13. El búnker de los Evans

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El día de ayer, me encargué de decirles a mis hermanos que necesitábamos hablar. No lo hice por celular, sino a través de un medio secreto porque estaba segura de que tenían el control absoluto de mi móvil. ¿Cómo? Solo tenía un presentimiento de que era así.

Ahora que recuerdo, antes de que Harry me llamara avisándome sobre el accidente de Jackson, ellos tenían algo que decirme y en todo este mes no me han dicho palabra alguna sobre eso, así que aprovecharía en preguntarles.

Hoy no había recibido ningún mensaje sobre algún número desconocido, lo que me resultaba algo tranquilizante. Cada mensaje o llamada era más aterradora que la anterior. Sin embargo, no les iba a dar el gusto de que me asusten. Bueno, ya lo estaba. Estaba que me cagaba de miedo, pero no se los iba a demostrar.

Miré el reloj y marcaban cinco para las seis de la tarde. Sophie y Adrien ya deberían estar aquí.

Malditos impuntuales.

Me molestaba la impuntualidad, pero yo era la más impuntual que conocía. Irónico, ¿no?

Después de unos dos minutos escuché sonar el timbre y bajé rápidamente para abrir la puerta. Eran mis mejores amigos.

Probablemente mis hermanos nos estaban esperando en el búnker, o tal vez no. Uno de los defectos del Clan Evans es la impuntualidad. No obstante, hay situaciones en las que la puntualidad es nuestra mayor prioridad, como esta, por ejemplo.

—Hasta que por fin llegaron. Pasen, pasen —dije rodando los ojos.

—Lo siento, tuve un inconveniente en casa —Sophie hizo una mueca.

—Está bien. Luego, hablaremos de eso —objeté empezando a caminar hacia mi habitación.

—¿No se supone que íbamos a ir al búnker? —cuestionó Adrien desconcertado.

—Solo síganme.

Cruzamos la puerta de mi habitación y la cerré detrás de mí.

Solté un suspiro y me acerqué a una puerta que estaba al otro extremo de la habitación, estaba con candado y tenía un reconocimiento de huella dactilar. Era un lugar secreto por decirlo de alguna manera. Ellos nunca habían entrado, por lo mismo que era secreto.

—¿Ese es el búnker? —preguntó Sophie que me miraba con atención.

Negué con la cabeza.

—Una de las tantas entradas al búnker —le corregí.

Logré abrir el candado y coloqué mi dedo índice sobre el identificador que era invisible, pero lo podía sentir. ¿Cómo era posible eso? Uno de los tantos secretos de mi familia.

Se abrió la puerta de una manera brusca, supuse que porque tenía tiempo sin utilizarla. Nos dejó ver unas escaleras que daban hacia abajo que parecían infinitas, pero en realidad no lo eran.

—¡Esto es de otro jodido mundo! —murmuró Adrien asombrado. Sophie estaba igual o peor.

Cruzamos aquella puerta y se cerró automáticamente. Comenzamos a bajar las escaleras y nos topamos con otra puerta.

—Odio las malditas puertas —maldije por lo bajo.

Hice lo mismo que arriba con la diferencia de que aquí tenía que ingresar una clave secreta.

Mierda. No la recuerdo.

Intenté recordar cuidadosamente los 6 dígitos que tenía que ingresar. Solo eran dos intentos o sonaba la alarma.

Vamos, no tiene que ser tan difícil.

A la mente se me vino un número, pero no estaba segura si era ese. De todas maneras, lo intenté y ¡bingo!

Una vida llena de secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora