Capítulo 13: El norte

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Rin aún seguía dormida.

—¡Atrás, rana tonta! —chilló una voz como de niño.

—¿A quién llamas rana, chango hediondo? —replicó Jaken.

—¿Chan-go-he-di-on-do? —la voz de niño estaba indignada—. ¡Ahora verás renacuajo chillón!

Y el jaleo fue mayor. Sonidos de rocas, palazos y fuego perturbaron los oídos de Sesshomaru. Rin empezaba a agitarse sobre su regazo. Él abrió los ojos, harto del escándalo:

—¡Cállense! —exclamó al tiempo que extendía su estola para golpear a Jaken y aprisionar al kenmun.

Y en ese instante, Rin despertó.

—¡No! —gritó y se incorporó veloz, con el corazón desbocado.

Había tenido una pesadilla horrible, en la que no volvía a ver jamás al Señor Sesshomaru. Pero tenía al Señor justo a su lado, como había imaginado en mejores sueños. Sesshomaru la abrazó, intentando calmar a sus apuradas palpitaciones.

—¿Soñaste feo? —le preguntó dándole un cálido beso en la mejilla.

El corazón de Rin apenas había comenzado a tranquilizarse cuando los labios del Señor se posaron sobre su piel.

—Más o menos —contestó Rin sonrojada. Miró a su alrededor. Se preguntó dónde estaban ahora, pues el ambiente era completamente diferente al del pantano. El sol alumbraba desde lo más alto del cielo y sus rayos peleaban por colarse entre la espesura de los árboles que los rodeaban, los cuales eran típicos de un bosque. Se encontraban en un diminuto claro, donde Ah-Un ocupaba la mayor parte. Ambos parecían estar mejor, pues la miraban moviendo la cola. El Señor Jaken yacía boca arriba y, lo que parecía ser un mono, estaba aprisionado por el mokomoko del Señor Sesshomaru: tenía la cabeza baja y los ojos cerrados, como humillado—. ¿Quién es?

La criatura, al escuchar la voz de Rin, levantó la cabeza y abrió los ojos de golpe.

—¡Bonita, ya has despertado! —exclamó con una enorme sonrisa que dejó al descubierto unos pequeños dientes chuecos. Su cuerpo entero estaba cubierto por pelo rojizo, a excepción del rostro, orejas y una pequeña calva circular en la cabeza. Su nariz ocupaba la mayor parte de su cara, haciendo que sus ojos se vieran reducidos a dos pequeñas bolitas cafés. Su boca tenía una peculiar forma puntiaguda. Sus manos y pies, que se dejaban asomar del agarre de la estola, estaban adicionadas con unas largas uñas que apenas y se distinguían de entre sus extremidades excesivamente largas y peludas.

Bonita... le sonaba eso. ¿Dónde lo había escuchado?

De repente, dándose un manotazo en la frente, por no haberse dado cuenta antes, se preguntó dónde estaría la mujer pelirroja que había ayudado en el pantano.

Bonita. Así le había dicho ella.

—¿Tú eres la pelirroja? —le preguntó Rin con ojos como platos—. Pero, ¿qué eres en verdad?

El mono, de súbito, pareció avergonzarse. Hizo chascar sus dedos y una luz azul lo cubrió todo. El Señor en ningún momento deshizo la estola de su rededor. La luz se extinguió y ahora quien estaba aprisionada era la mujer pelirroja del pantano.

—¡Si soy yo, bonita! —le dijo dándole la misma sonrisa.

—Patético. —Sesshomaru lo oprimió más. Entonces, su transformación se deshizo.

—No... no pu-edo... res...pi-rar —la piel de su cara empezaba a ponerse morada.

—¡Señor, lo va a asfixiar! —exclamó Rin.

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