96_ Herencia millonaria

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CAPÍTULO 96:

                     *HERENCIA MILLONARIA*

Brian:

Las gotas de la tenaz llovizna caían por el cristal de las ventanillas del bus, mientras dejaba atrás el lúgubre cementerio, cubierto de una espesa niebla casi igual de terrorífico de como se suelen ver en las películas, miles de tumbas acumuladas...

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Las gotas de la tenaz llovizna caían por el cristal de las ventanillas del bus, mientras dejaba atrás el lúgubre cementerio, cubierto de una espesa niebla casi igual de terrorífico de como se suelen ver en las películas, miles de tumbas acumuladas en donde en una de ellas yacía mi padre, regresó a mi vida solo para enterarme de que se había marchado nuevamente y esta vez para siempre.

Dejando ese agujero en mi interior, haciéndolo cada vez mas y mas profundo, primero por no saber el por qué de su abandono, y ahora por saber que ya jamás lo volvería a ver.

Recuerdos de mi infancia junto a él, pasaban por mi mente una y otra vez, y luego, vacío,  incertidumbre, oscuridad, mi padre dormido para siempre en un ataúd. Mi corazón apretándose, mis pulmones cerrándose, sin dejarme respirar, no pensé que existiera dolor tan inmenso en el mundo como este.

Sentí el calor de mis lagrimas rodando por mis mejillas, mientras recordaba el momento en el que volví a escuchar su áspera vos detrás del teléfono, ¿por que tuve que soltarlo?, ¿por que no pude solo seguir hablándole?, apreté mi mandíbula con bronca, ahora ya no había nada mas por hacer, ni una sola cosa más para decir, porque ya era demasiado tarde, simplemente era hora de dejarlo ir, debía dejarlo ir, aunque me doliera, aunque no quisiera, tenía que dejarlo partir.

                            ***

Me desperté bruscamente cuando escuche una dulce voz llamándome:

—Brian, amor, hemos llegado— Gena intentaba despertarme, pero parecía tener una bolsa de arena sobre mis ojos —Vamos cariño, podrás seguir durmiendo cuando estés en casa— Abrí mis ojos muy a mi pesar y salí del mini autobús, a diferencia de Long beach , aquí el día estaba nublado, no llovía.

Sentía el cuerpo cansado, realmente cansado, estúpidos asientos pequeños e incómodos, ni siquiera podían reclinarse hacia atrás, mi espalda realmente dolía.

—¿Cuantas horas hemos viajado?— Le pregunte a Gena, quien caminaba a mi lado.

—4 horas, la llovizna complico mucho las cosas y con lo lento que conducía el conductor, nos retrasamos mucho—

—Cielos mi espalda está hecha trizas, nunca más viajo en esos minibuses de traslado, por Dios de San Diego a Long Beach no hay tanta distancia— Me queje entrando a casa —¡Al fin! hogar dulce hogar— Me tiré a descansar en mi sofá.

—Te vez cansado— dijo Gena sentándose a mi lado.

—También tú— Le respondí y buscando a mis amigos pregunte: —Oye ¿donde están Melanie y Jimmy?—

—Ellos bajaron antes, también estaban cansados y ya que pasábamos por cerca de su casa los dejamos ahí—

—Oh, está bien—

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