Capítulo 1: La primavera

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—No tengo la menor intención de olvidarte. —Había dicho su gentil voz. Entonces, su imagen poco a poco se fue desvaneciendo...

—¡Vamos, Rin! —un grupo de chicas la llamaba ahora desde la distancia—. ¿No te cansas de estar ahí acostada todo el rato? ¡Deben de haber miles de insectos en esa piedra! ¡Y debe estar helada!

Rin solo sonrió sin levantarse de la gran roca sobre la que estaba recostada, mirando el cielo azul y despejado. La suave brisa barría los pétalos rosas del esplendoroso árbol de glicina mientras los animales iban de aquí para allá emitiendo sus gratos sonidos: pájaros de todos colores danzaban en el aire, cigarras cantaban sin descansar y el zumbido de las abejas los acompañaban, formando para Rin una de sus cosas favoritas en el mundo: la canción de la primavera. Era sin lugar a dudas una hermosa tarde de aquella estación; la primera, por cierto.

Y a pesar de que la época en que las flores y los árboles volvían a la vida apenas comenzaba después de un largo invierno, el sol no había dudado en lucirse desde que amaneció. Aunque, claro, debía seguir teniéndose cuidado de no caer en charcos de nieve y vestir prendas dobles no estaba de más, pues una cosa eran los cálidos rayos de sol y otra la fría sombra de los pinos, por no mencionar la helada roca sobre la que Rin se encontraba recostada: al menos, en eso sus amigas tenían razón. Pero no había otro dónde reposar: sentarse en el suelo significaba empaparse, quedarse bajo cualquier árbol era como desear lo mismo: el viento o los pájaros con facilidad movían las nevadas ramas y ganarse un baño.

No le había quedado otro lugar que la colina de la glicina. Claro, también era un árbol, pero la piedra sobre la que estaba se encontraba retirada de él, a salvo de un repentino baño. No había querido permanecer mucho tiempo en casa, así que había ido hasta ahí porque sus músculos necesitaban reposo a causa del excesivo entrenamiento de ayer.

Ayer...

Recordó que ayer no había querido hacer otra cosa que esperar en el bosque, así que había dado la mediocre excusa de que quería entrenar el día entero junto a Inuyasha y Kagome. Pero había sido en vano: él no había aparecido, tal y como en los últimos quince meses.

Tampoco había aparecido Ah-Un o el Señor Jaken con algún mensaje. Pero ella no perdía la esperanza. Nunca lo haría. Sabía que el Señor Sesshomaru había comenzado a establecer su imperio, por lo que era comprensible que no la visitase tan seguido como antes. De hecho, sus visitas habían comenzado a ser cada vez más esporádicas luego de que el Señor le dedicara esas hermosas palabras en la tumba de su padre, más o menos por el mismo tiempo por el cual el daiyokai había tomado la decisión de fijar su poder.

Pero mira que no venir en tantos meses, o mandar siquiera alguna carta. ¿Le habrá pasado algo?, pensaba de vez en cuando, angustiada.

—No lo creo —respondió tanto para sí como para sus amigas: le causaba gracia lo aprensivas que podían llegar a ser—. Solo deben haber hormigas, porque no ha llovido para que haya escarabajos o lombrices en las rocas. Y aunque los haya, saben que no me molestan.

—¿Ni aunque en estos momentos haya uno enredado en tu cabello? —preguntó Kya, la más joven de ellas.

En ese instante Rin sintió que algo se removía en su cabello castaño esparcido en la piedra. Dejó entonces de prestar atención a la música de primavera para llevar su mano hacia el lugar donde percibía el movimiento.

—Hola, amiguito, ¿estás perdido? —le preguntó al escarabajo que se había enredado en su melena. Parecía contener todos los colores del arcoiris al darle el sol. Era precioso. Le regaló una sonrisa. Sus amigas, en cambio, la miraban a ella y al insecto con espanto: ¿le estaba sonriendo a aquel bicho?—. Sería una buena cena —agregó con intención de sus amigas, quienes al instante hicieron un claro sonido de repugnancia.

Canción de PrimaveraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora