Capítulo 6

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Capítulo VI

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"Si en los ojos te besan esta noche, viajero, si estremece las ramas un dulce suspirar, si te oprime los dedos una mano pequeña que te toma y te deja, que te logra y se va,"

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Cuando Bill se alejó finalmente, luego de aquella pregunta, me quedé ahí de pie por largos minutos, sabiendo que era verdad. Me sentía asustada por aquella confesión silenciosa que me estaba haciendo y que no quería reconocer.

La sirena del barco que paseaba por el río dio el aviso de su llegada al muelle. No habría más salidas por hoy.

Busqué mi teléfono dentro del bolso y marqué el número de Léana y esperé hasta que me salió el buzón de mensajes. Seguramente ya habría vuelto a su casa y estaría dormida. Ya le llamaría mañana, para explicarle lo de mi marcha.

Cerré el teléfono y comencé a caminar con calma hacia mi casa, encontrándome, antes de lo que habría deseado, con la vieja reja de metal que custodiaba la entrada. La empuje y el sonido característico de las bisagras desgastadas se oyó como siempre. Respiré profundamente antes de abrir la puerta blanca y entrar. Una lejana luz al fondo de la tienda, que mi madre solía dejar encendida, me recibió y avancé de camino a la escalera que me llevaría hasta mi habitación, sabiendo que el inevitable sonido de los escalones avisaría de mi llegada.

Cuando estaba llegando a mi habitación, escuché la voz de mi madre que hablaba a mi espalda, desde la puerta de la suya.

—Pensé que ya no llegarías esta noche —me contó.

—Pero llegué —dije simplemente, sin mirarla.

Creo que de alguna manera sentía tristeza por mi madre, sabía lo mucho que me quería, pero era mejor que no lo hiciera, yo solamente le traía sufrimiento.

—Hay comida en la cocina por si quieres algo —habló antes de meterse nuevamente en su habitación.

—Gracias —fue todo lo que le dije, entrando en mi habitación. Hacía mucho que mi madre ya ni siquiera me llamaba al móvil, sabía perfectamente que no respondería.

"¡Un día vendrá la policía a decirme que te has arrojado al río!"—me gritó un día que me había marchado, como hoy, y que a pesar de la insistencia de ella al teléfono no había contestado ninguna de sus llamadas.

Me dejé caer en la cama, quitándome la ropa desde esa posición. Primero cayeron los zapatos, luego el vestido, hasta que pude meterme en la larga camiseta que usaba como camisón. Suspiré, respirando el aire fresco que entraba por la ventana y que parecía enrarecerse nada más contactar con mi cuerpo. Aquella era una sensación que me acompañaba siempre, la idea miserable de arruinar todo lo que toco. Pero, por alguna razón cuando Bill me mira, me siento un poco menos maldita. Recordé el momento en que lo tuve frente a mí y la manera en que su intensa mirada se fijó en la mía. Recordé el modo en que mi corazón se agitó ante el sonido de su voz luego de mi pregunta, del mismo modo que lo había hecho cuando me rozó en la barra del bar.

—¿Por qué quieres que te siga? —respondió y no pude silenciarme, como si incitarlo fuera parte de una especie de relación que nunca habíamos tenido, pero que yo percibía. Sentía la fuerte necesidad de aplacar todo lo que despertaba en mí.

—¿Por qué me mirabas?

—¿Por qué me mirabas tú?

Nos quedamos en silencio, hasta ese momento la contienda parecía igualada.

Sonidos de mi menteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora