Capitulo 7 (parte 2)

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Lindsay

1987

Al pasar, un taxi salpicó con barro las botas nuevas de gamuza de Lindsay. Ella las miró, maldiciendo en voz baja. Frustrada, enojada y tan deprimida que tenía ganas de morder algo o a alguien, entró a un bar de aspecto discreto de la Sesenta y Cinco y Broadway.

El lugar, amplio y en penumbras, estaba casi desierto a esa hora del día. Todavía no eran las cuatro de un miércoles por la tarde. Todo el mundo estaba trabajando. Excepto ella. Lindsay acaba de renunciar a su empleo, cosa que le producía idénticas cantidades de alivio y depresión.

Se instaló ante una mesa, miró al barman y le pidió una copa de vino blanco. Observó sus hermosas botas nuevas de gamuza, cuyas manchas, ya más secas, resultaban especialmente desagradables.

Cuando le alcanzaron el vino, tuvo ganas de beberlo de un trago, pero lo fue tomando de a sorbitos, mientras cavilaba sobre lo que le acababa de ocurrir.

Al recordar a su jefe, pensó que debió haberle pagado un puñetazo antes de retirarse de la oficina. Pero en cambio estuvo tranquila y muy adulta.

Parte de su trabajo consistía en acompañar a autores que estaban de visita en la ciudad, tratando de evitarles todo inconveniente. El último trató que ella subiera a la suite de su hotel.

Cuando Lindsay le informó a su jefe lo que el tipo pretendía, él le ordenó que le diera el gusto y lo hiciera felíz. Ella contestó que convertirse en prostituta no coincidía exactamente con la idea que tenía de su trabajo.

Bueno, ya había terminado todo. Podía volver a sonreír. Era libre por un tiempo, hasta que encontrara otro empleo.

Miró a su alrededor. Acunó la copa entre las manos, mientras observaba a un hombre que bebía whisky en la barra. Era delgado, de poco más de cuarenta años, cutis oliváceo y espeso pelo negro. Sus facciones eran juveniles y su sonrisa tenía encanto. Vestía ropa cara. Conversaba con el barman. Lindsay se descubrió escuchando. Sólo para pasar el rato, se dijo, hasta que se le secaran la botas. No quería seguir caminando por la calle con ese tiempo. Iba a comer con Gayle Werth, y todavía tenía que hacer un par de horas de tiempo.

En ese momento entró en el bar una mujer de aire altanero. Lucía un tapado de visón y botas negras de taco alto. Era hermosa y muy segura de sí misma. El hombre se volvió cuando la mujer le colocó una mano enguantada sobre el hombro.

-¡Ah, pelirroja! -exclamó, sonriente -Me alegro de verte. ¿Quieres tomar algo?

-Sí, gracias, Vinnie, un agua tónica. Y después quiero hablar contigo.

-Bueno, Dickie, sírvele una tónica a la pelirroja. Nada de calorías. Mira esos muslos, Janine. A pesar del abrigo se te nota la gordura. No comas nada más por hoy, ¿comprendido?

En ese momento Lindsay reconoció a la pelirroja. Era una modelo. Un par de días antes, en el consultorio del dentista, la había visto retratada en la tapa de una revista femenina. Personalmente no era tan hermosa. Y estaba furiosa con el hombre del bar.

-¡Basta, Vinnie, basta! ¿Me oyes? ¡Ya basta, maldito sea!

¿Qué será lo que basta?, se preguntó Lindsay. En ese momento el hombre interrumpió a la modelo con un movimiento de la mano y dijo con tranquilidad:

-Mira, chiquita, obedeces las reglas o vuelves a la oscuridad. Con tantos lloriqueos y malos humores se te están formando arrugas alrededor de la boca. Termínala. Y basta de fruncir el entrecejo, ¿de acuerdo?

La pelirroja arrojó el contenido de su vaso a la cara del hombre. La rodaja de limón aterrizó sobre sus pantalones.

-Te diré otra cosa, Demos. ¡Me voy a casar con Arthur Penderley Tercero, y tendré dinero suficiente para comprarte a ti y todo lo que se me dé la gana! -Echó la cabeza hacia atrás en un gesto magnífico, se arrebujó en el tapado de piel y salió del bar.

-¡Puf! -exclamó el barman. -¡Vaya señora!

-Es muchas cosas... -contestó Vinnie, mientras se secaba la cara -Pero no una señora. Menos mal que el agua tónica no mancha. ¡Diablos, Dickie, me alegra que haya renunciado! Ya no era la de antes. Bueno, asunto terminando. ¿Me darías otra toalla? Gracias.

Se estaba secando los pantalones cuando el barman preguntó en voz alta:

-¿Usted no quiere otro vaso de vino, señora?

Lindsay estaba fascinada y todavía no se quería ir.

-Sí, y que sea doble -contestó.

El hombre levantó la mirada con lentitud. Interrumpió su tarea de secado. La miró durante largo rato, luego asintió y alzó su vaso de whisky en un silencioso saludo.

Lindsay le sonrió. Nada como un pequeño drama para que uno olvide sus propias preocupaciones, pensó, e inconscientemente le dedicó una amplia sonrisa.
Vincent Rafael Demos no podía creer lo que veían sus ojos. Debe de ser el exceso de whisky, pensó. La sonrisa de esa mujer era algo increíble. Sí. Eléctrica. Y la mata de pelo húmedo que le cubría la cabeza... despeinado como el de la Meduza, pero abundante y de distintos tonos que iban desde el ceniza claro hasta el marrón oscuro, colores que parecían absorber toda la luz, intensificados por un ondulado natural. Era una magnífica cabellera, que no había necesidad de fijar con mousse. En cuanto a los ojos... bueno, ya vería.

-Yo le alcanzaré el vino, Dickie. Y ponlo en mi cuenta. 

Por Amor A TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora