Capítulo 25 | La decepción

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Hoy subí dos capítulos así que asegúrense de leer el anterior antes de este 💗

***

Siempre que Maia tiene un partido de hockey importante, mis padres se preparan como si fuéramos a embarcarnos en un largo viaje: comida, bebidas, varios potes de protector solar, gorras para el sol (que mi madre siempre insiste en que usemos aunque no queramos), toallas para quitarnos el sudor de la frente, repelente para insectos, alcohol y gasas por si Maia se lastima y la lista continua y continua.

Durante ese día es imposible hablarle a Maia sin que ella conteste en monosílabos o insulte. Se pone tan nerviosa que nadie le dirige la palabra salvo Dylan.

En el viaje en auto hasta el club en donde jugará Maia él le dice que estará una hora viendo el partido de su hermana, Clara, quien también estará allí jugando, y otra hora en el suyo. A menudo sus partidos se superponen y Dylan debe dividirse en dos para poder asistir a ambos.

—No te preocupes —masculla Maia sosteniendo en alto su cabello castaño claro para hacerse una coleta—. Quédate mirando el de Clara —y luego dice algo tan bajo que no se le entiende.

—¿Qué has dicho? —quiere saber Dylan, frunciendo el ceño.

Maia resopla.

—Que te quedes mirando el de tu hermana así no me desconcentras a mí con tus cantos de porrista desafinado.

Mi padre y yo reímos, pero mi madre la regaña desde el asiento copiloto.

—¡Hey! —protesta Dylan— Si yo canto excelente.

No lo definiría como "excelente", pero es verdad que Dylan se defiende muy bien en el canto y tiene una voz afinada y melódica al cantar, pero los partidos de mi hermana son la excepción. Allí se convierte en un fan desafinado. Aunque me parece tierno, porque él se entusiasma tanto viendo a Maia jugar y cantando para alentarla que se olvida que está rodeado de gente y recita canciones animadas a los gritos, aunque pueden resultar muy molestas cuando se emociona demasiado.

Dejo de prestarles atención cuando empiezan a discutir entre ellos y agarro mi celular para contestar los mensajes que tengo. Uno es de Austin, que me avisa que él está por salir en camino al club también.

Los otros mensajes son de Lily, recordándome que esta noche vendrá a mi casa con mi prima para cenar pizza y mirar películas. Le advierto que no miraremos ninguna película de terror ya que ellas son fanáticas de esas películas endemoniadas.

Cuando llegamos al club, Maia se despide de nosotros para dirigirse a los vestuarios antes de que comencemos a desearle buena suerte a los gritos.

—Amber —dice mi madre acomodándose la cartera y las bolsas que tiene en la mano—. Vamos a dejar las cosas en la cancha donde jugará Maia, tú acompaña a Dylan a dónde jugará Clara así saludas a sus padres, nosotros iremos en un momento.

Asiento y sigo a Dylan, él está hablando por teléfono con su madre para que le indique en qué cancha se encuentran. Esquivamos a las numerosas familias que se encuentran de pie charlando y a los niños que corren de un lado a otro. Me llevo una mano a los ojos para taparme de los rayos de sol que me obligan a entrecerrar los ojos, ahora me arrepiento de haber rechazado la gorra que me ofreció mi madre numerosas veces, pero agradezco haberme puesto un vestido veraniego para combatir con el calor de la mañana.

Pasamos por las canchas de tenis y las de fútbol, luego por la confitería antes de llegar finalmente a la cancha en donde la hermana de Dylan jugará el partido. Divisamos a los padres de Dylan sentados en las gradas a la sombra de los árboles. Nos acercamos y ellos nos reciben con una sonrisa, ofreciéndonos refresco y galletas.

La ConsejeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora