xiii. paper rings

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Helena escuchó con desdén a Queenie, la mujer que era su asistente hablar acerca de una reunión que tenía programada por la tarde.

La rubia fresa esperó pacientemente el momento en que Queenie se fue para perderse nuevamente en sus pensamientos. Las cosas estaban relativamente bien, tenía un trabajo demasiado estable y una preciosa vista al London Eye. 

Tan pronto como Chris dijo aquellas palabras que ella tanto esperó escuchar, decidió que lo mejor era irse a su país natal, por el simple hecho de que tenía mil dudas y un montón de ideas que no eran claras en su cabeza.

Helena nunca olvidaría la expresión del rostro de Chris cuando, sin poder hacer nada más, él decidió dejarla ir y darle el tiempo y espacio que necesitara, la pelirroja había prometido volver y él había prometido esperarla.

Sinceramente Helena no creía que aquella promesa siguiera en pie, pues habían pasado ya dos años y seguramente Chris Evans se cansaría de esperar algo que no tenía certeza y quizá hasta había seguido adelante, ese pensamiento hizo que el corazón de la rubia fresa se estrujara. Hacía dos años que no tenía ni la menor idea de la vida de él.

La tarde en Londres cayó más rápido de lo que Helena esperó, Queenie entró a su oficina faltando veinte minutos para las cinco de la tarde informándole que la junta programada se había cancelado debido al retraso de varios de los socios. 

—Menos mal que han cancelado, ¿no crees? Es San Valentín y tengo planes con Sam—dijo Queenie y Helena frunció los labios.

—Sí, menos mal—respondió la rubia fresa.

En la empresa no había mucho que hacer, por lo que Helena decidió irse más temprano de lo habitual. La pelirroja caminó por las calles llovidas del centro londinense, debido a que su departamento quedaba demasiado cerca de la empresa que Richard Sanderson le heredó.

Ver a varias parejas demostrarse amor hizo que el estado de humor de Helena decayera, pues ni su mente ni su corazón parecían querer olvidar a cierto rubio de ojos oceánicos.

Helena metió sus manos a los bolsillos de su gabardina y siguió caminando hasta llegar al lujoso edificio donde vivía. Se dio cuenta que hasta Enzo, el portero tenía planes románticos, al parecer la única que estaba sola era ella.

Oprimió el botón para llamar al ascensor y una vez que estuvo dentro, marcó el piso cinco y se recargó con pesadez en las paredes metálicas. Era patética, su vida y toda ella eran patéticas.

En cuanto estuvo dentro de su apartamento, se deshizo de las zapatillas negras y de la gabardina, caminó descalza hasta su habitación y se colocó el primer pantalón de chándal que encontró y la playera negra de los patriotas. Podían llamarla estúpida, pero Helena aún sentía el olor de él en esa camiseta.

La rubia fresa se dirigió a la cocina y sacó del refrigerador una pizza instantánea para después meterla al horno de microondas, luego sacó una botella de vino y sirvió un poco en una copa de cristal. Un plan de solterona en San Valentin.

Cuando estuvo lista la pizza, sirvió una rebanada en un plato y luego se dispuso a acomodar su trasero en el sillón. Prendió la televisión y luego de buscar en el catálogo de Netflix, puso de nueva cuenta una de sus películas favoritas, "El diario de Bridget Jones". 

—Tal vez sería buena idea que me compre un diario y comience a escribir lo patética que soy—dijo Helena en voz alta y luego tomó un sorbo de vino.

A mitad de la película, el timbre de su puerta sonó, la pelirroja, pausó la televisión y luego a regañadientes se levantó.

Al abrir la puerta se encontró con la señora Penny, la vecina del piso cuatro.

king of my heart- chris evansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora