Capítulo 28: El retorno al castillo

297 39 9
                                    

Totosai desde temprano había amanecido con un mal presentimiento. Por más que lo había intentado, no había podido sacudírselo de encima, así que había decidido marcharse de esa cueva que habitaba porque imaginaba a quién se debía aquel mal agüero. No era la primera vez que lo sentía.

—Bien, todo listo —le dijo a su vaca Mo-Mo mientras se montaba en ella—. Vámonos.

—Totosai —nombró de súbito una voz que le heló la sangre.

—¿Oíste algo, Mo-mo? Porque yo no. ¡Vámonos! —y arrió a la res.

Pero Sesshomaru era más rápido: de repente ya se encontraba bloqueándoles el camino.

—¡Yo no tuve la culpa! —alegó Totosai de brazos cruzados. De nada serviría intentar huir: Sesshomaru lo alcanzaría de alguna forma hasta no estar satisfecho—. Si alguien ha hecho que Tenseiga adquiriera otro poder y no Bakusaiga, es tu corazón, Sesshomaru —aunque dudo que tengas uno, añadió para sus adentros.

—No vine aquí por Tenseiga —replicó el daiyokai con su habitual semblante impasible—. Quiero una nueva espada.

—Deberías empezar a entender el nuevo po- ¿qué? —Totosai había frenado su argumento automático al procesar la inesperada petición—. ¿T-t-tú qué?

—Así que deberías empezar ya. —Le informó y ya se echaba a volar.

El herrero había comenzado a limpiarse los oídos cuando advirtió a Sesshomaru partir.

—¡Imposible que tú —precisamente tú— quieras una espada! ¡Otra espada! Eso serían... ¡tres espadas bajo tu poder! —exclamó incrédulo.

Sesshomaru solo lo miraba, indiferente. ¿Y?, Totosai pudo imaginar su réplica muda.

—Vendré a buscarla en unos días —concluía él una vez más, pero en eso Totosai, reuniendo el coraje de toda una vida de milenios, se plantó frente al más poderoso daiyokai del momento.

—Este no es más que un capricho, Sesshomaru —el herrero le hablaba más severo que nunca—. Para adquirir más poder, primero debes comprender y saber usar el que ya tienes bajo tu mando. ¿Qué tienen de malo tus espadas? Creí que ya habías aprendido a valorar la espada de tu padre. ¿Por qué no practicas primero con Tenseiga al menos y averiguas su nueva habilidad...?

—Bakusaiga destruye lo que se interpone en su camino —atajó Sesshomaru por encima del inútil consejo— y Tenseiga únicamente hiere a seres del otro mundo. No sirven para mi propósito.

Totosai lo miró azorado. ¿Había escuchado bien? ¡Sesshomaru le había dado una explicación! Las manos del anciano seguían aferradas a las riendas de la vaca, en caso de tener que eludir algún ataque, pero en eso ni se fijó. Ahora mismo no podía estar más sorprendido.

—Y dime, Sesshomaru —habló el herrero luego de reflexionar que podía tener una conversación decente con él—, ¿cuál es tu propósito esta vez?

El viejo pensó que Sesshomaru no contestaría. Su rostro continuaba ilegible, pero:

—Creo que tienes una idea —respondió con voz queda.

Totosai lo examinó con cautela: tanto su respuesta como al Sesshomaru que tenía enfrente.

Pero claro que tenía una idea de a qué, o mejor dicho, a quién se refería. Cuando se trataba de ser un cabezota, Sesshomaru solo tenía dos razones: su orgullo o la chiquilla que siempre lo acompañaba y que una vez había intercambiado su sabio conocimiento de herrador por un par de baños, que por supuesto habían sido rotundamente prohibidos por el amargoso de Sesshomaru —y que claro, había terminado con Jaken tomando el puesto de sirvienta de Rin—.

Canción de PrimaveraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora