Capítulo 12: La confusión del collar

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Ah y Un no dudaron en lanzar rayos de luz al chimi. Sus aullidos aturdieron la tranquilidad del pantano y todo volvía a iluminarse de amarillo y azul. Rin también quiso unirse a los chillidos. El brazo le dolía a horrores y no dejaba de sangrar.

—¡Rin! —la pelirroja examinaba su herida—. ¡Te dije que no le hablaras al chimi! Solo existen para desorientar a sus presas y comérselas después.

—¿Cómo estás tú? ¿Te encuentras bien? —le preguntó Rin mientras arrancaba con la boca un pedazo de su ropa y se hacía un precario vendaje.

La mujer pareció cohibirse:

—Yo estoy bien —contestó sin dejar de ver el brazo herido—. Pero creo que deberías preocuparte más por ti misma.

Rin se terminó de vendar.

—Estoy bien —le dijo con una sonrisa positiva. Sin embargo, la tela ya estaba roja—. Esto no es nada, una vez me quemé la pierna con un pedazo de madera ardiendo —agregó como para aligerar la situación. No obstante, solo logró que la pelirroja la viera con ojos de angustia.

Rin quiso decirle que olvidara lo que había dicho, que estarían bien a partir de ahora, pero en eso ambas fueron separadas por un enorme cuerpo. El agua se alzó y bañó todo en derredor. Por un instante Rin creyó que había sido el chimi quien al fin había caído, pero eran Ah y Un quienes yacían inconscientes en el lago.

—¡Ah-Un! —Rin fue corriendo hacia ellos. Luego Ah abrió sus ojos—. ¿Estás bien, Ah? —Rin pasaba su mano sobre las cabezas de ambos en busca de lesiones.

La horrible risa del chimi perturbó los oídos de los presentes. Se acercaba lentamente hacia ellos:

—Sigan el camino de piedra y no se desvíen... —farfullaba las palabras con sus pisadas.

No tenía caso quedarse y luchar contra esa criatura. Estaban lastimados y ni siquiera era aquél el lugar donde se suponía que debían estar.

—Ah, ¿puedes volar? —le preguntó Rin.

Ah asintió mientras se ponía de pie. Un no tenía heridas, pero seguía desmayado: su cabeza colgaba como si fuera un muñeco.

—Despierta pronto, Un —le dijo Rin acariciándolo. Volteó para buscar a la pelirroja—. ¡Vámonos!

Ambas se montaron entonces.

—¿Segura que esta cosa puede volar bien? —cuestionó ella al ver que Ah batallaba para elevarse ante el peso del inconsciente Un.

—¡Vamos! —Rin agitó sus riendas.

Y ya estaban volando.

El problema ahora era que tenían que pasar del chimi, el cual se percató de inmediato que trataban de huir. Sus párpados se levantaron en una espeluznante mirada y con la lengua de fuera gritó:

—¡No van a escapar! —y extendió una de sus fofas palmas hacia ellos.

Quería atraparlos.

La gigantesca mano azul se aproximaba. Estaba a punto de alcanzarlos. Y de súbito, la daga de diamante de Rin comenzó a agitarse en su funda, como advirtiéndole de la amenaza. Ella se extrañó. Nunca había ocurrido eso. La pelirroja hizo como voz de la daga:

—¡Nos van a pescar! ¡Haz algo! —le daba golpecitos a la espalda de Rin con sus puños.

—Estoy en eso —respondió. Pero no hizo nada. Siguió mirando al frente sosteniendo las riendas de la acémila.

—¡Yo no te veo que hagas...!

—¡Abajo, Ah! —le ordenó y descendieron hasta rozar el lago.

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