-¡Dios, que ganas de perderle de vista!- Chilla Mario. Son las dos menos cuarto, hace unas tres horas que ha salido de su casa, pero sabe que tardará más que un par de horas en volver. Sabe que eso preocupara a su madre, pero no hay otra forma de alejarse de esa casa de locos.
Aún no sabe dónde ir. Ha descartado el bosque, hace demasiado frío y no lleva luz, se podría perder a pesar de conocerse cada rincón. Ha pensado en ir a las pistas de futbol, pero a estas horas ya las habrán cerrado con candado.
Tuerce la calle a la derecha y recuerda que por aquí cerca había otra pista de futbol, la que tiene también canastas, un parque para los niños i un banco para sentarse; esa pista siempre está abierta. Ya tiene elegido el sitio, dobla la calle y se dirige a subir la cuesta que le lleve hasta el parque.
En otra calle de ese mismo pueblo, no muy lejos de donde está Mario, Sara continua llorando. No encuentra sentido a su vida. Nadie se merecería sufrir todo lo que ella sufre, ella no ha hecho nada a nadie. La gente juzga sin saber, hay demasiados prejuicios en esta sociedad. Sara va caminando por las calles, no tiene prisa, tampoco destino. Parece un alma en pena recorriendo un pueblo que a esas horas es fantasma. "Esta noche podría dormir fuera de casa. Podría dormir en casa de alguna amiga. ¡Ah, no, espera que es verdad que no tengo, todas me han abandonado!" piensa con ironía.
Gira la calle hacía la izquierda y empieza a bajar la bajada, arrastrando los pies y sin preocuparle lo que le depare el destino. Pero como ya he dicho, los caminos de las personas, por muy diferentes u opuestos que puedan parecer, son cruzados por un juego al que llamamos destino.
Mario acaba de llegar al parque, tan solo las luces de la pista de futbol iluminan el recinto. No sabe porque ha ido, no tiene nada que hacer allí y también hacía años que no venia. Se da una vuelta por el parque sin encontrar nada interesante, tan solo un par de botellas de vodka y fanta de limón de algún botellón que hayan hecho hace poco. Entre las botellas de vodka encuentra una casi llena. "Podría pillar una borrachera, total a nadie le importaría y me podría sacar los problemas de la cabeza un buen rato..." piensa. Al final descarta la idea porque no sabe que han podido hacer con esa botella, pero nadie no ha dicho que no vaya a beber. Se está a punto de ir cuando ve una piedra bastante grande. La coge, mira a un lado, luego mira al otro lado, no hay nadie, ¿Quién va a haber a estas horas? Fija su mirada en una de las canastas, antes de emborracharse podría romper alguna de ellas, así se podría desahogar algo.
¿No era su amigo David quién decía que necesitaba un saco de boxeo porque se podría desahogar? Pues podría hacer lo mismo, total no le importa si la policía le pilla y se lo llevan al calabozo.
Tira la piedra con todas sus fuerzas contra la canasta. Una parte del tablero de madera se astilla en miles de pedazos. Va a recoger la piedra y a tirar la segunda vez cuando escucha una voz femenina en la otra parte de la pista:
-¿¡Pero qué haces!?
No la conocía de nada, era la primera vez que la veía, pero con tan solo esa voz ya había conseguido que el corazón le pidiera a gritos al cerebro que la besara.
Sara había comenzado a bajar por la bajada, cuando una farola se apagó detrás de ella. No era muy fan a las películas de miedo, pero no hace falta haber visto muchas para saber que la mayoría pasaban por las noches o en lugares oscuros, en algún bosque o en algún pueblo pequeño como San Quintí. Muchas de esas películas también iban de asesinos que mataban a adolescentes, a chicas bonitas y jóvenes que encontraban por la noche. "Tampoco estaría tan mal, al menos estaría con alguien" pensó, pero al escuchar el comentario en su cabeza río de lo estúpido que era, pero la risa se le paro cuando al pasar la siguiente farola también se apagó al pasar la chica. A Sara cada vez le gustaba menos estar en esa calle, pero al dar media vuelta y observar la oscuridad que reinaba en el tramo que ya había recorrido le hizo cambiar de idea.
"Tranquila, solo es oscuridad", se dio media vuelta y comenzó a caminar otra vez. Intentaba no darse la vuelta, porque sabía que si miraba hacia atrás se asustaría, pero tampoco le gustaba la sensación entre nervios y horror al no saber que tenía atrás o peor, las jugadas que le podía jugar el subconsciente. La racha de que las farolas se apagaran a su paso ya eran de cuatro y subiendo; por cada farola que pasaba Sara se ponía más nerviosa. Su intención era llegar hasta el parque que había al final de la bajada. Tan solo le quedaban dos farolas cuando Sara escuchó un fuerte y extraño sonido. La chica dio un salto del susto, comenzó a chillar y bajo corriendo la bajada. El corazón le iba a mil por hora, le habían dado un susto de muerte.
Al llegar a la pista vio un chico que aparentaba ser más pequeño que ella, tendría uno o dos años menos, no más. Llevaba una roca enorme en su brazo, seguro que era él quien había hecho ese ruido, miro a la canasta y vio que estaba medio destrozada:
-¿¡Pero qué haces!?- le preguntó.
El chico no respondió, tan solo se la quedó mirando, inmóvil.
No le conocía de nada, pero con el susto que le había metido, todo su cuerpo le estaba pidiendo a gritos al cerebro que le arrancara la cabeza.
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Oportunidades
RomanceMario y Sara son dos adolescentes: Mario tiene 15 años y Sara 17. Los dos vienen de familias desestructuradas y la vida no da señales de favorecerles, ¿pero acaso no tienen derecho a sentir el amor? secretos, aventuras, celos, odio, alegría, risas...