TaylorAbril de 1983
Oyó los gritos y reaccionó de inmediato, porque era policía. Hizo un esfuerzo por levantarse, por ir en su ayuda, pero no pudo. Se puso de pie con dificultad, y enseguida volvió a desplomarse sobre la camilla, aferrándose el brazo izquierdo quebrado. Tenía náuseas y estaba mareado por el golpe, y el dolor del brazo era tan fuerte que le resultaba casi insoportable.
Estaba en el cubículo de la sala de guardia vecino al de la chica, y pocos minutos antes la había visto llegar en brazos de un policía, envuelta en una frazada, despeinada, con la cara horriblemente lastimada y una expresión vaga y enloquecida en los ojos. Se encontraba en un profundo estado de shock. Los oyó comentar que la habían violado.
Bueno, la habían violado. Entonces ¿por qué gritaría tanto en ese momento? ¿Qué le estarían haciendo? Se dió cuenta enseguida de que era norteamericana y que no hablaba ni entendía francés. Taylor hablaba francés con fluidez. Era un verdadero francófilo, había volado a Francia por lo menos dos veces por año desde que tenía dieciocho. Esa vez, durante dos semanas recorrió el valle de Loire en motocicleta y regresó a París, donde permanecería tres días. Y ahora eso. ¿Pero que demonios le estarían haciendo a esa chica?
Gritaba y volvía a gritar, y él alcanzaba a oír con claridad lo que decían los médicos. Estaban impacientes y apurados y querían que se callara la boca para poder terminar de una vez. Taylor pensó que debería levantarse e ir a ayudarla, por lo menos servirle de intérprete, pero sabía que si intentaba moverse caería de boca al piso. Siguió escuchando, porque para hacerse oír sobre los gritos de la paciente, los médicos hablaban en voz cada vez más alta.
-...violada por el cuñado, según dijo el policía. Mírale la cara...¡ese hombre es un animal!
-Ayúdenme a sacarle esta frazada. ¡No, no sigas luchando! ¡Maldición, no entiende una sola palabra de francés! Sosténganla. Jacques, ¿quieres mirar este lío? Era virgen, mira toda esa sangre. ¡Maldito sea, sosténganla para que se quede quieta!
-Ábranle más las piernas, tengo que meterle los dedos. Así, levántenle las piernas hacia el pecho. ¡Basta! ¡Sosténganla! ¡Maldito sea, no me entiende! ¡Oh, Dios!Le acababa de pegar al médico. Y por el ruido que hizo, debía de haberle pegado muy fuerte.
Taylor lo oyó trastabillar, y luego el ruido de una bandeja de instrumental que caía al piso de linóleo. Sonrió. ¡Bien por ella! Vio que un tercer médico entraba corriendo en el cubículo. La pobre chica había sido violada y la desnudaban y toqueteaban como si se tratara de un trozo de metal. Probablemente estuviera aterrorizada, histérica y dolorida. ¿No podían tratarla con un poco más de suavidad?
Taylor tenía ganas de matar a golpes a esos cretinos, pero no le quedaba más remedio que quedarse allí tendido sobre la camilla, escuchando.
-¡...dos dedos, maldito sea! Hay que ir más hondo, para limpiarla bien. La policía pedirá esperma del tipo, y tenemos que comprobar si no tiene algún desgarro interior.
En ese momento ella lloraba desconsoladamente. El tercer hombre salió por fin del cubículo y se acercó a Taylor. Lo saludo con la cabeza y luego le hizo una pregunta, hablando con mucha lentitud. Era lo mismo que hacían los norteamericanos cuando querían hacerse entender por extranjeros estúpidos. Taylor le contestó en perfecto francés y pregunto sin preámbulo alguno:
-¿Quién es esa chica a quien violaron? ¿Se pondrá bien?
El médico se encogió de hombros al tiempo que se inclinaba a examinarle el brazo roto.
-Tiene dieciocho años, es norteamericana,y el cuñado, un maldito príncipe italiano, la violó y la dejó en un estado lamentable. Le pegó puñetazos en la cara, la desgarro un poco internamente, y la pobre criatura sangra profusamente. Pero se curará, por lo menos con el tiempo su cuerpo cicatrizara. Me comentaron que la hermana baleo al marido y que él está arriba, en cirugía. ¡Dios, que lío!
En seguida el médico paso a hablar de su brazo roto.
-Trabajo en el departamento de policía de la ciudad de Nueva York -dijo Taylor de repente -¿Cuánto tiempo demorará el hueso en soldarse? Tengo que volver a mi país y empezar a trabajar.
-Dele seis semanas de tiempo y mantengase alejado de esa motocicleta. En cuanto a su cabeza, es una suerte que estuviera usando casco. ¡Esas malditas máquinas lo mataran! Le haré tomar una radiografía. Espere aquí. Vendrán a buscarlo.
Taylor suspiró, cerró los ojos y oyó que la chica sollozaba en voz baja. Esperó otros cinco minutos. Todavía estaba allí cuando la sacaron en una camilla. Alcanzó a verla durante breves instantes. Tenía el pelo enredado alrededor de la cara...y ¡Dios, esa cara! Llena de lastimaduras, con un ojo cerrado y el labio superior hinchado y sangrando. Estaba mucho peor en ese momento que al entrar. Notó que se encontraba inconsciente, posiblemente a causa de los calmantes. Parecía muy joven. Indefensa, vulnerable. Por lo menos la hermana había disparado contra el miserable que le hizo eso.
No comprendía qué podía incitar a un hombre a hacer algo así, pero Dios era testigo de que había visto muchos casos parecidos en su trabajo como policía.
Le dieron de alta dos días después, con el brazo enyesado. Todavía tenía fuertes dolores de cabeza. Estaba cansado y se compadecía, pese a que, objetivamente, sabía que era una lotería que estuviera vivo.
Al día siguiente, cuando estaba en el aeropuerto Charles de Gaulle, esperando que saliera su vuelo de regreso a los Estados Unidos, oyó que un canillita gritaba la noticia de que el príncipe Alessandro di Contini había sobrevivido a los dos disparos hechos por su esposa. En ese momento anunciaron su vuelo. Taylor se alejó del quiosco, atacado por otro fuerte dolor de cabeza. Olvidó el diario sobre el mostrador y se encaminó a la puerta de embarque.
Durante el viaje pensó en Diane, su novia desde hacía cuatro meses, y se volvió a preguntar si sería sensato que se casaran. Hacia seis meses que vivían juntos en el espacioso departamento que ella tenía en el East Side. Ella era rica y él no. Él era policía y ella trataba de incitarlo a renunciar a ese trabajo. Pero Taylor era joven, seguro de sí mismo y no se dejaba convencer. Entonces ella cedió. En la cama funcionaban bien. Ese viaje a Francia había sido la última vacación que se tomaba como soltero. Diane consideraba que era una locura que quisiera irse de vacaciones solo, para recorrer un país extranjero en motocicleta, pero no lo cargoseó demasiado. Sólo le advirtió que tuviera cuidado con las francesas para que no le contagiaran alguna enfermedad venérea. Él trató de explicarle que lo que le atraía era el país en sí, que lo había recorrido a dedo a los dieciocho años y quedó completamente fascinado.
Pero bueno, ya pronto estaría de regreso, dos días antes de lo previsto. Se preguntó cuando podría volver a Francia. Ya estaba deseando regresar. Faltaban dos semanas para que cumpliera veinticinco años, y tres para el día de su casamiento.
Volvió a pensar en la jovencita de la sala de guardia del hospital. Sabía que jamás olvidaría esa violación, como tampoco olvidaría sus gritos y su cara golpeada. Ni olvidaría su nombre, el nombre que figuraba debajo del del príncipe en los titulares de los diarios que vio en el quiosco del aeropuerto: Lindsay Foxe. ¿Que importancia puede tener? pensó. Absolutamente ninguna.
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Por Amor A Ti
RomansaLindsay Fox es una hermosa modelo top, famosa, admirada y rodeada de lujos, a la que todos conocen como Eden. Parece no faltarle nada para ser feliz. Sin embargo, oculta tras su nuevo nombre un pasado de traición y un presente oscurecido por sombras...