Era un día como cualquier otro, eso pensé al abrir los ojos y apagar la alarma del teléfono como de costumbre, también me quejé y me quedé unos minutos de más sobre la cama, por eso es que llegué tarde a clase. Nada era fuera de lo normal. Miré hacia la ventana desde mi cómoda silla, sin prestar la más mínima atención al profesor de turno, sino más bien fijándome en las pequeñas gotas que atacaban de a poco a esta. Odio los días grises y nublados, siento que es una contradicción al disfrutar tanto de la lluvia como lo hago. Sin duda, los días en los que llueve mientras los rayos del sol cubren la ciudad son los mejores, no sucede a menudo pero cuando lo hace lo disfruto lo mejor que puedo.
No había traído un paraguas conmigo, empecé a lamentarme puesto que cuando acabase la clase tendría que llegar sí o sí empapado al trabajo. Rezaba porque mi jefe tan siquiera me dejara entrar al local, aunque conociéndolo, lo más probable es que me dijera que regresara por donde había venido.
Llegó la hora, tuve que despedirme de mis amigos, Poppy y Boom, para luego salir corriendo desde el edificio de mi facultad hacia la parada de autobús más cercana. Cubrirme con mi mochila no había servido de nada, de todas formas me mojé. El jefe al verme se portó como pocas veces lo hacía, como su casa estaba conectada con la tienda, fue cuestión de minutos para que me trajera una muda de ropa y me permitiera cambiarme.
—Es de mi hijo, espero que te quede.
—No se preocupe, como sea me lo pondré. — No estaba dispuesto a congelarme con lo que llevaba puesto.
Me quedé en el mostrador un buen tiempo y parecía ser que la lluvia no motivaba a la gente a comprar. Haber venido fue una pérdida de tiempo y no lo decía solo yo en mi mente, lo dijo también el jefe. Me dejó ir temprano ya que estaba seguro de que nadie aparecería en lo que restaba de día así que cerraría antes de lo usual. Me prestó un paraguas que no dejó de repetirme una y otra vez que se lo devolviera al día siguiente.
Revisé mi teléfono, eran las cinco de la tarde. Qué gusto poder llegar temprano a casa, normalmente llegaría a las siete y media de la noche. Generalmente cuando el clima está así la pereza me ataca más de lo normal, no puedo evitarlo, aunque debe ser así para más personas alrededor del mundo. Compré unos fideos instantáneos los cuales serían mi cena. Estaba cruzando un puente para pasar al otro lado de la calle, aunque era más propio de mí ir por la parte de abajo y correr sin que algún auto me alcanzase. Sin embargo, no quise desaprovechar la oportunidad de caminar a esas horas por la ciudad. A penas y había empezado mi recorrido por aquel puente cuando vi a alguien situado a la mitad de este intentando saltar.
Solté el paraguas y la bolsa que sostenía y sin pensarlo dos veces, corrí hacia aquel chico.
—¡Amigo, tienes que estar bromeando, hay más soluciones que está! — Grité realmente sin preocuparme por si las palabras que salían de mi boca eran las correctas o no, es lo que salió automáticamente de mí. Lo tomé de la cintura, bajándolo de la barandilla y luego lo obligué a sentarse sobre el asfalto.
El chico era más bajo que yo, de pelo oscuro y lucía pálido, no sabía si era así por el frío o por lo que sea que le haya ocurrido antes de venir aquí.
—¡¿Pensaste bien en lo que estabas a punto de hacer eh?! — Pregunté molesto. Este tipo de cosas de verdad sacaban un lado de mí que no era capaz de describir. — ¡¿De verdad quieres acabar con tu vida?! — Rendido y revolviendo mi cabello con fastidio, terminé sentándome en frente de él. Respiré hondo y una vez me hube calmado lo miré. Aquel chico se encontraba llorando; pensé un buen rato en qué hacer. Al final me decidí por tomar sus manos, las sostuve con fuerza. Tenía que darle una disculpa por mis palabras de antes. Pero de lo que sí no me disculparía, es de haberlo detenido. — Sé que no tengo derecho a juzgar tus decisiones, tampoco de decirte qué hacer con tu vida, si echarla a la basura o lo que quieras, pero... sé muy bien que en el fondo, incluso si piensas que es muy en el fondo... nadie quiere morir. — Al chico parecieron llegarle mis palabras, pero eso no detuvo sus lágrimas. No lo conocía de nada, su rostro no me sonaba, no, ni de lejos, pero aun así... tuve unas ganas enormes de abrazarlo y decirle que todo estaría bien.
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Polaris [Mii2]
FanfictionÉl era un chico atormentado, de verdad no tenía a nadie en este mundo, ¿cómo podía no ayudarlo? Así era Jimmy, una persona incapaz de abandonar a alguien que necesitaba ser rescatado. Él se convertiría en la luz que necesitaba Tommy, hasta que este...