Capítulo 21: La Kegon no Taki (Parte tres: La luna y el sol)

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Las malditas piernas empezaban a arderle.

Sesshomaru había descubierto que para llegar a la cascada debía ascender una empinada colina, así que había corrido: no había más tiempo qué perder, ya que esas piernas humanas no avanzaban tan rápido como deseaba. Sin embargo, no esperaba que tras esa colina hubiese una más inclinada que la anterior, luego otra, seguida de una mayor, y más adelante otra, y otra... Ni en un millón de años, Jaken hubiese sido capaz de llegar hasta aquí, pensó al recordar que le había ordenado aquello.

¿Rin estará bien?, se preguntó mientras limpiaba su sudorosa frente. Después se llevó los dedos a la boca: nada, sólo sabía a sal.

Cuando recién se había separado de Rin, por poco vuelve tras sus pasos. Estaba tan acostumbrado a oler todo tipo de esencias, sobre todo la de ella, para asegurarse de que estuviese a salvo, que el no percibirla casi lo vuelve loco. Todo el asunto de su forma humana comenzaba a enloquecerlo. Era como si sus sentidos se hubiesen estropeado: sus ojos no permitían verle más allá de la espesura de los árboles, su percepción del gusto sólo conocía lo salado, sus oídos únicamente sabían escuchar las pisadas contra las hojas del suelo, sus músculos de poca resistencia se habían vuelto y, lo peor de todo, era su olfato. Esa nariz humana le era inútil. Lo único que llegaba a distinguir era el aroma de la naturaleza general. Su nariz original, la de yokai, en cambio, discerniría más de mil olores en este momento: la del agua de la cascada, los pinos, los arces, la hierba, el musgo, la de los animales ocultos, y en especial la esencia de Rin. Él siempre había sido capaz de sentirla desde largas distancias...

Tenía por seguro que no tardaría en consumirlo la locura.

¿Cuántas pendientes faltan?, se preguntó apesadumbrado mientras arrastraba una pierna durante su ascenso. Y como si los dioses hubiesen atendido su petición, recibió una respuesta inmediata: ninguna. Ya había llegado a la verdadera Kegon no Taki.

Era majestuosa: el agua clara caía desde un peñasco de una altura incomparable a las altas colinas a las que había subido, el cual se encontraba coronado por árboles. Grandes rocas, continuaciones del peñasco, envueltas por todo tipo de verde flora, rodeaban la enorme desembocadura de la cola de caballo. Había varias cascadas colaterales más pequeñas a ambos lados de la principal, vaciando con fineza su contenido, como queriéndose comparar con su hermana protagonista. La caída del agua era ensordecedora, y que para colmo, saturaron sus inservibles oídos humanos: si antes había sido capaz de escuchar sus pisadas, ahora no podía percibir otra cosa que no fuera el ruido de la cascada.

Al fin, suspiró Sesshomaru al tiempo que se abría camino por la escabrosa colina y la brisa del agua terminaba rociando sus ropas. Sacó de entre ellas un frasquito como en el que Rin llevaba la —ya débil— hoja de Bokuseno.

¿Qué estará haciendo?, su mente no dejaba de preguntarse mientras se aproximaba a la cascada, mojando sus zapatos y el bajo de su kimono. ¿Qué estaría haciendo Rin en estos momentos? Pues con seguridad sus típicas cosas: hablar, admirar el cielo, la naturaleza, cantar... ¿estaría cantando? Sesshomaru agudizó sus oídos, pero fue inútil: una vez más, como si le tirasen agua helada, le fue recordado el hecho de que seguía en piel humana. Jamás la escucharía así.

Maldijo al mismo tiempo que empezaba a llenar el frasco de agua. Nada malo ha pasado... ¿verdad? Siempre se había valido de sus sentidos para evitar preocupaciones. Es como si ella estuviese en silencio..., sí. Aunque, eso solo sucede cuando se queda dormida. Entonces, es como si estuviera dormida... ¡pero ella no debería estar dormida!

Salió de sus pensamientos cuando el agua se desbordaba del envase y mojaba ahora su brazo. Retiró el frasco y lo selló. Rin solo está descansando, es todo. Si me apuro lo comprobaré en unos minutos. Luego miró el frasco lleno de agua: con apariencia mágica, brillaba. Aquello era la única salvación de Rin.

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