Volver a tener una computadora significa pasar horas en mi blog como lo hacía antes.
La primera noche me quedé hasta las cuatro de la mañana respondiendo mensajes que se me habían acumulado. Respondí algunos con los que me sentí identificada porque quien me escribía me pedía consejos sobre cómo dejar de gustar de una persona o más específicamente de un amigo.
Ojalá tuviera la solución a ese problema.
Desde mi cumpleaños, Kyle y yo volvimos a hablar como antes, ha vuelto a venir a mi casa, hemos salido con Austin y Lily, ella y y yo los hemos vuelto a ver en sus juegos de basquetbol.
No volvimos a hablar de nuestro beso, y he notado que Kyle ha puesto límites entre nosotros. No sé si él se habrá dado cuenta, pero ya no bromea sobre nosotros ni me hace cumplidos que puedan malinterpretarse, no nos abrazamos ni tenemos tanto contacto físico como antes.
Al principio me resultaba extraño, pero ahora siento que es lo mejor. Creo que me resultaría más difícil no pensar en mis sentimientos por Kyle si los límites se distorsionaran y no fueran claros.
Kyle no me ha vuelto pedir ayuda con respecto a Jess, y las veces que le pregunté sobre el tema, no tenía nuevas noticias. Ella le dijo que le gustaría volver a intentarlo, pero necesita tiempo para descubrir si realmente lo ha perdonado o si verdaderamente puede creerle que no la ha engañado, porque las pocas veces que se habían visto, eso era en lo único que ella podía pensar. Él la entendía y estaba dispuesto a esperarla lo que fuera necesario.
Estoy por entrar a mi blog para contestar más consejos cuando escucho a mi hermana gritar desde la sala.
―¡Amber, queremos más chocolates blancos!
Suspiro exasperada y agarro la bolsa de chocolates para dársela a mi hermana y a Dylan. Cenamos hace media hora y no han dejado de pedirme chocolates para el postre desde entonces.
Cuando bajo veo a Dylan y Maia acostados en el sillón cual Homero Simpson y les tiro la bolsa en la cara, ellos emiten quejidos de dolor y se incorporan.
―Me he cansado de que todo el tiempo me estén pidiendo chocolates ―les aviso―. Se los regalo.
―¡Si! ―exclama Dylan alegremente.
―¿Realmente vas a regalar un regalo? ―pregunta Maia queriendo que me sienta mal.
―¿Y qué he estado haciendo todo este tiempo dándoles los chocolates para que se los coman ustedes? ―inquiero.
―Tal vez asegurándote de que no nos cayera mal a nosotros para comértelos tú.
La miro irritada porque solo tiene ganas de pelear luego de que le tiré la bolsa encima.
―¿Quién te los había regalado? ―pregunta Dylan luego de darle un mordisco a una barra de chocolate blanco y mirarla con aprobación.
―El profesor ―dice Maia.
―Austin ―digo yo.
―¿Y qué te había regalado bajapantalones? ―cuestiona, esta vez esbozando una sonrisa y yo revoleo los ojos porque él sabe qué me ha regalado.
―¡Una maldita computadora! ―exclama mi hermana por mí.
―Pobre Austin ―dice él, mirándome como si hubiera hecho algo malo―, me voy a sentir culpable cuando tú le rompas el corazón y yo recuerde que me he comido su regalo.
Frunzo el ceño.
―No haré tal cosa.
―Pues debería esmerarse un poco más, Kyle ya ha tocado tu punto débil.
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La Consejera
RomanceDesde hace tres años tengo un blog llamado "La Consejera". Doy consejos sobre lo que sea, dando mi opinión y mi punto de vista, pero sobre todo escuchando a quien necesita desahogarse. Nunca había recibido una queja o un reclamo. Supongo que siempre...