscar nada a la entrada. Suspiro, tomo el paquete de tabaco y busco en mis bolsillos el encendedor.
Justo en ese momento veo por el rabillo del ojo un movimiento. Frunzo el ceño. No recuerdo haber visto nunca a Dan en el balcón de al lado. Pero no es él. Es una chica. Bastante joven como para ser la mujer de Dan —además, por lo que sé, están separados— así que me pregunto un momento quién debe ser. Hasta que por fin caigo. Mamá mencionó algo sobre su hija. Dijo que iba a venir a pasar unos meses en su casa. Hasta logró convencerme de ser simpático con ella.
Pero, ¡yo creí que la chica tendría diez años!
Me quedO mirándola un momento más del necesario y ella se pasa los dedos por el pelo, apartándose de la cara. Justo en ese momento debe verme, porque se gira hacia mí. Mantengo mi expresión, aunque me choca un poco ver los mismos ojos de Dan en otra persona. Sin embargo, es en lo único en que se parecen, porque por lo demás tiene los rasgos mucho más finos que él. Tiene los labios bonitos —y me molesta pensar eso, créeme—. El inferior más grueso que el superior. La nariz es pequeña y respingona y los ojos grandes y castaños. Es incluso guapa.
Aunque eso no es relevante, claro.
—¿Y tú quién eres? —pregunto a la defensiva. No esperaba que me pillara mirándola tan pronto.
Eso parece sorprenderla. Quizá debí haber elegido un poco mejor las palabras. O la manera de decirlas.
—¿Perdona?
Por algún motivo, parece irritada conmigo. Eso me divierte un poco. No suelo cabrear a la gente tan rápido, o al menos no suelen mostrarlo con tanta facilidad. Decido seguir pinchándola un poco.
—¿Has entrado a robar en casa de Dan?
—Por supuesto, y he salido a tomar el aire, porque así me verían todos los vecinos y podría saludarlos.
Me entran ganas de reír, pero me reprimo.
—Soy su hija —me habla con total seriedad. Me vuelven a entrar ganas de reír. ¿Se cree que soy tan tonto?
—Imaginaba que eras un poco joven para ser su amante —le digo fingiendo sinceridad, lo que parece irritarla aún más.
—Eres todo un listillo —entrecierra los ojos en mi dirección.
—No me gusta alardear, pero se podría decir así.
Sonríe irónicamente, haciéndome sonreír a mí también.
—Muy gracioso —se cruza de brazos.
—Deja de alabarme, chica, vas a hacer que me ponga colorado.
—¿Y tú quién eres? —me pregunta a la defensiva tras poner los ojos en blanco.
—Robando mis frases célebres, ¿eh?
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Promises
RomanceSegundo libro → encontrarás el primero (Essence) en mi perfil. Mia Brenan sabía pocas cosas en cuanto a la vida, pero se las apañaba bien. Sabía que su deber era ir a la Universidad; sabía que debía disfrutar de sus últimos años antes de convertirse...