Capítulo 16

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Capítulo XVI

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"Déjame sueltas las manos y el corazón, ¡déjame libre! Deja que mis dedos corran por los caminos de tu cuerpo".

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—Tras de ti —respondí casi sin aliento, percibiendo la suave y firme presión de sus dedos sobre mi cintura, cuando comenzó a arrastrarme con él, lentamente, retrocediendo hacia la entrada de mi habitación.

Creo que nunca pensé experimentar, de éste modo, la perfección del conocimiento, la magnitud de la complementación, la fuerza con que el deseo se despierta sólo por pensar en él, acrecentándose con cada paso que Bill daba hacia atrás, con cada leve movimiento de su cadera que cambiaba nuestros puntos de encuentro, de presión, friccionándonos, aumentando el ansia, como si de un baile se tratara.

A tu derecha, pensé indicarle, para que no chocara, pero la idea de tenerlo prisionero contra el umbral de la puerta, me detuvo. Lo oí quejarse con suavidad cuando se encontró con aquel obstáculo y escuchar aquella sutil queja avivaba mi deseo como combustible.

Sus manos en mi cintura, habían bajado hasta el inicio de mi cadera y me mecían suavemente contra la suya, creando un gemido en mi garganta, que se liberó con suavidad. Bill no dejaba de mirar mis expresiones y aunque estábamos contra la puerta de mi habitación, no me había dado ni un beso. Yo sentía que la sangre se me acumulaba en los labios deseando ese beso, pidiéndolo. Me puse de puntillas para alcanzarlo, pero él se sonrió con malicia, negándome su boca.

Entonces apreté mi cadera contra él, con fuerza, por pura venganza.

—Auch —se quejó, mezcla de placer y dolor. Llenándome de una agradable y cálida sensación de poder. Extraño elixir el poder, dulce veneno, que te llena de goce, acabando contigo lentamente.

Repetí el movimiento, embriagada de aquel poder recién descubierto y Bill soltó el aire que contenía con energía, sin dejar de mirarme ni un solo segundo, con sus profundos ojos hurgando en mí, sin que pudiera poner un límite, sintiendo como mi alma se desnudaba ante ellos, a pesar de lo mucho que intentaba protegerme.

Me empujó contra el otro lado del umbral, sin que pudiera preverlo, mis cavilaciones habían bajado mis defensas y ahora era yo la que sufría el placer mezclado con el dolor, al notar la forma violenta en la que Bill me obligaba a sentir su excitación.

Jadeé y él se inclinó levemente hacia mí.

—Esto es una tortura —gemí.

Él presionó nuevamente, esta vez de abajo hacia arriba y yo sentía como la dureza de su sexo intentaba abrirse paso dentro de mí, a pesar de la ropa.

—Tortura la que me has hecho pasar —se quejó de pronto, suavizando sus palabras con un nuevo intento de posesión, empujándose de abajo a arriba.

Cerré los ojos, apoyando la cabeza en el umbral de la puerta, dejando mis labios expuestos a él, comprendiendo que sus palabras iban dirigidas a los meses que llevábamos sin vernos.

—... sólo dos amantes... —supliqué

No quería pensar, únicamente quería volver a experimentar la dicha de pertenecer a algo, a alguien. A él.

—Sólo dos amantes —aceptó. Recogiendo con una mano mi vestido, buscando bajo él mi intimidad.

Abrí los ojos ansiosa, cuando su palma completa se posó bajo ella, mediando sólo mi ropa interior, como si quisiera contenerla. Su frente se apoyó en el hueco que hay, entre mi cuello y hombro y susurró palabras, como lava ardiente.

Sonidos de mi menteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora