Capítulo 38

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Capítulo XXXVIII

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"Recuérdame, cuando mires a los ojos del pasado, cuando ya no amanezca en tus brazos, y que seas invisible para mí"

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Las nubes jugueteaban en el cielo. Blancas como el algodón de los campos, contrastando con aquel fondo que de día era azul claro y limpio, representando la pureza, la tranquilidad. Todo lo idílico, el paraíso. Las hojas del árbol se mecían por la brisa, interponiéndose entre ese cielo y yo, en tanto mi cabeza descansaba cómodamente sobre la seda del vestido de Anya que permanecía apoyada en el tronco de aquel árbol y me acariciaba con delicadeza el cabello.

—¿Dónde viviremos? —me preguntó con aquella dulce voz que la caracterizaba. La miré. Sus largos risos caían, casi tocando mis mejillas, llenando mi nariz del aroma a limón que siempre mantenían. Sus ojos claros, ensombrecidos por su propio cabello, bailan alegres con aquella pregunta y en sus labios se marcaba una sutil sonrisa. Como deseaba acariciar sus labios con el pulgar y abrirlos hasta humedecerme el dedo dentro de ello. Respiré profundamente, quería conservar la poca calma que llegaba a tener en su compañía.

—¿Eso no debería preguntármelo tu padre? —la increpé divertido, sabía que bajo aquella mujer menuda y dulce, envuelta en seda, había un carácter de fuego.

—Cierto —me concedió, sonriendo con una pizca de superioridad—, pero si no hablas pronto con él, lo hará James Stuart

¿James Stuart?

Me senté de pronto, olvidando la comodidad de su falda de seda y la hermosa estampa del cielo vetado de nubes blancas.

—¿Te está rondando? —pregunté. Anya no me miró y comenzó a ensortijarse un bucle en el dedo.

—Desde antes que tú —sentenció, mirando su dedo enrollado con su brillante mechón de cabello.

—Pero —titubeé ante su supuesta indiferencia —, pero tú me quieres a mí

Anya me miró. Sus hermosos ojos claros, pasaron de la alegría a algo mucho más profundo, en tanto negaba suavemente con un gesto de su cabeza.

—No, yo te pertenezco

Sentí como el pecho se me inflamaba de alegría y apoyé mi mano en la hierba junto a su cadera, bebiéndome el sabor de su boca de un solo sorbo. Una sola caricia, en la que apresé su labio inferior y lo apreté intensamente entre los míos, soltándolo con tanta lentitud que a ambos nos faltó el aire.

Sabía que era inapropiado socialmente, que cualquiera que nos viera nos convertiría en el blanco de las criticas, pero ella y yo sabíamos que no había otro modo más eficaz de sentirnos o de comunicarnos. Las palabras ya no nos bastaban e incluso las caricias y los besos eran insuficientes. Había una necesidad más primitiva y a la vez, por contradictorio que suene, más sublime y evolucionada.

Mantuve los ojos cerrados, aún con mis labios contra los suyos, intentando recobrar el aire y la compostura.

—Esta noche hablaré con tu padre —le anuncié. Aunque primero tendría que hacerlo con el mío. Daba igual, ella era mía, nadie me la arrebataría jamás.

—Tengo una bandada de mariposas revoloteando en mi estómago —me confesó, y su aliento me cosquilleó en los labios. Me reí emocionado como ella.

—Esas son mariposas hermosas —quise calmarla, con mi mano sobre la suya, acariciándola con el pulgar suavemente.

—Sí, de hermosos colores, como será nuestro jardín —comenzaba a soñar de ese hermoso modo que solía hacer, pintando mi vida con la tonalidad del amor.

Sonidos de mi menteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora