10. Día de la fiesta (Parte I)

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"La sociedad quiere creer que puede identificar a las personas malvadas, o a las personas malas o dañinas, pero no es factible. No hay estereotipos".

-Ted Bund


Tenía entendido que la fiesta comenzaba a las ocho y exactamente eran las cinco de la tarde. Tenía unas dos horas y media para producirme lo más que pudiese.

Ayer, Sophie y yo, nos fuimos a comprar vestidos para hoy. Terminé optando por un vestido dorado largo y con un escote que me hacia lucir sexy.

—¡Camille! ¿Cómo vas, querida? —Lucy abrió la puerta y se asomó.

Mierda. Yo seguía acostada con el celular en la mano.

No dije nada.

—¡Solo quedan tres horas para que lleguen los invitados y tú no te mueves! —me regañó suavemente.

—Lo siento. En un minuto iré a bañarme —me limité a responder levantándome de la cama.

Tan cómoda que estaba.

—Está bien —relajó su mirada—, ponte más hermosa de lo normal.

—Haré mi mayor esfuerzo.

Lucy asintió y se fue cerrando la puerta detrás de ella.

Tenía una flojera impresionante, no es que siempre tenga esté llena de energía, pero hoy rebasé los límites de flojera. No había hecho nada en todo el día.

Decidí ir a tomarme una ducha. Tal vez así se me vaya la pereza.

Después de unos treinta minutos, terminé de ducharme y salí del cuarto de baño. Cogí mi celular que estaba en la mesita de noche. Eran las cinco y cuarenta. Aún quedaba tiempo. Noté que tenía una llamada perdida de Sophie. Le devolví la llamada y me respondió al instante.

—¿Qué pasó? —fue lo primero que pregunté.

—¿Puedo ir a tu casa a alistarme? —interrogó con un ápice de nerviosismo en su voz.

Decidí no preguntarle nada. Ella me lo contaría.

—Pensé que vendrías sin preguntar, tonta —rodé los ojos.

—Por si las moscas —contestó—. En menos de diez, estoy ahí.

Colgó.

Había olvidado decir que George me dijo que podía invitar a Sophie y Adrien a la fiesta para que no esté tan aburrida.

Empecé a sacar todo el maquillaje que tenía y realmente era bastante. Solo espero poder hacerme algo decente con mi rostro y cabello.

Escuché que tocaron el timbre y en menos de lo que canta un gallo, Sophie ya estaba adentro de mi habitación.

Lo primero que hizo fue tirarse a la cama y decir: —Me voy a morir.

—¿Se puede saber qué te pasa?

—No me lo vas  a creer —contestó, negando la cabeza.

—Ponme a prueba.

—Damián me pidió que sea su enamorada.

Dios Santo.

—¿Qué le respondiste? —pregunté.

—Tuve el atrevimiento de invitarlo a la fiesta de tu padre, no está mal, ¿no? —negué con la cabeza—. Y le dije que aquí sabría la respuesta.

Una vida llena de secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora